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El mito dañino de Rubén Darío

En Nicaragua no leemos a Darío: solamente repetimos su mito

Ilustración de PxMolinA | Confidencial.

Carlos Fonseca

10 de febrero 2016

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“Muchas páginas deleznables sobrelleva la labor de Darío,” escribe Borges,[1] en un texto citadísimo en este centenario de la muerte del poeta, “como la de todo escritor. Fabricó sin esfuerzo composiciones que él mismo sabía efímeras: A Roosevelt, Salutación al optimista, el Canto a la Argentina, Oda a Mitre y tantas otras. Son olvidables y el lector las olvida . . .” No obstante, en Nicaragua no las olvidamos. Porque en Nicaragua no leemos a Darío: solamente repetimos su mito.

Lo hacen no sólo las personas que no pertenecen al mundo literario, sino también los escritores y los académicos. Hay dos aspectos del mito de Darío que son particularmente dañinos, no sólo para la literatura nicaragüense, sino para la cultura nicaragüense en general: el mito del poeta universal y el mito del nicaragüense universal. Empecemos por el mito del poeta universal.

La idea de Darío como un milagro de la naturaleza, como un poeta que escribió sólo obras maestras que trascienden todas las fronteras del tiempo, es una idea que sólo puede circular entre personas que no saben leer. Es decir, entre personas que no saben pensar la literatura. Rubén Darío, como la mayoría de los poetas, al madurar escribió mejor. Esto debería ser evidente, pero en el discurso nacional no lo es. Sus versos de Cantos de Vida y Esperanza son muy superiores a los versos de Azul… y Prosas Profanas. Asimismo, es importante reconocer que Darío escribió muchos poemas mediocres; poemas panfletarios y meras odas apologéticas. En general, su técnica era excelente, pero el contenido para el cual la ejerció a menudo deja mucho que desear. Un ejemplo famoso: “Sonatina.”

¿Por qué es que Roberto Bolaño se mofa de Darío en Los Detectives Salvajes y Luis Cernuda reacciona violentamente ante su obra? Para Octavio Paz, Darío es el que peor ha envejecido de los modernistas. ¿Por qué? Quizás Darío se hundió demasiado en el sueño cosmopolita del modernismo; quizás no debía incluir en su obra todas las obsesiones de su generación, pasajera como todas las generaciones lo son. Hay en las peores líneas de Darío cierta fatua puerilidad relacionada con lo exótico y lo fastuoso, que al lector desengañado e irónico del siglo XXI le resulta risible. Son esas mismas líneas, no obstante, las que son forzadas sobre la mayoría de los nicaragüenses para ser memorizadas e idolatradas sin cuestionamiento.


Por otro lado, se ha ignorado a menudo el lugar contradictorio y turbulento que ocupó el erotismo en la obra de Darío. Darío es uno de los grandes poetas eróticos de la lengua castellana. En Nicaragua, el machismo ha llevado a leer en general sólo a las mujeres poetas como poetas del erotismo, pero Darío es su antecedente directo. Hay versos que son realmente escandalosos. Por ejemplo, los versos del poema “Filosofía”:

el peludo cangrejo tiene espinas de rosa

y los moluscos reminiscencias de mujeres.

O bien, aquellos versos extraordinarios del poema “Copla esparça”:

Un rojo rubí se enciende

sobre los globos del pecho.

Los desatados cabellos

la divina espalda aroman.

Bajo la camisa asoman

dos cisnes de cuellos negros.

Un erotismo que además revela una pugna múltiple y profunda entre lo que ya muchos han sabido reconocer en su obra: la disputa interior entre el indio católico, medroso del pecado, y el griego pagano, amante de la lujuria.

A este erotismo hay que sumarle su contraparte: el terror a la muerte y la sombra del misterio. Como poeta, como ser humano, Darío navegaba en lo desconocido. Hay en él un terror casi voluntarioso por conservar el misterio de la Noche. De allí salen algunos de sus mejores poemas, como los Nocturnos y “Lo Fatal.” Sin duda, esta faceta de la obra dariana ha sido más reconocida que la erótica. Sin embargo, mientras ignoremos que en Darío la Mujer y la Noche están íntimamente entrelazadas con pasmo y silencio que arde, no entenderemos la profundidad de este símbolo doble.

Asimismo, hay otras facetas de Darío que raramente son mencionadas: por ejemplo, Darío como emigrante. A causa de la pobreza que padeció, Darío pasó hambre y frío en Chile; pero perseveró en la persecución de su sueño. A lo largo de su vida tuvo que ser auxiliado por sus amigos, tanto en Chile como en Argentina y en Francia. Darío bien podría ser el primer avatar del éxodo de miles de nicaragüenses que cada año migran a Costa Rica, Estados Unidos, Europa y Canadá. No obstante, el epíteto de poeta “universal,” con sus implicaciones de cosmopolitismo armonioso, borra esta posibilidad.

Lo que es más importante aun es que la inmigración es también una condición literaria. La relación de Conrad, de Nabokov, de Walcott por nombrar sólo algunos con la lengua en la que escriben es desde su condición de inmigrantes: por eso Darío galvaniza al castellano con nuevos ritmos y vocablos. Darío era nicaragüense en Chile y Argentina, hispanoamericano en Francia y latinoamericano en España. Por un lado, es un poeta que lee en otras lenguas; por otro lado, cuando está dentro de su lengua materna, al mismo tiempo está afuera, ya que vive en países donde se habla el castellano de una forma distinta al nicaragüense: Chile, Argentina, España. Estar adentro y afuera al mismo tiempo: condición inevitable del renovador de una lengua.

Es por ello que la idea de Darío como el nicaragüense universal es una trampa. ¿Por qué seguimos usando epítetos equívocos para nombrar a Darío? Una lección fundamental de la crítica poscolonial es que la etiqueta de “universal” tiende a silenciar las voces de literaturas periféricas al canon occidental. Es decir, los grandes escritores europeos son llamados “universales,” pero los autores más importantes de tradiciones literarias más pequeñas raramente son dados ese título. ¿Por qué perpetuar ese discurso hegemónico? De igual manera, el epíteto de “príncipe” de las letras castellanas parece revelar una ansia colonial que al mismo tiempo refleja el anacronismo con que leemos a Darío. ¿Por qué llamar “príncipe” y “universal” a quien en vida fue víctima del racismo en España y a menudo padeció hambre por trabajar por la cultura y el arte? Al desechar esos términos anacrónicos, ¿no encontraríamos a un Darío más contemporáneo, más cercano a la experiencia del latinoamericano de nuestros días?

En relación con el papel que jugó Nicaragua en la vida de Darío, Nicasio Urbina escribe con mucha claridad:

Durante su vida Darío no se benefició mucho de Nicaragua. De hecho, podemos decir que en cierta forma el país le fue hostil. Tuvo una infancia y niñez hasta cierto punto desdichada. Recuérdese aquella frase de su Autobiografía donde se pregunta '¿Fue infancia la mía?' Vivió errante siempre, de un país a otro, de una ciudad a otra, y fue poco en realidad el tiempo que vivió en Nicaragua. Colombia fue la primera nación en darle una representación diplomática, y La Nación de Buenos Aires fue el periódico que le proporcionó un modus vivendi permanente y confiable, aún cuando él no fuera totalmente puntual con sus crónicas. Nicaragua le volvió la espalda muchas veces.[2]

Vale la pena recordar que si Nicaragua es hoy un desierto cultural, lo era aún más en la segunda mitad del siglo XIX. Es por ello que Sergio Ramírez ha dicho que “de quedarse en Nicaragua Darío hubiera terminado un versificador.”[3] De esta manera, ¿qué tanto representa Darío a Nicaragua? Si Nicaragua fue un país que le volvió la espalda, ¿cómo es que después de su muerte lo hemos convertido en uno de los pilares de nuestro discurso identitario?

La obra dariana (que es más importante que el hombre Rubén Darío) enriqueció incalculablemente a la lengua castellana y su tradición literaria. No obstante, en Nicaragua, a cien años de su muerte, no hemos sabido leerlo.

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[1] Enviado al II Congreso Latinoamericano de Escritores y publicado en El Despertar Americano, México, mayo de 1967, vol. I, núm. 2, p. 9.

[2] “Rubén Darío y la miticidad en la literatura nicaragüense,” Nicasio Urbina. Enlace: https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/12/aih_12_7_041.pdf?platform=hootsuite

[3] “No hay hablar de Rubén Darío, sino leerlo,” Sergio Ramírez. Enlace: https://www.milenio.com/cultura/hablar-Dario-leerlo-Sergio-Ramirez_0_677932216.html


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