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Los próximos dictadores petroleros que caerán

2016 promete ser un año interesante (y angustiante, para un dictador aferrado al poder en un país exportador de petróleo)

Una plataforma petrolífera propiedad de BP en el yacimiento Valhall en el Mar del Norte. EFE/Bp / Kjetil Alsvik.

Bill Emmott

8 de febrero 2016

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Londres.– Variaciones de precios tan grandes y rápidas como las que vienen alterando el mercado del petróleo desde junio de 2014 no pueden sino perjudicar a algunos y beneficiar a otros. Generalmente se habla más de los perjuicios, pero los beneficios son igual de importantes, o más. El 70% de caída del precio del barril de crudo representa una colosal transferencia de 3 billones de dólares de ingresos anuales de los productores de petróleo a los consumidores.

De modo que aunque la turbulencia bursátil y el abaratamiento del petróleo (y otros commodities) hayan alentado oscuras predicciones de otra recesión global, es probable que resulten excesivamente pesimistas y erradas. Es verdad que la dramática caída del precio del petróleo dejará a su paso ganadores y perdedores. Pero los mayores riesgos son políticos, no económicos.

El mejor indicador de los cambios de suerte tal vez sean las tarjetas de embarque de los funcionarios del Fondo Monetario Internacional. En vez de ir a Atenas, ahora su destino es Bakú. De hecho, las dictaduras petroleras de Asia central, entre ellas Azerbaiyán, están entre los países más golpeados por la caída de precios, sobre todo porque, como estados exsoviéticos, aún dependen en gran medida del comercio con Rusia, otro productor de petróleo.

Los mayores beneficiarios del abaratamiento del petróleo serán los países muy endeudados de la eurozona que lo importan: Grecia, Italia y España (es probable que Alemania también salga beneficiada). Aunque habrá problemas para sus exportaciones a las economías emergentes, y perderán fuerza las esperanzas de una recuperación impulsada por el comercio internacional, es probable que ese efecto negativo sea compensado con creces por la inesperada reducción del costo de la energía. El aumento resultante de la demanda interna hará de motor del crecimiento de la eurozona, en vez de las exportaciones.


Estados Unidos y el Reino Unido son a la vez productores e importadores de energía, así que el impacto sobre sus economías será más complicado. En 2013 y 2014, las empresas de energía dominaron las inversiones corporativas, de modo que los recortes en el sector se trasladarán a pérdida de puestos de trabajo y caída de la demanda para las empresas fabricantes y de servicios que venden suministros a la industria.

Por otra parte, es probable que en ambos países aumente el gasto de los consumidores. Si bien las familias estadounidenses hasta ahora optaron por ahorrar gran parte del dinero extra que les deja el abaratamiento de la gasolina, esa ganancia ya comienza a trasladarse a un aumento del nivel de gasto.

Es probable que los economistas se pasen meses tratando de entender por qué el efecto del petróleo barato tardó en aparecer en las estadísticas de consumo. Pero aparecer, aparecerá, como lo hizo cada vez que se produjo un abaratamiento similar. La pregunta más importante es para los politólogos: ¿qué gobiernos se caerán este año y con qué consecuencias?

No es coincidencia que la última crisis de los mercados emergentes, en 1997 y 1998, también haya tenido que ver con una enorme caída del precio del petróleo. Entonces, las dos víctimas principales fueron un dictador en Indonesia y un frágil demócrata en Rusia. En mayo de 1998, nueve meses después del inicio de la crisis financiera asiática, el presidente indonesio Suharto renunció tras 31 años de gobierno. Pocos meses después, el rublo se derrumbó y Rusia incumplió el pago de su deuda soberana. El 31 de diciembre de 1999, el presidente Borís Yeltsin renunció y dejó el país en manos de su recién designado primer ministro, Vladímir Putin.

Para tratar de predecir qué gobiernos pueden correr una suerte similar esta vez, los criterios básicos (además del impacto financiero de la caída del petróleo) son la resiliencia y la flexibilidad. ¿Tiene el régimen reservas financieras para amortiguar el golpe y ganar tiempo para el ajuste? ¿Tiene el país un sistema bancario sólido? ¿Puede su sistema político contener un aumento del malestar popular o canalizarlo a través de las instituciones establecidas? Los regímenes dependientes del petróleo que no cumplan estos criterios están en problemas.

Este marco analítico permite extraer algunas conclusiones inesperadas. Por más que los expertos insistan en predecir el colapso de la monarquía saudita, todo indica que se llevarán otra decepción. Arabia Saudita es el productor de petróleo con menos costo del mundo; y aunque nadie duda de su rigidez política, ha mostrado flexibilidad económica al recortar su presupuesto e iniciar reformas de amplio alcance.

Pero puede que a Rusia, a pesar de sus bravuconadas, no le vaya tan bien. Su solidez política no va acompañada de resiliencia financiera y económica. Putin tratará de tapar el dolor, pero en algún momento se volverá paralizante.

Las víctimas potenciales son muchas, y las consecuencias para la estabilidad geopolítica mundial son preocupantes. Venezuela está en crisis financiera desde mucho antes del derrumbe del petróleo, y Nigeria hoy se parece mucho a Rusia en 1998: una democracia frágil enfrentada a una crisis monetaria.

Respecto de quién puede convertirse en el próximo Suharto en los meses que vendrán, yo apostaría a que será alguno (o varios) de los autócratas petroleros centroasiáticos de Azerbaiyán, Kazajistán y Turkmenistán. En cualquier caso, promete ser un año interesante (y angustiante, para un dictador aferrado al poder en un país exportador de petróleo).

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Bill Emmott fue jefe de redacción de The Economist.
Copyright: Project Syndicate, 2016.
www.project-syndicate.org


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