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El laberinto de la soledad

Aunque la cultura popular tiene manifestaciones artísticas de gran calidad, nos hace falta una visión crítica de esos eventos

Antonio Ramirez | Flickr.com | Creative Commons

Eduardo Estrada

3 de febrero 2016

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“Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares”, dice Octavio Paz en El laberinto de la soledad, una obra exploradora del ser mexicano, pero que a la vez refleja en gran parte el ser latinoamericano o mesoamericano. Esta obra nos puede dar luces acerca de lo fácil que la cultura enlatada mexicana, como las telenovelas, canciones y ciertos estilos de comportamiento, penetran tan fácilmente en nuestra cultura.
Voy a parafrasear algunos textos de la obra citada y sustituir la palabra mexicano por nicaragüense:

En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de Nicaragua, con sus colores violentos, agrios y puros, sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos y la inagotable cascada de sorpresas de los frutos, dulces y objetos que se venden esos días en plazas y mercados.

Nuestro calendario está poblado de fiestas.

El tiempo suspende su carrera, hace un alto y en lugar de empujarnos hacia un mañana siempre inalcanzable y mentiroso, nos ofrece un presente redondo y perfecto, de danza y juerga, de comunión y comilona con lo más antiguo y secreto de Nicaragua.

La vida de cada ciudad y de cada pueblo está regida por un santo, al que se festeja con devoción y regularidad.
Porque el nicaragüense no se divierte: quiere sobrepasarse, saltar el muro de soledad que el resto del año lo incomunica. Todos están poseídos por la violencia y el frenesí. Las almas estallan como los colores, las voces, los sentimientos. ¿Se olvidan de sí mismos, muestran su verdadero rostro? Nadie lo sabe. Lo importante es salir, abrirse paso, embriagarse de ruido, de gente, de color.

Nicaragua está de fiesta. Y esa Fiesta, cruzada por relámpagos y delirios, es como el revés brillante de nuestro silencio y apatía, de nuestra reserva y hosquedad.

La vida que se riega, da más vida; la orgía, gasto sexual, es también una ceremonia de regeneración genésica; y el desperdicio, fortalece.

En suma, la función de la Fiesta es más utilitaria de lo que se piensa; el desperdicio atrae o suscita la abundancia y es una inversión como cualquiera otra.

En este sentido la Fiesta es una de las formas económicas más antiguas, con el don y la ofrenda.
A veces la Fiesta se convierte en Misa Negra. Se violan reglamentos, hábitos, costumbres.
La Fiesta es una Revuelta, en el sentido literal de la palabra.

La escasez de nuestras creaciones se explica no tanto por un crecimiento de las facultades críticas a expensas de las creadoras, como por una instintiva desconfianza acerca de nuestras capacidades.

Hasta aquí el paráfrasis, muy poco por cierto, pues la mayoría lo he copiado literalmente.

Claro, en nuestras fiestas populares hay una evocación e impronta de la cultura medial y el renacimiento, del espíritu carnavalesco, en el sentido de que Bajtín da al término.


Desde que leí El Laberinto de la soledad, me sorprendió lo parecido de los eventos culturales de México y Nicaragua, pero bueno, ¿acaso no fueron los mismos colonizadores españoles lo que hicieron presencia aquí y allá? ¿Acaso la influencia cultural precolombina mexicana no fue tan poderosa como ahora?

Igual que México, Nicaragua tiene problemas de gobernabilidad, de corrupción, de ese espíritu de dominación política que las fallidas revoluciones no han podido cambiar, pues hay algo en nuestra naturaleza biológica y genética, que la cultura --me refiero a ese conjunto de valores e ideas de diferentes corrientes de pensamiento político dizque renovador--, no ha podido cambiar.

Y aunque la cultura popular y religiosa tiene muchas manifestaciones artísticas de gran calidad, creo que nos hace falta una visión crítica de esos eventos, de la forma en que se entronizan los mismos valores tradicionales, y cómo los diversos gobiernos, incluyendo los municipales, fortalecen a través de la financiación y apoyo político. Y también los intelectuales tradicionales.

No somos un Estado laico, porque la gente no tiene conciencia de ciudadanía, de ese espíritu laico o ecuménico, si se quiere, que debería ser parte del espíritu del ser nicaragüense, apegados a los principios del derecho, de los derechos universales de la humanidad.

Recordemos la frase:

“Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares”.

Desde luego, no solo a las fiestas populares religiosas, sino también a las celebraciones de aniversarios de ciertos poetas (como la muerte de Rubén Darío) o incluso eventos que tienen la misma función de las fiestas religiosas, como el Festival de Poesía de Granada.

Se hacen actividades pomposas, se declaman versos, pero la realidad de los patrones culturales tradicionales, siempre están ahí, reproduciendo los rituales religiosos o cívicos que reproducen la pobreza, no sólo económica, sino también de espíritu.

Y desde luego, nuestra intelectualidad, debería de comentar y analizar la influencia cultural mexicana, pues gran parte de lo que nos envían a través de la televisión y otros medios, es cultura chatarra.

Lo mejor de México no lo conocemos.

La cultura de calidad, lamentablemente, es cara, es como la medicina o la alta cocina, no solo por el dinero, sino por el tiempo y la dedicación que hay que tener.

¿Somos puros mexicanos? No por ahora, pero nos parecemos mucho.

Para saber y leer más
Les invito a leer Tío Conejo y Rubén Darío.


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Eduardo Estrada

Eduardo Estrada

Escritor y desarrollador de aplicaciones educativas. Director del Centro de Entrenamiento y Educación Digital (CEED).

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