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Venezuela elegirá entre dos modelos

¿Qué hará Maduro si la mayoría de los votantes dicen que el modelo revolucionario es errado y que quieren probar otra cosa?

El presidente venezolano, Nicolás Maduro (c), y su esposa y candidata a diputada, Cilia Flores (3-d), asisten al cierre de campaña de la coalición oficialista Gran Polo Patriotico (GPP). EFE/Miguel Gutiérrez

Colaboración Confidencial

Boris Muñoz

5 de diciembre 2015

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A medida que el metro se desplazaba en dirección este-oeste, los vagones se fueron llenando con grupos de empleados de distintas dependencias del Estado vistiendo camisas rojas y militantes con gorras tricolor con la insignia 4-F y franelas de Chávez. La escena producía un fuerte deja vu. En ocasiones anteriores había hecho este mismo viaje rumbo a la avenida Bolívar para presenciar algún mitin importante del chavismo o el cierre de alguna campaña. La última vez fue el 4 de octubre de 2012, a tres días de la última elección de Chávez. Con los vagones y las estaciones a reventar de gente que clamaba eufórica “Viva Chávez, corazón del pueblo”, ese día fue sin duda la apoteosis del líder de la revolución. Pero ahora era distinto. No había en el ambiente ni la pasión ni la devoción que despertaba el difunto presidente. Aun así la gente asistía a su cónclave.

Un grupo de mujeres del Banco Bicentenario hacía lo posible por no mostrar su falta de entusiasmo por el evento. Cuando se les preguntaba cómo veían las elecciones y si apoyarían la revolución el domingo con su voto, sin atreverse a hablar, miraban hacia arriba, fruncían el ceño y la boca con gesto reticente, como suele hacerse en el Caribe para expresar escepticismo o descontento. No fueron las únicas en mostrar en entrelíneas su descontento. Poco antes de abordar el metro, tropecé en Centro Plaza con un grupo de Seguros Federal, otra institución del gobierno. Una joven empleada lo puso de este modo: “El resultado de las elecciones es aún incierto. Lo que yo quiero que pase no puedo decirlo. Pero puedes interpretar mi silencio”. Un compañero de trabajo suyo, Jonathan Pereda, mitigó su descontento con una fórmula:

“Hay mucha gente cansada. Todavía hay muchos chavistas, aunque o todos apoyan a Nicolás Maduro ni están contentos con quienes nos gobiernan. Pero el 6D definirá muchas cosas, porque si gana la oposición es mucho lo que se puede perder. Se temen las represalias contra el chavismo. El odio de la oposición es lo que no le ha permitido superar al chavismo hasta ahora”.

Sin embargo, al llegar a la avenida Bolívar cualquier escepticismo o duda personal se disolvía en el espíritu de grupo. La tarde transcurrió entre el acostumbrado ambiente de verbena: baile, guachafita, camaradería, alcohol. Y –la última moda– drones que sobrevolaban las cabezas de la multitud para mostrar que la revolución sigue teniendo poder de convocatoria, apiñamiento, apretujón. Es decir que sigue siendo un cuerpo rojo-rojito, como le gustaba proclamar al extinto comandante Chávez.


Maduro cruzó la avenida Bolívar para presidir la tarima donde se encontraban algunos de los candidatos a la Asamblea Nacional. Desde una distancia cercana, veían muchos de los rostros que ocupan el poder desde hace casi dos décadas: Darío Vivas, José Vicente Rangel, Elías Jaua, Jacqueline Farías, Freddy Bernal, Jorge Rodríguez, Cilia Flores y el propio Maduro, quien, alternativamente, cantaba, bailaba o contaba anécdotas domésticas de su relación con Flores, la primera combatiente.

Los discursos no dejan duda de cuál es la estrategia para traer de nuevo al redil a las ovejas remisas. El mensaje es el más simple y trillado que se pueda imaginar: la realidad no existe y si nos vemos forzados a reconocerla, pues nada es culpa nuestra. Todo —el desabastecimiento, la inflación y hasta la corrupción— es culpa de la derecha apátrida. Se trata de repetir lo mismo más allá de lo obsceno. “No nos van a confundir. El pueblo sabe quienes son ellos y quienes somos nosotros. Vamos a defender todas las reivindicaciones. Vamos a seguir defendiendo nuestra soberanía. La ultraderecha sabe que no tiene vida con nosotros”, clamaba la primera comandante, Cilia Flores. Y, a la par, todo se trata de ser leal a Chávez. “Chávez vive y está aquí con nosotros. La patria no se vende, la patria se defiende”, gritaba ya sin voz la almirante Carmen Meléndez.

Elecciones Venezuela

En su intervención, Ernesto Villegas trató de restarle trascendencia a los comicios parlamentarios, argumentando que la oposición había inflado su importancia para hacerle creer al mundo que sería la última oportunidad de la democracia en Venezuela.

Sin embargo, en más de un sentido, el dilema planteado por Nicolás Maduro, es cierto. El domingo 6 de diciembre cuando los venezolanos vayan a los centros de votación tendrán que elegir entre dos modelos. Maduro bramó que los venezolanos elegirían entre el modelo de “la patria revolucionaria, bolivariana y chavista. Y el de la antipatria: entreguista, pitiyanqui y muy corrompido”.

Desafortunadamente para el gobierno, para la gente en la calle, el verdadero dilema se plantea en otros términos.

El miércoles dos de diciembre, en Chacaito, durante el acto de cierre de la oposición en el municipio Libertador abundaron expresiones de descontento que no tenían que ver con la ideología o el partidismo que han caracterizado por mucho tiempo los bandos políticos en Venezuela.

Renzo Yépez, quien vive en el barrio Las Malvinas de la parroquia El Valle, una zona de clase media y media baja en el sureste de la ciudad, esbozó sus razones para apoyar un cambio. “En primer lugar por la inseguridad. Segundo por el salario. Y en tercero para darle un futuro mejor a mis hijos y a mis nietos”.

Esas mismas razones suelen alinear a muchos de los militantes opositores en todo el país, pero también son compartidas por muchos chavistas. De hecho, aunque no se Yépez, reconoce:

“Voté por mi comandante Chávez. Él representaba una alternativa, pero aunque la IV República —en referencia al periodo de la democracia representativa 1958-98— tenía muchos problemas, en los barrios había abastos donde se conseguía todo lo que uno buscaba. Ahora no hay ni siquiera productos básicos. Maduro desperdició el legado de Chávez y no pensó en gente como yo. Por eso voy a votar en contra. Tengo la esperanza que una representación opositora en la Asamblea Nacional lo haga mejor”.

Sus palabras resuenan en las generaciones más jóvenes, pero también entre quienes han visto sus esperanzas y sus vidas deshacerse a causa de la violencia sin freno de las últimas décadas.

“¿Cómo puedo apoyar a este gobierno cuando un asesino de 17 años mató a mi hijo? ¿Cómo puedo apoyar a este gobierno si nos expropiaron el pequeño negocio de comida que teníamos en Catia?”, se pregunta Vincenzo Ianello, un mecánico profesional de electroautos de 63 años, residenciado en Catia. Jakelin Santana, su mujer, una chef de 54 años, está cansada de la confrontación. “He ido a la iglesia para pedirle a Dios que nos regale progreso y unión. No podemos seguir siendo enemigos de nosotros mismos”. Dice que su hijo Victor Santana de 32 años, asesinado hace cuatro años, murió a manos de un “hijo de Chávez”, pues se trataba de un menor de edad que ha vivido la mayor parte de su vida en la revolución bolivariana. Aunque nada reparara esa pérdida, la perspectiva de un triunfo opositor parece animarlos como una promesa de un futuro mejor.

Aunque lo expresen con disimulo por temor a ser observados y sufrir represalias o por pudor y verdadera lealtad, entre el chavismo militante se percibe algo semejante.

Lilian Tintori Venezuela

Suhey Rondón, empleada del Instituto Postal Telegráfico, no deja ver quiebres en su identidad política. “Hay que apoyar a la revolución. Así de sencillo”, dijo luego de asegurar que el domingo le dará su voto a Freddy Bernal en Catia. Sin embargo, cuando le pregunté sobre cuál sería el resultado de las elecciones, se mostró menos determinante. “La mayoría decidirá”, dijo. Su compañero de trabajo Jonathan Galindo, lo puso en términos aun más abstractos: “Ganará la democracia”. Luego ambos se miraron y acordaron que sobre todo debía triunfar la paz.

Según el emperador Marco Aurelio, perder no es otra cosa que cambiar. Es muy probable que el 6D se demuestre que el chavismo ya no tiene una mayoría de votos en país —y casi sin duda tampoco una mayoría parlamentaria. El candidato a diputado por el circuito 4 de Caracas, José Guerra cree que el 2016 tendrá una tónica política muy diferente. “No hay capacidad productiva no utilizada, el precio del petróleo ha seguido en caída y hay muy pocas reservas internacionales. Eso hará todo más cuesta arriba. Si la oposición no ganara la mayoría parlamentaria, lo que no aparece en ningún escenario, ganará de todas maneras la mayoría del voto popular. El país cambiará porque se hará evidente que el chavismo ya no es mayoría y ese será un problema mayor para el gobierno que para la oposición”, me dijo Guerra durante el acto de cierre de su campaña.

Para sobrevivir, el chavismo deberá obedecer a la ley del cambio y la transformación. El descontento no es sólo un denominador común entre chavismo y oposición, sino un poderoso vaso comunicante para trasvasar los votos de un campo hacia el otro. Aquellos que se dicen chavistas, pero no “maduristas”, han encontrado una vacuna perfecta para castigar al gobierno sin sentir que han traicionado a su líder. Después de todo, como ya se ha dicho, Maduro no es Chávez.

¿Qué hará el presidente Maduro si la mayoría de los votantes dicen que el modelo revolucionario es errado y que tenemos que probar otro rumbo? ¿Acatará su voluntad, como le toca a un buen gobernante, o se lanzará a la calle, como ha amenazado, con sus huestes paramilitares para seguir sembrando el terror? Ese será uno de los interrogantes principales que arrojará el 6D. Sin embargo, la población, más allá de las banderas políticas, ya ha expresado que está cansada de violencia y que quiere que triunfe la paz.

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Originalmente publicado en ProDavinci


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