2 de diciembre 2015
Nueva York.– En las preliminares de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP21) en París, más de 150 gobiernos enviaron planes para reducir las emisiones de dióxido de carbono de aquí a 2030. Muchos observadores se preguntan si estas reducciones son suficientes. Pero hay una pregunta todavía más importante: ¿servirá el camino elegido hasta 2030 de base para poner fin a las emisiones de gases de efecto invernadero después de ese año?
Según el consenso científico, la estabilización del clima demanda la descarbonización total de nuestros sistemas energéticos y reducir a cero las emisiones netas de gases de efecto invernadero más o menos en 2070. El G7 reconoció que la descarbonización (único modo de salvarnos de un desastre climático) es la meta por excelencia de este siglo. Y muchos jefes de Estado del G20 y otros países declararon públicamente su intención de seguir este camino.
Sin embargo, los países reunidos en la COP21 todavía no están negociando la descarbonización, sino una serie de pasos mucho más modestos, de aquí a 2025 o 2030, llamados Contribuciones Nacionales (INDC, por las siglas en inglés). La de Estados Unidos, por ejemplo, supone un compromiso de reducir las emisiones de CO2 en un 26 a 28%, respecto de los valores de 2005, a más tardar en 2025.
Si bien el hecho de que ya se hayan enviado más de 150 INDC representa un logro importante de las negociaciones climáticas internacionales, la mayoría de los expertos se preguntan si la suma de estos compromisos es suficiente para mantener el calentamiento global por debajo del límite de 2º Celsius (3,6º Fahrenheit) acordado. Está en discusión, por ejemplo, si las INDC suman un 25% o 30% de reducción de aquí a 2030, y si necesitamos 25%, 30% o 40% en esa fecha para no apartarnos del objetivo.
Pero la cuestión más importante es si los países alcanzarán las metas de 2030 en formas que los ayuden a lograr la eliminación total de las emisiones (descarbonización total) en 2070. Si se limitan a adoptar medidas para reducir las emisiones en el corto plazo, corren el riesgo de dejar a sus economías atadas a altos niveles de emisiones después de 2030. En síntesis, la cuestión crucial no es 2030, sino lo que viene después.
Hay motivos para preocuparse. De aquí a 2030 hay dos caminos. El primero, que podemos denominar “descarbonización profunda”, implica implementar de aquí a 2030 medidas que sienten las bases para reducciones mucho mayores después. Al segundo podríamos llamarlo el camino de los “resultados inmediatos”: formas sencillas de reducir las emisiones en forma moderada, rápida y relativamente poco costosa. Por el primer camino tal vez haya pocos resultados inmediatos que cosechar, pero puede que buscar esos resultados se convierta en una distracción o algo peor.
La razón para preocuparnos es esta. El modo más sencillo de reducir las emisiones de aquí a 2030 es convertir las centrales de energía a carbón en centrales a gas. Las primeras emiten unos 1000 gramos de CO2 por kilowatt-hora; las segundas, alrededor de la mitad. Durante los próximos 15 años, no sería difícil construir nuevas centrales a gas para reemplazar las centrales a carbón. Otro resultado fácil de obtener es conseguir grandes mejoras en la eficiencia energética de los motores de combustión interna de los automóviles, de modo de pasar, por decir algo, de 35 millas por galón en Estados Unidos (15 kilómetros por litro) a 55 millas por galón (23 kilómetros por litro) antes de 2025.
El problema es que con centrales a gas y vehículos con motor de combustión interna más eficientes no se llega a eliminar totalmente las emisiones de aquí a 2070. Necesitamos llegar a más o menos 50 gramos (no 500) por kilowatt-hora en 2050. Necesitamos vehículos sin ninguna emisión, no vehículos a gas más eficientes, sobre todo porque es probable que la cantidad de vehículos en todo el mundo se duplique a mediados de siglo.
Para lograr la descarbonización profunda no necesitamos gas natural y vehículos más eficientes, sino centrales productoras de electricidad totalmente no contaminantes y vehículos eléctricos cuyas baterías se carguen en la red de distribución de esas centrales. Esta transformación más profunda, a diferencia de los resultados inmediatos en los que piensan hoy muchos políticos, es el único camino hacia la seguridad climática (es decir, no superar el límite de 2 ºC). Por el camino de la conversión de carbón a gas y los vehículos a gas más eficientes corremos el riesgo de meternos en una trampa de alta emisión de dióxido de carbono.
La figura anterior muestra el dilema. El camino de los resultados inmediatos (en rojo) logra una reducción abrupta de aquí a 2030, y es probable que lo haga con menos costo que el camino de descarbonización profunda (en verde), porque la conversión a electricidad no contaminante (por ejemplo, energía solar y eólica) y al uso de vehículos eléctricos puede costar más que hacer un arreglo simple con nuestras tecnologías actuales. El problema es que el camino de los resultados inmediatos implica menos reducciones después de 2030: es un callejón sin salida. Solamente el camino de la descarbonización profunda llevará la economía al nivel de descarbonización necesario en 2050 y a la eliminación total de las emisiones netas en 2070.
La solución de corto plazo es muy atractiva, especialmente para los políticos, que están atentos al ciclo electoral. Pero es un espejismo. Para que las autoridades comprendan lo que realmente está en juego en la descarbonización y lo que deben hacer hoy para no caer en la trampa de las soluciones fáciles, es necesario que todos los gobiernos formulen compromisos y planes que abarquen no solamente de aquí a 2030 sino, por lo menos, hasta 2050. Este es el mensaje central del Proyecto Caminos para una Descarbonización Profunda (DDPP), que movilizó a equipos de investigación en 16 de los países más contaminantes para preparar planes de descontaminación de aquí a mediados de siglo.
El DDPP muestra que la descarbonización profunda es técnicamente factible y asequible, e identificó caminos para seguir de aquí a 2050 que eluden las trampas y tentaciones de los resultados inmediatos y ponen a las principales economías en una senda hacia alcanzar la descarbonización total más o menos en 2070. Todos ellos se apoyan en tres pilares: grandes avances en eficiencia energética, mediante el uso de materiales y sistemas inteligentes (basados en información); electricidad totalmente no contaminante, a partir de las mejores opciones con que cuente cada país (eólica, solar, geotérmica, hídrica, nuclear y con captura y almacenamiento de carbono); y reemplazo de los motores de combustión interna por vehículos eléctricos, en conjunto con otros pasos hacia la electrificación o el uso de biocombustibles avanzados.
De modo que una pregunta clave para París no es si los gobiernos pueden lograr un 25% o 30% de reducción antes de 2030, sino cómo pretenden hacerlo. Por eso, el acuerdo de París debe estipular que cada gobierno envíe no solo una INDC para 2030 sino también un camino de descarbonización profunda no vinculante para 2050. Estados Unidos y China ya dieron muestras de interés en adoptar esta idea. Así el mundo podrá fijarse un rumbo hacia la descarbonización y evitar la catástrofe climática que nos espera si no lo hacemos.
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Con la colaboración de Guido Schmidt-Traub y Jim Williams
Traducción: Esteban Flamini
Jeffrey Sachs es director del Instituto de la Tierra y de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de la ONU. Guido Schmidt-Traub es director ejecutivo de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de la ONU. Jim Williams es director del Proyecto Caminos para una Descarbonización Profunda.
Copyright: Project Syndicate, 2015.
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