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El precio correcto para proteger nuestro clima

Lograr la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero con el menor costo requiere una revolución en el uso de energías

La canciller alemana, Angela Merkel, saluda al presidente de México, Enrique Peña Nieto, en presencia del secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), José Ángel Gurría, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau (c) y el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim. EFE/Fernando Pérez.

Christine Lagarde

1 de diciembre 2015

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Washington.– Cuando los líderes del mundo se reúnan en París esta semana con motivo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, su tarea será lograr un acuerdo mundial para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Un resultado exitoso, que demuestre que los países pueden trabajar conjuntamente por el bien del planeta, enviaría un poderoso mensaje de esperanza al mundo (y a los parisinos, que mantienen la cabeza en alto después de los recientes ataques terroristas).

Las promesas climáticas se basarán en las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (INDC), o compromisos para la reducción mundial de las emisiones. Creo que el precio de las emisiones debiera ocupar un lugar central en esas promesas.

Lograr la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero con el menor costo posible requiere una revolución en el uso y la producción de la energía. Los aumentos graduales, predecibles y confiables en los precios de la energía proporcionarían fuertes incentivos para que los consumidores redujeran consumo energético. Al mismo tiempo, fijar un precio adecuado a las emisiones de carbono nos permitiría lograr una transición suave mientras nos alejamos de los combustibles fósiles, fomentando las inversiones en innovación tecnológica.

Por eso el personal del Fondo Monetario Internacional ha recomendado una estrategia con tres componentes para los combustibles basados en el carbono: «fijar un precio adecuado, usar inteligentemente los impuestos y actuar ya mismo». Cada una de esas partes es fundamental.


En primer lugar, fijar el precio adecuado para los combustibles fósiles implica tener en cuenta sus verdaderos costos ambientales. Los precios deben trasladar a los usuarios finales el costo completo, no solo de la producción y adquisición, sino también de los daños –incluida la contaminación del aire y el cambio climático– que causa la dependencia intensiva de los combustibles fósiles. Un precio más justo para las emisiones de carbono impulsará el ahorro de energía y la demanda de combustibles más limpios e inversiones más «verdes».

En segundo lugar, el cambio necesario en los precios se alcanzará aplicando impuestos a la energía, con herramientas que son tanto prácticas como eficientes. La mejor opción es incorporar a los impuestos existentes sobre los combustibles una tasa a las emisiones de carbono, y aplicar gravámenes similares al carbón, el gas natural y otros productos derivados del petróleo.

Su impacto sobre la recaudación sería significativo. Si los países con grandes emisiones impusieran precios de 30 USD por tonelada emitida de CO2, podrían generar ingresos fiscales de aproximadamente el 1 % de sus PIB. Esos ingresos se podrían usar para gestionar la carga fiscal general derivada de la acción climática y para financiar recortes en los impuestos al trabajo y el capital, que distorsionan la actividad económica y limitan el crecimiento, o para reducir los déficits cuando sea necesario.

En pocas palabras, fijar un precio a las emisiones de carbono tiene que ver con impuestos «inteligentes», no más elevados. Los impuestos inteligentes se deben implementar gradualmente para que los hogares y las empresas dispongan de tiempo para adaptarse y que las nuevas tecnologías comiencen a funcionar. Los ajustes graduales y personalizados son especialmente importante para las economías en vías de desarrollo, muchas de las cuales aportan muy poco a las emisiones mundiales. Puede hacer falta tiempo, en muchos casos, para garantizar que haya redes de protección social que protejan a los hogares con bajos ingresos y para proporcionar programas de capacitación a los trabajadores de las industrias con uso intensivo de la energía. Este enfoque también permitiría que las inversiones climáticas sean financiadas a través de flujos de capital privado.

En tercer lugar, no hay tiempo que perder: los responsables de las políticas deben actuar inmediatamente. Considerando la baja en los precios de la energía, nunca hubo un mejor momento para iniciar la transición hacia una fijación de precios inteligente, creíble y eficaz para las emisiones de carbono. Los países tampoco deben esperar que otros actúen primero. El trabajo en el FMI ha demostrado que fijar un precio justo a las emisiones de carbono favorecería a muchos países –incluso si ignoramos los efectos adversos del clima sobre los demás– porque los ayudaría a solucionar importantes problemas ambientales internos. Según la Organización Mundial de la Salud, la contaminación del aire exterior causa más de tres millones de muertes prematuras al año. Y la acción temprana es fundamental para evitar tener que implementar esfuerzos mucho más drásticos y costosos más adelante.

Antes de la cumbre de París, más de 160 países presentaron sus compromisos de mitigación de emisiones. Mediante la implementación de estos compromisos, los países reducirán sustancialmente el calentamiento global proyectado para el futuro.

El desafío ahora es cumplir esas promesas y por eso necesitamos dar un impulso concertado a la fijación de precios de las emisiones de carbono. En París, un grupo selecto de líderes que son verdaderos paladines de la fijación de precios a las emisiones de carbono lanzarán un llamado a la acción. El Panel de Fijación del Precio del Carbono, liderado por el FMI y el Banco Mundial, aumentará aún más el impulso a las políticas a nivel nacional, regional y municipal.

Además de los esfuerzos del sector público, también necesitamos una sólida participación de las instituciones y los mercados financieros. Los instrumentos de cobertura, como los llamados «bonos catástrofe», pueden ayudar a tomar seguros contra el aumento del riesgo que generan los desastres naturales. Otros instrumentos financieros, como los índices bursátiles «verdes» y los bonos «verdes», pueden ayudar a reasignar las inversiones hacia sectores que apoyan el crecimiento ambientalmente sostenible. Aquí también, unos precios predecibles y suficientemente elevados para las emisiones de carbono resultan fundamentales para orientar las elecciones de inversión.

Hay mucho juego esta semana en la Ciudad Luz. París recientemente experimentó lo peor de la humanidad. La cumbre climática será una oportunidad para mostrar lo mejor de ella.

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Traducción al español por Leopoldo Gurman.
Christine Lagarde es directora gerente del FMI.
Copyright: Project Syndicate, 2015.
www.project-syndicate.org

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