30 de noviembre 2015
La historia de Venezuela pasa por la búsqueda de soluciones a nuestros problemas a través del cambio de líderes y personas que han detentado el poder, bajo la tesis errada de que la causa de todos nuestros problemas es el quién. De este modo nuestros antepasados sacaron a Colón, a Emparan, a Bolívar, a Páez, a los Monagas, a Guzmán Blanco y a un largo etcétera. Más recientemente hemos salido también de Medina Angarita, de Pérez Jiménez, de los adecos, de los copeyanos; y cuando pensábamos que nadie podía ser peor…
El empobrecimiento (económico y de valores) que nuestra sociedad está padeciendo ocurre porque el problema central no radica en cambiar a alguien, sino en cambiar algo, en el que, además, todos estamos involucrados. Se refiere a la forma como nos organizamos, nos relacionamos, solucionamos nuestros conflictos y participamos en la construcción del país. No importa la persona que se encuentre al mando: si no contamos con un set de reglas que permitan el equilibrio de fuerzas y garanticen los derechos de todos por igual, estaremos condenados al fracaso. Se puede tener como piloto a Michael Schumacher en sus tiempos de gloria, pero, si en vez de un Ferrari le diéramos una carcacha, difícilmente podría ser campeón de Fórmula 1.
Pero, ¿cuál es el cambio que requiere Venezuela? Son varias las cosas que hay que mejorar en lo económico, lo político y social. Considero prioritario sustituir el modelo de intervencionismo y control -que además de ser ineficiente estimula la corrupción- por un modelo de libertad y apertura económica. Estimular la producción, sustituir las importaciones públicas y las expropiaciones por empresas privadas, establecer un marco jurídico claro y fomentar la competencia, es la mejor manera de erradicar la inflación y el desabastecimiento.
Rescatar el sistema jurídico para convertirlo en algo decente, que evidentemente no es hoy. Eliminar el abuso de poder y la dependencia de las instituciones al gobierno central, cambiándolo por un sistema de derechos y división de poderes. De nada sirve que en la Constitución aparezcan plasmados cinco poderes públicos, si al fin y al cabo todos se encuentran arrodillados ante el gobernante de turno. Sólo la autonomía de las instituciones permitirá acabar con la criminalización de la disidencia en favor de un sistema de derechos políticos plenos, que se caracterice por respetar las diferencias.
Otro elemento que debemos cambiar es el control y presión existente sobre los medios de comunicación, por un sistema pleno de libertad de expresión, donde no tenga cabida la censura ni la autocensura. La calidad de una democracia puede ser medida por el trato y respeto que se les da a los medios que no son afectos al gobierno.
Finalmente, es urgente sustituir la guerra de Pinochos entre adversarios polarizados, por el debate serio y responsable en materia política y económica. Ya basta de mentir al pueblo y de intentar enamorarlo con promesas populistas que, además de no ser sostenibles, terminan agravando los problemas en vez de solucionarlos.
El cambio entonces no implica excluir a nadie sino tratar de integrar a todos para construir un país estable y respetable. La clave no es quitar a un excluyente por otro que te guste más, sino cambiar la exclusión por la inclusión. Solo restituyendo consensuadamente las reglas de juego -a través de las cuales se van a dirimir los disensos naturales de una sociedad libre- podremos tener una Venezuela estable y desarrollada.
¿Te preguntas por qué vale la pena votar el próximo domingo? Agarra sólo una de las cosas mencionadas, incluso la que te parezca menos relevante y sólo esa te responderá con creces ese por qué. ¡Vota!