9 de noviembre 2015
Nunca, y menos en política, hay que dejarse guiar por las apariencias. Éstas son, como bien se sabe, muy malas consejeras. Si las impresiones dominaran nuestro análisis se podría afirmar, sin duda, que Mauricio Macri será el próximo presidente argentino. Esto dicen las encuestas, que le dan entre 8 y 10 puntos de ventaja, esto dicen las interpretaciones sobre transferencias de voto en la segunda vuelta, que asumen que dos de cada tres votantes de Sergio Massa apoyarán al candidato de Cambiemos, y esto dice también el clima de cambio imperante en el país.
Sin embargo, hay que ser prudentes y no echar las campanas al vuelo. La campaña negativa del gobierno y sus medios afines han comenzado a machacar insistentemente en torno al apocalipsis que vendría si la derecha oligárquica, vendepatrias y neoliberal se impone el 22 de noviembre. Todo el peso del gobierno y del aparato del estado se ha movilizado tras el candidato oficialista Daniel Scioli. Los recursos y los espacios públicos (ministerios, universidades, empresas estatales y provinciales, escuelas y otras dependencias oficiales) se utilizan sin tapujos para pedir el voto por la continuidad kirchnerista.
Hasta conocer el nombre del próximo presidente habrá abundantes interrogantes sin respuesta, aunque su formulación permite despejar las principales incógnitas del futuro que se avecina. La primera, ¿Macri o Scioli?, es la más obvia, pero de su contestación emanan otras cuestiones de más compleja interpretación. ¿Pervivirá el kirchnerismo después del 10 de diciembre, cuando se traspase el poder? ¿Quién o quiénes controlarán el peronismo? ¿Cuán profunda e inmediata será la corrección del rumbo económico: devaluación, eliminación del cepo cambiario, negociación con los “fondos buitre”, rediseño del índice de precios al consumo (IPC) y del organismo encargado de medir la inflación y la pobreza? ¿Cuál será el impacto regional del cambio que provoque el nuevo inquilino de la Casa Rosada?
Las dos primeras preguntas están relacionadas y su respuesta depende del resultado electoral. Lo más problemático es el futuro del kirchnerismo una vez desprovisto de sus resortes de poder y sin control presupuestario. La pérdida de la provincia de Buenos Aires aumentó la sensación de orfandad entre los militantes. El recurso al empleo público para mantener prietas sus filas es limitado. De ahí que se recurra a organismos internacionales para que al menos los altos cargos encuentren un nicho donde sobrevivir en caso de debacle. Pero una victoria de Scioli puede ser igualmente complicada para el futuro de las hasta ahora carreras prometedoras de los chicos de la Cámpora, familiares y allegados.
En relación al control del peronismo la identidad del triunfador interesa y mucho. La victoria de Scioli le daría la legitimidad necesaria para subordinar al Partido Justicialista, apoyándose en una potente liga de gobernadores peronistas. Caso contrario, el bisturí debería actuar con mayor profundidad, especialmente tras el inicio del ajuste de cuentas posterior la derrota. Un proceso que, por cierto, ya ha comenzado. Pese al intento presidencial después del descalabro de la primera vuelta de negar cualquier responsabilidad en el resultado, la sed de venganza será intensa. Esto debería facilitar las cosas al tándem Massa – José Manuel de la Sota, aunque sin descartar a priori la emergencia fulgurante de algún otro gobernador peronista.
Más allá de lo que Macri y Scioli puedan decir o callar en la campaña, sus equipos económicos, integrados por buenos profesionales, conocen el profundo deterioro de la economía argentina y el estrecho margen de maniobra que tienen para actuar. Sea con el mayor gradualismo sciolista o con la clara determinación macrista, la ventana de oportunidad para corregir el rumbo de las cosas es pequeña e insta a una actuación contundente. Ya se verá cuán profunda será, pero de lo que habrá pocas dudas es de la intensidad de la limpia. Inclusive se especula con el futuro del máximo dirigente de YPF, Miguel Galuccio, muy vinculado a Cristina Fernández.
La desaparición de un Kirchner de la constelación regional de presidentes populistas debilitará al ALBA y a sus círculos de poder concéntricos, como la secretaría general de UNASUR. Las deudas y compromisos de Scioli con Maduro, Correa, Morales o Raúl Castro son sensiblemente inferiores a los de sus dos predecesores. Ni que decir tiene que la situación de Macri es muy distinta. La mejor prueba de lo que puede suceder con el cambio de gobierno la tendremos antes de la asunción del nuevo presidente, en relación con las elecciones legislativas venezolanas del 6 de diciembre.
Antes de esa fecha habrá, con mayor intensidad en un caso que en otro, pero habrá, un llamado a la prudencia y a la mesura del gobierno de Maduro, y posteriormente, si se vulneran libertades individuales o se constatan prácticas fraudulentas, una auténtica condena de lo ocurrido. A partir de aquí cada cual puede elaborar sus escenarios.
Si algo demostraron los resultados de la jornada electoral del 25 de octubre pasado es que el deseo de cambio en la sociedad argentina era de un profundo calado. Habrá que ver si es suficiente para producir la alternancia en el gobierno o si asistiremos a una victoria oficialista. De todos modos, todo indica que llegan nuevos aires a una Argentina muy necesitada de ellos.