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El “régimen de verdad” del FSLN

El “régimen de verdad” que se atribuye el FSLN respecto a la autonomía es un pernicioso tramado en contra de organizaciones indígenas

Miguel González

28 de octubre 2015

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"Autonomy has always been an aspiration carefully preserved in the hearts of the Atlantic
Coast people throughout our history" (Ronald Brooks, 2000)

El 30 de Octubre del 2015 se cumplirán 28 años desde que la Asamblea Nacional de Nicaragua aprobó el Estatuto de Autonomía de las Regiones de la Costa Atlántica. Como ya es costumbre, las escuelas públicas y Universidades de la Costa Caribe conmemorarán el evento con una marcha cívica, los Consejos Regionales celebrarán con una sesión especial de la cual no habrá noticia, y en Managua habrá fiesta, música, comida y poesía costeña, de lo que sí habrá noticia.

No obstante, las Regiones del Caribe llegan a este nuevo aniversario con un nivel de polarización social y política solo comparable a 1981 cuando el FSLN emergía como una organización triunfante en su lucha contra Somoza, y su control hegemónico se extendía a todos los rincones del país. Fue en aquel contexto que el movimiento social indígena Miskitu y Afro-descendiente definió una identidad política propia, exigió jugar un rol clave en los asuntos de la Costa, y desafió al FSLN como la “única vanguardia” del país. Del conflicto armado que resultó de ese desencuentro y luego de varios años de negociaciones de paz, se estableció en Octubre de 1987 el régimen de autonomía de la Costa.

Hoy esa historia de tensiones, conflictos acumulados y animadversión se repiten, y abonan a la desconfianza entre costeños, y entre costeños y las instituciones del Estado y sus representantes.


Al igual que en 1981, el FSLN tiene el control hegemónico de las instituciones del Estado y de los órganos de elección popular, un aparato ideológico propagandístico sólido y un ejercicio casi pleno la soberanía en el territorio costeño. Ante la demanda indígena por la autodeterminación, en 1981 el FSLN se inclinó por la fuerza. Hoy día ese control es aún mayor pues el FSLN reclama como patrimonio el régimen de autonomía, como el legado de la Revolución; únicamente posible por la benevolencia del gobierno que “restituye” los derechos de los y las costeñas.

El desafío para el pensamiento autonomista costeño es desmantelar esta falsa y contradictoria pretensión del FSLN. Como claramente lo plasmó Ronald Brooks, escritor, maestro y poeta costeño en un libro de texto de secundaria (epígrafe de este artículo), la autonomía no pertenece al legado político de ningún partido, sino a los deseos y aspiraciones de los pueblos de la Costa Caribe. Hoy este principio adquiere el carácter de revelación, de una epifanía necesaria para el re-encuentro de la sociedad costeña caribeña.

El “régimen de verdad” que se atribuye el FSLN respecto a la autonomía es el precepto más pernicioso tramado en contra de las organizaciones indígenas, afro-descendientes y mestizas autonómicas que se oponen a la visión desarrollista y neoliberal del actual gobierno del FSLN respecto a la Costa. Y son vulnerables a ese régimen pues se utiliza para desacreditarles y desmoralizarles: los dirigentes principales de YATAMA, por ejemplo, han sido acusados ante los tribunales de traficar con la tierra comunal indígena – una imputación que cuestiona lo mas sensible de sus principios respecto a la lucha por los derechos colectivos de los pueblos indígenas; al gobiernos territorial Rama-Kriol se le representa como incapaz de visualizar las oportunidades de desarrollo que traerá el Canal Interoceánico, a cambio de una concesión relativamente “benigna” y no-privatizadora de sus las tierras comunales; al gobierno territorial Kriol de Bluefields se les deslegitima por no poder demostrar apego al territorio que reclaman, estar divididos en “bandos” y acumular demandas fuera de lo razonablemente posible. A las organizaciones civiles independientes aliadas de los derechos de los pueblos, se les considera adversarias del FSLN y la autonomía “hija de la Revolución.”

Es decir, bajo este “régimen de verdad” el FSLN es el árbitro autonómico, poder estatal benevolente y conciencia costeña. Nada había antes, nada es concebible fuera de los límites de este régimen; que también se utiliza para castigar a quien piense y actué diferente. Y los férreos autonomistas de ayer hoy se acomodan a ese régimen de verdad, sea para sobrevivir o para navegar las turbias aguas de esa hegemonía.

Los gobiernos liberales que antecedieron a la actual administración del FSLN no ocultaron su animosidad hacia la autonomía y los derechos costeños. Esa antipatía se expresó abiertamente, en acción y omisión. Los Consejos Regionales acorralados e disfuncionales por las pugnas inter-partidarias, sus presupuestos intencionalmente reducidos, decenas de concesiones de recursos naturales entregadas a empresas nacionales e internacionales, y el reconocimiento a la propiedad indígena de la tierra fue tenazmente restringido. Pero los gobiernos liberales nunca tuvieron el grado de control político que hoy tiene el FSLN, y tampoco fueron capaces de desafiar las ideas autonomistas con un discurso propio. Ese ataque estuvo siempre enraizado en el discurso neoliberal, pro-capitalista, sin disfraces.

En cambio el FSLN enarbola una bandera autonomista, que en sus bases y para todos sus efectos prácticos es profundamente neoliberal. Es además contradictoria, pues intenta conciliar un modelo de economía extractiva con un marco de derechos restringidos de autonomía. Pretende promover la participación ciudadana, siempre y cuando ésta sea regulada y subordinada a la visión del partido. Así se justifica intervenir los procesos de elección de las autoridades territoriales indígenas, para asegurar que los electos prometan alineación y obediencia. El gobierno del FSLN avanzó en la titulación de los territorios, pero ha sido impasible a la urgencia del saneamiento. Y dice representar a los pobres, sean o no indígenas, campesinos colonos y no-colonos, Afro-descendientes y mestizos costeños, pero esquiva atender a los conflictos que acrecienta las tensiones en la convivencia diaria, por ejemplo, las ocupaciones ilegales de los territorios de propiedad comunal.

Este “régimen de verdad” que el FSLN ha construido alrededor del régimen autonómico debe ser confrontado en el campo de las ideas y en la práctica. En la práctica hay constantes ejemplos de este desafío: a través de recursos legales en el sistema judicial nacional para evitar un mayor despojo y abuso de los derechos de los pueblos indígenas; en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, a donde han recurrido mas de una vez las organizaciones cívicas costeñas para exigir el respecto a la autodeterminación de los pueblos indígenas y Afro-descendientes. También esas redes costeñas van construyendo alianzas nacionales en la lucha contra el autoritarismo del FSLN.

En el campo de las ideas es tiempo de dar la bienvenida a las distintas maneras de repensar el régimen de autonomía. Desde las propuestas que imaginan un espacio libre del poder colonial del Estado (la autonomía descolonizadora), hasta las visiones que sugieren fortalecer los territorios, el poder de la comunidad y sus autoridades territoriales. Este debate ya tiene lugar en países como Bolivia, México y Ecuador. Pero este ejercicio analítico/práctico también requiere desmantelar críticamente las razones por las cuales después de casi tres décadas el régimen de autonomía ha sido incapaz de cumplir sus promesas, se ha especializado como caja de resonancia del poder del estado centralista-mestizo, y lo que es peor, convertido en el peor adversario del ejercicio efectivo de los derechos de los pueblos de la Costa Caribe.


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Miguel González

Miguel González

Miguel González (PhD, Universidad de York) es profesor asistente en el programa de Estudios de Desarrollo Internacional en la Universidad de York. Su investigación examina el autogobierno indígena y los regímenes autónomos territoriales en América Latina.

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