27 de octubre 2015
Managua de nuestros recuerdos, Managua de nuestros sueños y pesadillas, Managua posible y deseada, Managua denostada y detestada, todas las Managua que cada uno de nosotros lleva dentro y cuyo desarrollo sostenible, quisiéramos fuera una realidad en el corto plazo.
El reciente conversatorio sobre Managua, en un conocido centro cultural de la capital, fue una muestra palpable de la urgente necesidad que tiene la sociedad de esta caótica ciudad de discutir los muchos aspectos de su caleidoscópica realidad y encontrar respuestas conducentes a su proyección como ciudad moderna, sostenible, ordenada y con carácter propio.
Tal como existe hoy en día, Managua es una ciudad ineficiente, derrochadora e insostenible en el mediano y largo plazo. Desde su ubicación en una zona de alta sismicidad, pasando por el pobre manejo de los recursos hídricos y de las aguas servidas, la ineficiencia de su infraestructura básica, el crecimiento urbano descontrolado que genera enormes carencias en el equipamiento de grandes masas poblacionales, hasta la falta de aplicación sistemática de los Planes Urbanos existentes y los constantes cambios de uso del suelo, hay una miríada de factores que afectan seria y sostenidamente el crecimiento y ordenamiento de nuestra capital.
Managua “funciona” con altísimos e inaceptables costos en energía, transporte, combustible, agua potable, entre otros. Una red viaria en la que convergen bolsones de población aglutinados en barrios de nueva y vieja data, residenciales y asentamientos espontáneos que crecen como hongos, sin orden ni concierto. ¿Quién o qué instancia controla este enorme rompecabezas?
Quiero referirme a los cambios de uso de suelo en zonas residenciales, como Altamira, Colonial Los Robles, Los Robles, Colonia Centroamérica, etc., que algunos expertos locales explican que se han hecho por la urgente necesidad de responder a las demandas del sector económico, lo cual es aceptable.
Lo que sí es inaceptable es que esos cambios de uso de suelo se hagan de forma descontrolada y arbitraria, sin tomar en consideración ninguno de los requisitos que éstos demandan en términos de circulación viaria y peatonal, espacios obligatorios de estacionamiento, dotación de infraestructura de seguridad contra incendios u otros desastres. Los peatones son los eternos olvidados en este cuadro donde la prioridad está dada al comerciante y a los vehículos. Así, se destruyen aceras y se talan árboles; se incorporan aquéllas a los espacios comerciales como los restaurantes, lanzando al peatón directamente a la calle; se contamina visualmente con cientos de mantas, rótulos y carteles las otrora tranquilas calles de los residenciales, sin olvidar la contaminación acústica de los cláxones de los buses, taxis y camiones que no tiene parangón en todo el territorio nacional. Managua se ha convertido en un gigantesco mercado formal e informal que genera cantidades ingentes de basura que ahoga calles, cauces, tragantes, parques y cuanto espacio haya, excepto los pocos basureros existentes.
Además de Planes Directores, Planes Maestros, Planes de Desarrollo Urbano, entre otros, un verdadero esfuerzo de ordenamiento urbano de Managua requiere de una férrea voluntad política que APLIQUE las normativas existentes sin caer en las excepciones que parece ser se han convertido realmente en las normas. Los planes se convierten en papel mojado ante la indisciplina de los ciudadanos y la apatía de las autoridades que prefieren ver para otro lado, sin preocuparse del daño causado y sus consecuencias en el futuro de nuestra ciudad y sus habitantes.
Urge, entre otras iniciativas, fomentar la participación ciudadana, una cultura de civismo, hábitos sanitarios, ahorro y utilización consciente de recursos naturales como el agua e imbuir a las nuevas generaciones de la aspiración a una ciudad mejor, en la que el despilfarro, la suciedad, el irrespeto a los derechos de los demás, la indisciplina y la irresponsabilidad no sean parte de la práctica diaria.
Amelia Barahona
Managua, 26 de octubre de 2015