16 de octubre 2015
Las previsiones económicas sobre el futuro de América Latina no pueden ser más preocupantes. Es verdad, una vez más, que toda generalización es contraproducente y que el futuro de México, América Central y el Caribe es menos sombrío que el de América del Sur. O que inclusive dentro de esta última no será lo mismo el porvenir de aquellos que forman parte de la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia y Perú), que el de los integrantes de Mercosur o del ALBA. Inclusive en este grupo hay grandes diferencias. Venezuela, Brasil, Ecuador y Argentina, por un lado. Paraguay, Uruguay y Bolivia, por el otro.
En este contexto casi todas las miradas preocupadas se dirigen hacia oriente, buscando en la desaceleración china las respuestas que permitan explicar las fuertes turbulencias que ya se han instalado en el continente. Y siendo esto cierto, resulta llamativo que son muy pocos en América del Sur los que intentan discernir qué complicaciones para sus respectivos países y para la región podría ocasionar un agravamiento de la coyuntura económica y política de Brasil, un país que supone el 60% del PIB suramericano. Evitando, eso sí, cualquier comparación con China.
No hay duda de que el gigante sudamericano está enfermo y sus problemas se pueden contagiar mucho más allá. La industria argentina, especialmente la del automóvil, que tiene en Brasil un importante mercado, ya ha comenzado a sentir las consecuencias. Las carteras de pedidos disminuyen por el retraimiento de la demanda brasileña. Simultáneamente aumentan los despidos y el desempleo en Argentina no deja de crecer.
Pese a estar en plena campaña electoral, a escasas dos semanas de unas presidenciales decisivas para el futuro argentino, el tema Brasil apenas se menciona. O quizá precisamente por eso. Para no dar malas noticias a una sociedad que insiste en seguir instalada en la nube de que “vivir con lo nuestro” todavía es posible. Para los candidatos argentinos Brasil existe en la medida que se pueda trasladar el mensaje de algún apoyo o algún guiño de Dilma Rousseff, de Lula o de cualquier otro político local.
Aunque no están en campaña, en buena parte de los demás países de la región se piensa y actúa de modo similar. Sin embargo, los efectos económicos y políticos de la crisis brasileña pueden ser importantes. Si bien el comercio intrarregional en América Latina es de sólo el 19%, una suma muy inferior a la de Asia Pacífico (50%) o de la UE (59%), el porcentaje es algo mayor en América del Sur. El mercado brasileño sigue siendo importante para los países del Mercosur.
Más allá de que el aspecto financiero resulte secundario en las relaciones económicas de Brasil con sus vecinos, tampoco puede descartarse fácilmente. En los años anteriores el BNDES (Banco Nacional de Desenvolvimento Econômico e Social) financió importantes obras de infraestructuras en diversos países sudamericanos e incluso más allá, como fue el caso del Puerto del Mariel en Cuba. Las repercusiones de la corrupción en Petrobras más la recesión de la economía brasileña han disminuido este tipo de inversiones.
La inestabilidad política también puede pasar factura allende las fronteras de Brasil, pese a la omnipresencia de la “no injerencia” entre los gobiernos del área. Para empezar, una administración ensimismado en sus problemas se sentirá fuertemente tentada a centrarse en las cuestiones más cercanas e inmediatas, olvidando cualquier actitud que refuerce su liderazgo regional.
Probablemente se vea reducido el papel de Brasil en Mercosur y Unasur y mermada su capacidad de impulsar la inacabada negociación con la UE. ¿En qué condiciones está el gobierno brasileño, bien en privado, como dice que le gusta, o bien públicamente, de hacer escuchar sus puntos de vista en relación con las próximas elecciones parlamentarias en Venezuela? ¿Qué hará en el supuesto de graves violaciones de los derechos humanos?
Dilma Rousseff, en un alarde de victimismo, ha acusado a la oposición de preparar un “golpe democrático a la paraguaya”. Hasta donde se sabe el empeachment está recogido en la Constitución brasileña y si hay indicios de delito y una mayoría suficiente, la destitución del presidente es perfectamente legal y totalmente democrática. De momento no resulta nada claro que tal iniciativa prospere. Ahora bien, si eso ocurre, ¿cómo reaccionarán los gobiernos de la región?, ¿alguno ha dedicado más de cinco minutos en pensar tal posibilidad?, ¿cómo influiría una hipotética salida de Rousseff del gobierno los difíciles equilibrios en la región y sus organismos multilaterales, comenzando por Mercosur y Unasur?
La reciente firma del TPP, Acuerdo TransPacífico, ha agravado las cosas al volver a introducir en la ecuación las diferencias entre los países de Mercosur y los de la Alianza del Pacífico. El grado de apertura de los últimos no tiene parangón con la cerrazón de los primeros. Una nota publicada en El País, de Montevideo, se titula: “El acuerdo del Pacífico ahoga a Uruguay en el cerrado Mercosur”, una realidad que responde básicamente a las políticas comerciales de Brasil y Argentina, poco inclinadas a favorecer la apertura y el libre comercio.
De la misma manera que todos los países de la región han decidido afrontar el declive chino de forma bilateral, excluyendo de raíz cualquier aproximación regional al problema, las conductas dominantes frente a la crisis de Brasil son similares. Con el agravante de que en este caso predomina la política del avestruz. Una vez más los gobiernos y las sociedades de América Latina eligen vivir de espaldas a la realidad, pensando que de ese modo el futuro podrá ser más promisorio.
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El autor es Catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), de España e Investigador Principal para América Latina y la Comunidad Iberoamericana del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos.
Publicado originalmente en Infolatam.