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La Revolución Bolchevique

Mi periplo por los países socialistas dejó en mí una profunda decepción, y aguzó mi ojo crítico con la Revolución de Nicaragua

Bolshevik (1920), by Boris Kustodiev

Eduardo Estrada

13 de octubre 2015

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Al parecer ya nadie celebra la gloriosa Revolución Rusa de octubre de 1917, y noventa y ocho años después de aquel gran suceso, para los que la recuerdan, sólo queda una estela de tragedia, el recordatorio de un intento fallido por realizar una de las utopías más nefastas de la Humanidad, una revolución que tuvo su máxima encarnación en José Stalin, un símbolo del Gulag.

Conocí Moscú en 1984, cuando apenas tenía 23 años, un viaje que significó mucho para mí, pues iba a poder comprobar la realidad del socialismo en la URSS. El cerrado protocolo soviético no permitía salirnos de la agenda oficial, pero un amigo y yo, logramos escaparnos una noche para caminar por las calles y conocer un poco la ciudad moscovita. Algo que no pudimos repetir ni la Mongolia socialista ni en la Corea del Norte de Kim IL SUM.

En uno de los bulevares encontramos a un par de ciudadanos soviéticos, y en un mal inglés, nos identificamos como nicaragüenses. La acogida fue inmediata, tanto fue el entusiasmo de los camaradas, que nos llevaron a su apartamento, ubicado a unas cuantas calles de nuestro lujoso hotel. Ellos vivían en un apartamento de un edificio de varios pisos, y al subir por las escaleras pude sentir de inmediato que entrábamos a una residencia en malas condiciones, mal pintada y sin confort.

Continuamos hablando de Nicaragua y la revolución, y cuando ya entramos al apartamento y después de los saludos de rigor con la pequeña familia, no pude dejar de sentir la opresión de estar en una caja de fósforo. “Si este es el socialismo a que nos quieren llevar en Nicaragua, me dije, no es lo que tenía pensado de su significado”.


Regalé un anillo de fantasía a la esposa de uno de nuestros camaradas y sus lágrimas brotaron de sus ojos forma inmediata. Su esposo no hallaba cómo compensarnos, y en un acto de generosidad, se quitó de su mano su viejo reloj y me lo regaló…y aun cuando rechacé su oferta, fue imposible convencerlo. La amistad es muchas veces es impresionantes entre ciudadanos de países distintos.

Había llegado a Moscú en otoño en una delegación oficial como periodista, y además de presenciar el cambio de la guardia de honor del mausoleo de Lenin en el Kremlin, tuve la oportunidad de visitar el museo Alexander Puskink, entre muchas otras actividades oficiales que nos pretendían dar la sensación que estábamos en el país de los soviets…Lenin representaba entonces para muchos jóvenes, el icono del socialismo y la creación de una nueva sociedad.

Había entonces leído el folletín de Carlos Fonseca, Un nicaragüense en Moscú, pero también el informe del XX Congreso del PCUS, en que se denunciaban los crímenes de José Stalin. Unos años antes había leído Fundamentos del socialismo del camarada Stalin, y todavía aún resonaban en mí sus palabras: “Te juramos camarada Lenin ser defensores del socialismo…te juramos…”.

No había estatuas de Stalin en Moscú ni fotografías gigantescas, pero su pensamiento y forma de gobernar estaban aún presentes. Stalin fue el líder forjador de un imperio que logró atrapar a media Europa y distribuir por el mundo una doctrina que encadenó la creatividad de decenas de países y millones de seres humanos, en diferentes versiones que nos fueron presentadas por George Pulitzer, Marta Harnecker, y la amplia bibliografía de la Editorial Progreso. Stalinismo y leninismo eran indisolubles, por mucho que se rasgara la vestidura el defenestrado León Trotsky.

La Revolución de octubre de 1917 estuvo precedida por la I Guerra Mundial que estalló en 1914 y la lucha centenaria de los pueblos del imperio Ruso por derrocar el poder de los zares. La crisis económica, el hambre, y la doctrina marxista que fructificó exponencialmente en el imperio, aunado al descontento del ejército, hicieron posible el triunfo de la revolución. Líderes carismáticos como Lenin, Trotsky, entre otros, ofrecían a los pueblos del imperio ruso un futuro mejor, una sociedad sin opresores ni oprimidos, el acceso a la tierra, la socialización de los medios de producción y relaciones sociales de igualdad.

Una doctrina pensada para la Europa industrializada pegó con una fuerza increíble en una sociedad agrícola, con un capitalismo incipiente, pero Lenin y Trotsky, con su equipo de agitadores y propagandistas, hicieron creer a los obreros, en alianza con los campesinos, que ellos serían los protagonistas y dirigentes de una nueva sociedad.
El zar Nicolás abdicó del poder gracias al desbarajuste del ejército y la presión de las “grandes masas”, organizadas en los soviets.

En febrero de 1917 se cantaba la Internacional en las ocasiones ceremoniales, abundaban las bravatas y el socialismo estaba en la cima de la popularidad. El gobierno provisional bajo el mando del liberal Gueorgui Lvov gobernaba solamente con permiso del Soviet de Petrogrado, nos relata Robert Service, en su biografía Stalin. Atrás había quedado la frustrada Revolución de 1905 y tras la revolución de febrero de 1917, los bolcheviques aún debatían si apoyar o no al gobierno provisional.

Los bolcheviques, que habían cuestionado al gobierno provisional en primavera, organizaron una masiva manifestación de protesta el 4 de julio de 1917, bajo la consigna « ¡Todo el poder para los soviets!» y se proponían suplantar al gobierno. A pesar de que fueron acompañados por los marineros de la guarnición de Kronstadt fueron invitados a participar armados, la intentona golpista fracasó.

Tras la intentona golpista, el gobierno provisional mandó a apresar a varios de los dirigentes bolcheviques. Lenin y Zinóviev habían huido. Trotski, Kámenev y otros dirigentes se encontraban en prisión. La dirección del partido quedó en manos de Stalin y Sverdlov, ya que eran los únicos miembros del núcleo interno del Comité Central que seguían en libertad. Dadas las condiciones políticas, Stalin empezó a tener mayor peso y reconocimiento en el partido bolchevique.

El gobierno provisional aún se mantenía beligerante en la guerra contra Alemania, uno de los factores que fueron aprovechados por los críticos del nuevo régimen y tras la intentona de un golpe de estado por parte de líderes del ejército, Kerenski, tomó el poder del gobierno provisional.

El 15 de septiembre de ese mismo año, Lenin envió una carta al comité central del partido bolchevique en la que reclamaba que se iniciasen los preparativos para una insurrección armada, una propuesta que se reforzó con el regreso de Trotski, el gran protagonista de la revolución de 1905. Los dirigentes bolcheviques Kámenev y Zinóviev, se opusieron a la propuesta de Lenin, pues aún creían que Rusia debía cumplir una etapa democrática-burguesa, según la jerga de entonces.

Pero la propuesta leninista, que fue apoyada también por Stalin, fue aprobada por el partido bolchevique.
El 25 de octubre de 1917 a través del Comité Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado, se iniciaron los ataques que culminarían con el golpe de Estado. Trotski y otros dirigentes bolcheviques controlaban las guarniciones de la capital y dirigían a las tropas leales para tomar las oficinas de correos y telégrafos, las sedes del gobierno y el Palacio de Invierno.

La primera revolución socialista, lograda a través de un golpe de Estado, conmovería la historia mundial. La mayoría de los bolcheviques de Petrogrado y de las provincias suponían que el derrocamiento del gobierno provisional se había llevado a cabo para establecer un gobierno revolucionario que reuniese a todos los partidos socialistas, pero desde los primeros días del triunfo bolchevique, se avizoraba que una dictadura férrea, la “dictadura del proletariado” sería la nueva forma de gobierno opresivo de los pueblos de lo que unos años más tarde se aglutinarían en el acrónimo URSS.

Lenin y Trotski eran sus dirigentes más populares, pero Stalin, que no menospreciaba la fuerza del silencio, encarnaría unos años más tarde la revolución bolchevique de octubre 1917. Mi periplo por los países socialistas dejaría en mí una profunda huella de decepción, y aguzó mi ojo crítico con el proceso revolucionario que entonces se llevaba en Nicaragua.


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Eduardo Estrada

Eduardo Estrada

Escritor y desarrollador de aplicaciones educativas. Director del Centro de Entrenamiento y Educación Digital (CEED).

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