22 de septiembre 2015
La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado,
también se manifiesta en los síntomas de enfermedades que advertimos
en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes.
Laudato si, Papa Francisco, mayo de 2015.
El pueblo ha sido abandonado, los cultivos están marchitos, la tierra árida, los pozos se han secado, la lluvia no cae desde hace algún tiempo, no hay nada qué hacer en donde al agua ha desaparecido… “aquella era una tierra en donde no faltaba el agua en ninguna época del año”. Un niño huye del desamparo y los hombres con el alguacil lo persiguen, la violencia y el abuso de la autoridad en el pueblo que ha quedado en la miseria, van tras el niño que escapa y se refugia entre las cabras del pastor que deambulan en una llanura lejana y lo acoge… Es la historia que como un atento observador cuenta el publicista y escritor español Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) en la novela Intemperie (2013). La huida a través de un país castigado por la sequía y sacudido por la violencia, en donde la moral se escapa al igual que el agua que ha desaparecido de las tuberías secas. “Llegó la sequía y las llanuras languidecieron hasta morir”. Si no hay agua, habrá hambre, habrá violencia, si no hay medios de subsistencia surgirán los conflictos por la escasez y también por la abundancia que algunos acumulan. El niño se pregunta: “¿Por qué era necesario acaparar el agua?”
El Diccionario de la lengua española (2014) define intemperie como: “desigualdad del tiempo” y “a cielo descubierto, sin techo ni otro reparo alguno”, del latín: interperies, significa: “expuesto al tiempo, al clima”. Intemperie, no es sólo carencia de agua, es el animal humano que despierta en la tragedia... Es decadencia física y moral, social y humana, aridez de autoridad y desesperación ante la impotencia de lo que ocurre y parece inevitable ante los egoísmos y la intolerancia de las personas, la naturaleza exhausta se lamenta y apaga. “Su pueblo, levantado sobre el fondo de una rambla chata por la que en algún momento corrió el agua, pero que ahora solo era un largo socavón en medio de un llano interminable”.
El viejo pastor de cabras –que tiene olor a cabras, o a ovejas dijo Francisco-, cuidaba del rebaño, más que buscar los pastos inexistentes, parecía deambular alejándose del pueblo. “No eran testigos del paso del tiempo, sino que era el tiempo quien les debía a ellos su naturaleza”. El jovencito pensaba que después de terminar su trabajo con las cabras se sentaría en aquel balcón, al borde, para contemplar la llanura y “convocaría a los ángeles y a los arcángeles para que llevaran a su pueblo la lluvia que devolviera a los trigales la fertilidad perdida. Regresarían los hombres y sus familias, ocuparían sus antiguas casas y el silo se llenaría de nuevo. Todos nadarían ahítos en sus riquezas, el alguacil recibiría sus tributos y nadie más volvería a acordarse del niño desaparecido”.
El relato describe con precisos detalles el entorno del niño escondido de los perseguidores, “aguzó el oído en busca de la voz que le había obligado a huir”. El autor interpreta hechos y sensaciones, guarda sus juicios dejando que el lector los defina a partir de sus percepciones, según los acontecimientos que de manera lineal describe.
El pastor es solitario, con un perro y un burro; recibió en silencio al niño temeroso de ser delatado y entregado al alguacil. Lo dejó descansar, le dio comida, le enseñó a ordeñar y lo acogió sin pedir explicaciones. El alguacil con su sidecar y sus hombres llegaron, preguntaron por el chico, el cabrero dijo que no sabía nada mientras el niño se alejaba y escondía… Cuando regresó al caer la noche, varias cabras y el perro, yacían muertos sobre la llanura; el viejo, golpeado y moribundo, se había negado a hablar y entregar al chico, quedaron el burro, tres cabras y el macho. Limpió las heridas, lo llevó a la sombra, quiso que se sintiera orgulloso de él. Amontonó los animales muertos y esperó. Al día siguiente habló.
El chico se movió con el burro para buscar agua y comida; en una casa encontró a un tullido de piernas amputadas y manos incompletas. Lo invitó a entrar, le ofreció lo que buscaba, y en un descuido, lo ató, lo dejó encerrado y se llevó al burro. Lo iba a delatar. Escapó, alcanzó al traidor en la noche, se acercó con cautela, le lanzó una pedrada, el burro relinchó y arrastró al tullido. Con el burro y un poco de agua regresó; el cabrero dijo: “hay que encontrar al inválido antes de que los cuervos lo maten”, el chico insistió: “ese bastardo me encadenó y huyó para avisar al alguacil”, “También él es hijo de Dios”, recordó el pastor, pero el jovencito comentó: “Quiere que muramos, el hijo de Dios”.
El niño entró a la posada, allí estaba el alguacil que lo sorprendió; le preguntó por el viejo, el chico lloraba. En la oscuridad, la vela se apagó… Golpearon la puerta, pensó era su ayudante, pero al abrir, era el cabrero con la escopeta del hombre…“su mirada era ya la de un condenado”.
El niño vio la fumarola de humo en el cañón, “sintió el peso de lo que en aquel lugar había sucedido”. Juntaron los cadáveres, “no le busques la cara al hombre. Eso solo te causará mal… El infierno ya tiene sus puertas abiertas para ellos”. No enterrarían los cuerpos, los pondrían al resguardo de los perros y cuervos. El pastor adolorido, descansaba. Bien entrada la mañana se enteró que había fallecido; se acostó junto a su cuerpo con una manta, sin ganas ni fuerzas de pensar en lo sucedido, quiso conocer el nombre del viejo…
Una mañana escuchó las gruesas gotas sobre el suelo polvoriento “y allí permaneció mientras duró la lluvia, mirando cómo Dios aflojaba por un rato las tuercas de su tormento”.
Intemperie fue elegida por los libreros de Madrid como la mejor obra de 2013, según el jurado es “una voz nueva en el panorama literario español, que es a la vez clásica y moderna; una voz que, con un lenguaje intenso y poderoso, se inscribe en la mejor tradición narrativa de nuestro idioma”, al adentrar al lector en un universo rural, de tremenda dureza y violencia ancestral, rodeado de sequía y miseria, en un tiempo y espacio indefinido y en el que la solidaridad y la compasión, a pesar de todo, aún subsisten.
Guerra, sequía y destrucción ambiental agravan la exclusión, sustentadas por egoísmos y ambiciones, por el acaparamiento capitalista y la expansión imperialista, traen graves consecuencias y tragedias humanas, ¿de qué se asusta Europa con la multitud de inmigrantes que la invaden? Escribió Jorge Bautista: “siembra guerras y cosecha migraciones”.