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El incendio de Granada (1856)

Charles Henningsen dejó una lanza con una inscripción vengativa: “Here was Granada”. Un recuento de dicho episodio en este blog

Plaza de la Independencia, en la turística ciudad de Granada. Archivo | Confidencial

Eduardo Estrada

16 de septiembre 2015

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Desde el vapor La Virgen, William Walker pidió sus catalejos y los enfocó en lontananza hacia la ciudad que ardía en llamas: gente corriendo y gritando, madres llorando cargando a sus niños, cadáveres tirados por las calles y la caballería frenética de los aliados atacando a los filibusteros apostados en la iglesia Guadalupe.

“¡Henningsen, ha cumplido, muchachos!”-- gritó con una voz que sonaba alegre y vengativa. “¡Urra, yahoo!” --gritaban los soldados a bordo. “Ahora, tenemos que rescatarlo a él y a sus hombres”, dijo el predestinado de los ojos grises con tono de preocupación. Pero el rescate no iba a ser fácil y se prolongaría durante muchos días…

El 22 de noviembre de 1856, el General Charles Henningsen, tomaría al pie de la letra la orden de Walker de incendiar Granada en un acto vengativo de los más cobardes que se registran en la Historia. Henningsen llevó a sus hombres a los perímetros de la ciudad desde donde empezaría su obra macabra. Granada estaba en ese tiempo rodeada de bosques, en cuyos arrabales se podían ver casitas de caña y paja o de barro y más al centro, calles empedradas, sobre las que emergían casas de adobe y entejadas, de dos pisos y balcones con rejas decoradas, conventos, iglesias con altos muros y campanarios.

Al este de la plaza, estaban las iglesias Esquipulas y Guadalupe y más al fondo, en las costas del Lago, había un terraplén que conectaba al Fuertecito, donde se había construido un muelle de madera para anclar los barcos de la Compañía del Tránsito. Granada estaba sola aquella mañana. No había quien la defendiera. Y las llamas iban consumiendo su cuerpo de piedra y adobe, de madera seca y ventanas enrejadas, aceleradamente, como si se tratara de un árbol viejo cuyas ramas estaban retorcidas. Una vez que el incendio se había extendido, los filibusteros se concentraron en la plaza, zona a la que no le habían pegado fuego, y sacaron de la parroquia una imagen de Jesús, simulando una procesión, burlándose, en la que algunos iban vestidos con ropas sacerdotales y otros llevaban un ataúd que decía “Aquí fue Granada”.


En el centro de la plaza, cavaron un hoyo y ahí enterraron el ataúd en símbolo de su muerte. Y Granada aún estaba en la más grande soledad. Allá en Masaya los generales aliados que dirigían 3 mil hombres aún discutían sobre los combates recién sostenidos con los filibusteros, a los que no habían seguido cuando salieron cobijados por la negra noche.

A pesar de su derrota, Walker entró triunfal a Granada, solamente para ordenar su destrucción, pero los aliados ni la inteligencia que decían tener, sospecharon la acción punitiva. Al fin les llegó la noticia y tras organizar a las tropas se dirigieron a la ciudad a paso rápido. Pero ya habían pasado dos días cuando llegaron el 24 de noviembre por la tarde.

Henningsen está aún concentrado con sus tropas en la plaza y dando fuego a las casas aledañas. Los vapores esperan en el Lago la carga que los filibusteros piensan llevarse, que incluye armamentos, vinos y licores, y las alhajas de oro y plata de las iglesias que han saqueado.

El General Tomás Martínez ataca por la iglesia San Francisco, el General Paredes por la entrada de Jalteva y el resto de la tropa ataca las posiciones en la iglesia Guadalupe, de donde logran desalojar a los falanguinos. Al tomar Guadalupe, se ha cortado a los filibusteros su conexión con El Fuertecito, ubicado en el Lago. Cuando Walker ve que los aliados se acercan al Lago, retira sus vapores unos cuantos kilómetros y deja aislado a Henningsen y sus aventureros.

Entonces éste empieza a formar barricadas y defensas adicionales entre la antigua iglesia Esquipulas y Guadalupe, pero aún tiene cortado el paso hacia el Lago. Su aislamiento se consolida con la toma por parte del General Paredes de El Fuertecito, en donde mata el día 26 a más de 17 filibusteros, en una acción combinada de las fuerzas aliadas. Pensando que Henningsen no tiene conocimientos de la toma de El Fuertecito, los aliados le dejan libre Guadalupe, para que tome rumbo hacia el Lago y ahí atacarlo entre dos fuegos, pero el astuto filibustero se queda en la iglesia y ahí se fortifica para hacer frente a la embestida de los aliados.

Granada sigue ardiendo en llamas. Uno y otro ataque contra los filibusteros es repelido a punta de cañón, rifles y revólveres. El cólera aparece en ambos bandos matando en forma indiscriminada. Los cadáveres insepultos se pueden ver por las calles y en descomposición y los perros hambrientos no escatiman en alimentarse.

La muerte se erige cual un fantasma entre las tropas beligerantes. El mismo General Paredes es presa del pánico, cuando le anuncian la muerte de uno de sus paisanos y presintiendo la suya en el campo aliado, recostado en una hamaca con su espada en la frente presagia: “Qué será de mi si me pasa lo mismo”, en alusión al dolor que padecerían sus familiares. Unos días después es víctima del cólera morbo y le sucede en el mando el General Zavala.

Aunque los filibusteros también han perdido hombres, víctimas del cólera, los reponen con nuevos reclutas provenientes de Nueva York y Nueva Orleáns, que en un total de 350 se ponen bajo el mando del Teniente-Coronel Lockridge en los días del incendio de Granada. Entrado diciembre, los aires navideños no se sienten en aquella ciudad llena de desolación y muerte. Los días son cortos y las noches prolongadas aunque cubiertas por constelaciones que casi iluminan la ciudad. Los filibusteros han hecho una enorme zanja que va de Guadalupe a casi cerca del Lago y que les permite protegerse del ataque de los aliados.

El 11 de ese mes, el vapor La Virgen, está de regreso en el Lago, y Walker envía una tropa de 170 hombres al mando del Coronel John P. Waters que desembarcan a unos 6 kilómetros al norte de la ciudad y desde ahí avanzan hasta El Fuertecito, venciendo la resistencia de los aliados. Los filibusteros van vestidos de negro, mientras los soldados centroamericanos vestidos de blanco. Al disparar sus rifles de chispa son fácil blanco de los filibusteros. Impotente ante el fuego certero del enemigo y la dispersión de los soldados que nadie lograr contener, el General Martínez regresa a Jalteva y finalmente los filibusteros toman El Fuertecito. Henningsen tiene libre el camino y logra reunirse con sus camaradas.

El vapor La Virgen llega al embarcadero y desde ahí ante la impotencia de los aliados, los soldados suben la carga y despegan rumbo a San Jorge, donde Walker tiene ahora su cuartel general. En El Fuertecito, Charles Henningsen, deja una lanza con una inscripción vengativa: “Here was Granada”.

El General Ramón Belloso evita toda confrontación con los soldados al mando de Lockridge, y va de regreso hacia Masaya anunciando que los aliados han sido vencidos en Granada. Envía una orden a Máximo Jerez que salga de la ciudad de Rivas, que obedece con rapidez, mientras le recomienda al General Cañas que se vaya para Costa Rica. La justificación de Belloso es que los generales Zavala y Martínez son insubordinados y que no respetan sus planes de ataque. Allá, a unos cuantos kilómetros al Sur, Granada llora entre las llamas.

(Ver libro del autor, William Walker, Ilusiones Perdidas en Amazon)


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Eduardo Estrada

Eduardo Estrada

Escritor y desarrollador de aplicaciones educativas. Director del Centro de Entrenamiento y Educación Digital (CEED).

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