7 de septiembre 2015
Confesiones prefabricadas como las de Samir señalando a Mónica Zalaquett de ordenarle abrir fuego contra decenas de civiles desarmados el pasado miércoles, recuerdan a muchos los juicios de la Rusia estalinista, cuando miembros del politburó soviético eran juzgados bajo los guiones preparados por el propio dictador. Las declaraciones en esos procesos eran tan inverosímiles para probar una traición o una oposición al régimen, que a los procesados no les quedaba otra que asumirlas sí o sí, a sabiendas que ya no había salvación para ellos, pero, con suerte, sí para sus familiares. Hay muchos elementos para decir que Samir fue víctima de ese viejo y triste método de “confesión”:
• El joven, totalmente vestido de negro, sacó un arma en mera manifestación ciudadana ante las narices de decenas de policías, y tuvo el tiempo para amenazar varias veces con la pistola. Trotó y trotó sin tanta prisa, huyendo de quienes lo perseguían. Agobiado, disparó una vez, después dos veces más. Trotó más y tuvo tiempo de montarse en una moto y largarse del sitio. Todo lo vio el comisionado Juan Valle Valle. O digamos que no lo vio, como él mismo dijo, porque prefirió obviar al pistolero. Es la única explicación: Complicidad, o un denso problema de cataratas.
• La Policía Nacional llamó a conferencia de prensa el jueves para dar su versión sobre la balacera del miércoles. Eso sí, dijo el comisionado Fernando Borge, vocero de la institución, los periodistas no podrían preguntar nada. Sería la lectura llana de una nota de prensa en la que explicaban la detención de Samir en el barrio Jonathan González, pocas horas después de los disparos. Tampoco presentaron al delincuente cuyo perfil de bandido fue reforzado con interés por la nota de prensa oficial: un rosario delictivo de robos de toda clase. Pero nada dijo la Policía sobre la vinculación de Samir con el CEPREV. Parece que no lo sabían. Era un delincuente común cuya motivación para disparar a quemarropa no fue aclarada por las autoridades.
• El viernes a mediodía Confidencial informó la vinculación de Samir con el CEPREV, al ser un pandillero rehabilitado por la organización que dirige Mónica Zalaquett, y que después ayudó a otros jóvenes para dejar la violencia. Hace un año, Samir dejó el CEPREV y se unió a las fuerzas de choque del partido de gobierno. Según sus vecinos, es un motorizado que reparte las regalías en su barrio, el Milagro de Dios. Lo llamativo es la vinculación del pistolero con las fuerzas de choque del orteguismo: Confirmaba una vez más cómo el Frente Sandinista arma y usa a delincuentes para sus fines políticos, en su ala militar, como ya ocurrió con el asalto criminal al movimiento #OcupaINSS. Les permite a estos pandilleros actuar con impunidad mientras sean leales en apalear a quienes cuestionan al régimen.
• Samir llegó al Miércoles de Protesta entre campesinos de León, Masaya y Boaco a apoyar, supuestamente, al Poder Electoral. Junto a él, habían otros hombres vestidos de negro y armados, según los testimonios. Estuvimos ante un hecho gravísimo, un pistolero exponiendo a decenas de personas desarmadas. ¿Qué motivó a Samir disparar? ¿Formaba parte esto del guión oficial de intimidar a los opositores? ¿O Samir se salió del libreto oficial?
• Más de 48 horas después como lo establece la ley, Samir fue puesto a la orden del juez. El trámite fue rápido: El pistolero asumió su responsabilidad y confesó que Mónica Zalaquett le ordenó atacar. A la audiencia judicial no hubo acceso a los medios de comunicación independientes, solo los adictos al régimen que no preguntan nada fuera del libreto. Tampoco entró la defensora que la familia de Samir le consiguió. El pistolero confesó bajo la mirada de dos oficiales y en sus escuetas palabras dejó un resquicio para entenderlo: “tengo necesidad”, declaró.
• Descubrir que Samir fue parte del CEPREV le salió como anillo al dedo al régimen. Deslindaban de esa manera lo más grave: que Samir pertenece a las fuerzas de choque, y por eso, sin el señuelo del CEPREV, la policía lo presentó como un delincuente común. Lo mismo que con los supuestos armados contra Ortega en el norte y que después aparecen asesinados. ¿De ser cierto lo que dice Samir, de que las balas respondieron a una orden de Zalaquett, la Policía no lo hubiese plasmado en su nota de prensa? Fue una confesión, dirán. Samir tomó la decisión de “cantar” mientras estaba encerrado en El Chipote. Dos pájaros de un tiro. Destruyen a una mujer impecable, Mónica Zalaquett, porque cae mal, y soslayan la responsabilidad de las fuerzas de choque orteguistas, que tantas protestas han reventado con brutalidad.
• La confesión de Samir tiene muchos huecos. Es increíble. Recuerda a los juicios estalinistas sin duda: a confesiones sinceramente forzadas. Samir sabe una cosa que el orteguismo se afana en esconder: la función salvaje de sus fuerzas de choque. Aunque aparentemente la justicia del régimen le será aplicada a Samir, seguramente se convertirá en un “semiperdonado” al entregar a la mujer que lo salvó de la violencia. como dice el libro del cubano Leonardo Padura, El Hombre que Amaba a los Perros, en el que describe el destierro de Trosky y el horror estalinista: “Esos hombres que vivirán con miedo a decir una sola palabra en voz alta, a tener una opinión, y se verían a obligados a reptar, volteando la cabeza para vigilar su sombra”.