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El "póker de la muerte"

Un grupo de temerarios hombres se exponen a ser embestidos por furiosos toros a cambio de 500 córdobas en las tradicionales fiestas de Nandaime

Wilfredo Miranda Aburto

31 de julio 2015

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Hay cuatro hombres sentados en una mesa y como sillas ocupan cajillas de cervezas. En las manos temblorosas de los jugadores hay naipes a los que no les prestan atención. Se ven aterrorizados porque no es una partida de póker común, juegan al póker de la muerte.

La mesa no está situada en algún casino, ni nada por el estilo: está en medio de un redondel sin salida, en una barrera. Ahí, varios hombres, por su propia voluntad, sortean toros de más de 400 kilos sin ninguna protección.

Los que están sentados en la mesa aparentan ser jóvenes: tres morenos tostados por el sol y un chele con un sombrero al estilo Al Capone pero cuya expresión de asombro lo hace ver como un aprendiz de gánster.

Los cuatro están allí para ganarse 500 córdobas. El juego es simple: tienen que quedarse sentados mientras un toro es soltado y los trata de embestir, o al resto de hombres dentro del ruedo, que con suerte distraen al animal para que no llegue a la mesa. Gana quién se levante de último.


Cada corrida se compone de unos 14 toros por función. Y cada toro se juega en dos etapas: la primera dura lo mismo que una pieza de chicheros llamada “Son de toro”, con un montado encima del furioso animal. Al caerse el montado, el toro sigue siendo jochado. Los filarmónicos cambian el ritmo por uno más suave. Al animal le tratan de soltar la liga de los testículos para que no brinque más y pueda correr con más soltura.

En la barrera de Nandaime, municipio de Granada, la humedad se hace fastidiosa. Las graderías de la barrera están a punto de estallar de tanta gente. Maderas y latones componen la infraestructura del rodeo que crujen al ritmo de los sustos de los espectadores, que se sobresaltan cuando alguien, abajo, en el polvo, es corneado o casi.

Una malla secciona en miles de pedazos la visión del espectáculo. Esta malla sirve de salvación a los sorteadores, que se cuelgan de ella cuando el toro embiste a las paredes y no hay más lugar adonde correr.

La música es interminable. Cuando los chicheros se detinenen suena la música “chinamera” y las “arrancamonte”. No hay momento de silencio en la barrera. De todos modos a la gente no parece importarle; ahí se llega a ver la montada de toros y a beber guaro.

Tal si fueran a entablar una partida de póquer, uno de los encargados de la barrera dispone la mesa a un lado del redondel y coloca los naipes. Con una sonrisa maliciosa tiende las cajillas de plástico en cada uno de los extremos de la mesa. Los cuatro hombres que se sientan se ven confiados. Le sonríen a las graderías. Les da tiempo de repartirse las cartas y bromear.

W. Miranda/Confidencial.

W. Miranda/Confidencial.

De unas de las paredes del redondel, la puerta del corral de los toros se abre y “El Peligro”, un toro macizo y de color negro, sale brincando tan fuerte que a los tres saltos bota al  montado. El animador de la barrera anuncia que “El Peligro” es uno de los mejores de la tanda de la tarde. No es como los otros animales que no se empecinan en cornear a los sorteadores. “El Peligro” es un toro más inteligente. Examina a todos los hombres que pasan haciéndole burlas frente a sus cuernos y cuando se decide a atacar al más vulnerable, los borrachos que ya medio corren, lo hace sin pensarlo.

Con un chuzo alguien pincha la nalga del toro que se pone más brioso. Y por fin presta atención en los jugadores del póker de la muerte. Se dirige a la mesa corriendo, agacha su testa y ataca a uno de los temerarios jugadores. Sólo se ve la cajilla volar por los aires… El jugador se salvó porque esquivó milésimas de segundos antes de la embestida. Los instintitos lo empujaron hacia la malla donde el animal no lo alcanzaba. Si permanecía sentado se ganaría 500 córdobas pero, ¿vale 500 córdobas una vida?

“La necesidad empuja”, dice uno. “Tenemos familia y no hay trabajo”, dice otro.

Gritos de excitación se adueñan de la barrera. A esta hora nadie está sentado. La gente pide que el toro arrolle a alguien. Si no lo hace, la corrida no fue buena.

El toro vuelve al ataque. La mesa es un objetivo estático y fácil. Dispone su cuerpo en posición de ataque. Un grito uniforme congela la escena. De los tres hombres que quedaban en la mesa, los dos morenos tostados salieron corriendo pues el toro entró a matar… El flaco del sombrero no se movió. Con eso era suficiente para ganar los 500 prometidos. Pero no se levantó y el toro lo arrolló de frente.

La multitud grita y la música sigue.

Mesas y cajillas salen lanzados por el aire; el sombrerito al estilo Al Capone giró y giró por los aires. Era corneado por el toro una y otra vez. En cada embestida lo arrastraba. Todos los que estaban dentro del redondel querían salvarlo, pero las muecas para distraer a “El Peligro” fueron en vano.

Cuando el toro, varios segundos después, terminó su ataque corrieron en auxilio del jugador. El hombre iba inconsciente. De uno de sus costados manaba sangre. La tierra se le pegó al cuerpo y creó casi una segunda piel al mezclarse con la sangre aún fresca.

Al hombre lo sacaron chineado y lo llevaron al hospital. El espectáculo siguió y luego de dos corridas más a la barrera llegó el rumor de que el flaco había muerto. Nadie confirmó nada. La única noticia que se tenía de él era que uno de los cachos le había perforado el pulmón derecho. Pero ya casi nadie se acordaba de él.

Los toros –dijeron los asistentes al terminar el espectáculo– “estuvieron buenos” ese día.

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Wilfredo Miranda Aburto

Wilfredo Miranda Aburto

Periodista. Destaca en cobertura a violaciones de derechos humanos: desplazamiento forzado, tráfico ilegal en territorios indígenas, medio ambiente, conflictos mineros y ejecuciones extrajudiciales. Premio Iberoamericano Rey de España 2018.

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