6 de diciembre 2019
Es imposible negar que la historia del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) tiene una épica que aún cautiva. Rescató el nacionalismo de Augusto Calderón Sandino, a quien la Premio Nóbel Gabriela Mistral saludó, llamándolo General de Hombres Libres; se arropó con el sacrificio de Rigoberto López Pérez; se nutrió de la moral y la mística de su fundador, Carlos Fonseca Amador; y, en 1979, logró articular, a todos los sectores sociales en torno a una juventud heroica que se insurreccionó hasta hacer caer el despótico Gobierno de Somoza.
La significación de su propia belleza se apoderó de él como una revelación. Jamás había sentido lo que ahora... Sí, día llegaría en que su rostro se arrugara y marchitase, y sus ojos se tornasen incoloros y opacos, y la gracia de su figura quedara rota y deforme… La vida, que iba a modelar su alma, acabaría con su cuerpo. Se convertiría en algo horrendo, repugnante y grosero… ¡Si fuera yo el que permaneciese siempre joven, y el retrato el que envejeciese! ¡No sé... no sé lo que daría por esto! ¡Sí, daría el mundo entero! ¡Daría hasta mi alma! (Wilde, O. El retrato de Dorian Grey).
Antes de 1979, como todas las organizaciones humanas, la historia del FSLN estuvo llena de luces… y sombras. De las sombras nadie, hasta hoy, se ha ocupado seriamente; de las luces, muchos se ocupan, incluso, para intensificarlas artificialmente. No hay una verdadera historia escrita, ni siquiera una falsa historia oficial, lo que se ha escrito es mucha propaganda, tendente a crear una imagen marmórea que despierta y agita el fanatismo.
El internacionalismo y la cooperación externa que tanto apoyo brindó en sus primeros años al triunfante movimiento revolucionario, enfrentado luego a una guerra financiada desde la Casa Blanca, tardó mucho en darse cuenta de que la imagen que conservó de aquella organización política era idílica y que no se correspondía con la realidad.
El reconocimiento, aparentemente sincero, de los resultados electorales de 1990 contribuyó a consolidar esa imagen falsa que despertaba simpatía; pero el envanecimiento, la paranoia del poder, los abusos, el desprecio por los derechos ciudadanos, el vicio galopante de la corrupción y el enriquecimiento del grupo que secuestro símbolos, banderas e ideales, manchaban y marchitaban, mientras tanto, el verdadero rostro que se mantuvo oculto, como el retrato de Dorian Grey.
La Guerra de Baja Intensidad, en alguna ocasión escribió Galeano, no perseguía derrotar por las armas al poder surgido de la revolución, sino deformar tanto, en su conducta, al grupo que lo detentaba, que terminaría siendo irreconocible, incluso, para ellos mismos.
La vuelta al Gobierno por la vía electoral propició la sensación del retorno de la lozanía perdida; pero, los pactos, componendas, los subsiguientes fraudes, primero estructurales y después de descarado escrutinio; la supresión, primero gradual y sectorizada de los derechos ciudadanos, luego descarada y generalizada, terminaron por develar, a los ojos de la sociedad, el monstruo que se había incubado, monstruo al que hoy se enfrenta decidida a derrotarlo.
Las viejas sombras de la edad heroica, tendrán que ser objeto de investigaciones históricas. La historia es maestra para la no repetición. Las recientes, deberán tener también carácter judicial, pues hay crímenes de lesa humanidad y el derecho a la verdad y a la justicia es imprescriptible.
Desde el punto de vista sociológico y ético hay, al menos, tres situaciones recientes que, definitivamente, marcaron el rostro de nuestro Dorian Grey con laceraciones y pústulas que destilan humores fétidos, dejando huellas irreparables, dos activas y una omisiva: activas, la vergonzosa y vergonzante piñata de 1990 y el genocidio de abril de 2018; omisiva, la apatía y desentendimiento de esa militancia sandinista histórica que sin ser parte del grupo secuestrador de símbolos, banderas e ideales que un día cautivaron a la sociedad y al mundo, pretenden mantenerse al margen, sin querer reconocer que tienen una alta cuota de responsabilidad, por el papel que jugaron, en la creación del monstruo.