4 de noviembre 2019
La profunda crisis sociopolítica que vive Nicaragua estalla a partir del enfrentamiento entre el grupo que concentra desmedidamente el poder y mayorías muy significativas de la población que reaccionan ante esta situación, teniendo como detonante un acto de Gobierno que, por sí solo, sería insuficiente para lograr tal efecto. Para mejor comprender el fenómeno de abril de 2018 en Nicaragua y encontrar las estrategias adecuadas para resolver la crisis se hace necesario volver la vista hacía el poder en sí y las fuentes de las relaciones que lo determinan.
Vale la pena parafrasear, en nuestro contexto, a Michel Foucault, francés, uno de los filósofos más importantes de esta época, quien dice, en El Sujeto y el Poder, que las relaciones de poder se cimentan en torno a tres tipos de actividades humanas: la económica, la ideológica y la que se centra en la fuerza coactiva misma.
No siempre, ni en todas las relaciones de poder, están presentes de forma simultánea, ni en las mismas proporciones, los elementos significativos de estos tres tipos de actividades, pero si lo están, siempre, en el universo de las relaciones del cuerpo social. Los grupos que hegemonizan el poder, basados en alguna de estas tres actividades, tratan permanentemente de incidir, neutralizar o adquirir influencia sobre los grupos que tienen dominio sobre las otras o de adquirir ellos mismos las capacidades necesarias para desarrollarlas.
Otro aspecto relevante de la teoría de Foucault, es el de la resistencia. Todos los grupos en el cuerpo social ejercen resistencia frente al grupo que hegemoniza en las relaciones de poder, sobre todo cuando el aspecto de la fuerza coactiva es el más pronunciado en el grupo detentador. Pero, la resistencia misma, presenta riesgos que no debemos pasar por alto; entre estos riesgos, quizás el más significativo, está en la corta visión de la resistencia, que se expresa en el hecho de enfocar sus ataques sobre los efectos, que percibe, y no sobre las causas mediatas y profundas de la desigualdad en esas relaciones, que no son perceptibles a simple vista, pero constituyen su esencia.
Dos ejemplos ilustrativos de lo anterior: demandar elecciones anticipadas, frente a la concentración desmedida del poder, cuyo efecto es perceptible, sin reparar en la estructura constitucional del Estado que es la causa de tal concentración; otro ejemplo, la movilización campesina contra un proyecto de canal interoceánico, enfocando la protesta en la forma en que se pretendió contratar su construcción, hecho perceptible, sin despejar la problemática de la precaria tenencia de la tierra y los conflictos de propiedad que son la causa profunda de la inseguridad en el campo.
En el ámbito de la resistencia hay otros riesgos que podríamos identificar como menores. Pero -éste es un gran pero-, hay un peligro -y éste es un gran peligro-. Como la resistencia genera acciones de masa, a lo interno de la resistencia se generan nuevas relaciones intergrupales de poder; algunos grupos o segmentos sociales con capacidades influyentes en lo económico o en lo ideológico que, en su momento, incluso, participaron de la posición dominante con el grupo detentador de la fuerza coactiva, ahora se reproducen en el seno de la resistencia, tratando de realizarse en ella, y otros grupos que, peor aún, ya desde tiempo atrás habían hecho de las manifestaciones de resistencia, un verdadero modo de vida, no están dispuestos a renunciar a tan cómoda posición.
En las actuales circunstancias, ni los primeros, los que participaron de la posición dominante con el grupo detentador, ni los segundos, los que hacen de la resistencia un cómodo modo de vida tienen, en su sincera animosidad, el objetivo que las cosas cambien en interés de un verdadero Estado democrático o en la justicia social, sino garantizar su supervivencia y estabilidad, caiga del lado que caiga la moneda que está en el aire revoloteando.
Otros riesgos de la resistencia que anteriormente dejamos en el tintero como menores, adquieren ahora vitalidad e importancia, tales serían: la preservación de la propia identidad individual y grupal dentro de la acción de masa para garantizar, en la evolución del fenómeno, la impronta de sus intereses económicos estratégicos; y, la formación e información crítica que les permita intervenir, en una mejor posición, en las actividades de esencia ideológica, fuentes ambas de hegemonía en las relaciones de poder.
Hoy, a casi dos años del estallido social, se habla en modo casi monotemático de forjar una gran unidad de cara a un proceso electoral incierto, cuando la unidad espontánea de abril de 2018 ya se ha disuelto; se habla de reconocer las diferencias internas de esa gran unidad que se proclama, pero dejando para después las discusiones sobre las diferencias que asfixian cualquier intento de unidad.
Los grandes protagonistas de esa unidad espontánea de abril de 2018 en Nicaragua, su nervio y su músculo respectivamente, fueron la juventud y el movimiento campesino. No fue ni el gran capital, que entonces cohabitaba con el grupo detentador del poder, ni las ONG con su perversa industria transnacional, ni los partidos políticos, comparsas o catalépticos; sin embargo, son precisamente estos sectores los que hoy, al tiempo que pregonan una gran unidad, minimizan la función del nervio, adormecen el músculo y evaden, bajo el argumento de no ser oportuno, el debate amplio y sincero que la sociedad requiere para que abril vuelva a florecer.
Lo espontáneo no volverá, abril de 2018 en Nicaragua fue el momento de catarsis de la masa abierta. Pero la crisis se profundiza y las causas se acentúan cada día. Quizás es hora de reflexionar todos y cada uno desde sus propios espacios e identidades, sobre el futuro, para construir un verdadero paradigma de nación, algo que nos ha faltado siempre; conscientes de nuestras capacidades, fuerza y limites, sin esperar que de afuera vengan las soluciones o que surjan nuevos mesías, algo en lo que nos hemos sobrado siempre.