Guillermo Rothschuh Villanueva
13 de octubre 2019
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La influencia de las televisoras internacionales sufre un declive progresivo. Es inevitable preguntarnos la suerte que correrán las televisoras locales
La influencia de las televisoras ha caído progresivamente. // Foto: Agencias
En su clásico ensayo, La ficción brasileña: el carnaval de las imágenes (Akal Comunicación 1. 1988), los investigadores Armand y Michele Mattelart, sostienen que nadie podría imaginar en aquellos años, la existencia de dos emporios mediáticos en América Latina: Televisa en México y Globo en Brasil. La revolución en las telecomunicaciones vino a trastornar el paisaje de los medios a nivel global. Televisa ha sufrido el rigor de estos cambios. Ya no ocupa el primer lugar de preferencia entre la teleaudiencia mexicana. Su poderío empezó a declinar. En los últimos cuatro años ha perdido el 70% de su valor. En un esfuerzo desesperado ensaya diferentes maniobras para contener la debacle. Todavía no logra recuperarse del golpe.
Entre diferentes motivos señalados para su pérdida de liderazgo, expertos mexicanos aducen que se debe a su falta de contenidos, a la caída en picada de la inversión publicitaria gubernamental y al gusto preferencial de los usuarios por las plataformas digitales. Un fenómeno similar acontece por todo el orbe. Los jóvenes siguen mudando hacia la red. Ya no queda nada por cambiarles esta inclinación. Son los herederos de una época de innovaciones en todos los órdenes. En México ni siquiera el cambio en el comando de la empresa ha detenido su descalabro. Emilio Azcárraga Jaen, cedió la dirección de Televisa a Alfonso Angoitia y Bernardo Gómez, con la intención de encontrar una salida a la crisis. ¿Lo lograrán o ya es demasiado tarde?
Los investigadores y académicos que han seguido con interés el despliegue de Televisa, señalan que el tropiezo obedece especialmente al retiro de la inversión millonaria que hacían los gobiernos —incluyendo el de Peña Nieto— para ser favorecidos por su política editorial e informativa. Una costumbre inveterada. Los gobiernos eran grandes inversores en publicidad. La austeridad proclamada por Andrés López Obrador impactó fuertemente en sus predios. La empresa reconoció que el 11% de sus ingresos del año pasado provenían de la publicidad recibida del gobierno federal. Otras causas están relacionadas con la reforma del artículo 28 de la Constitución, que prohíbe la condonación de impuestos y a los cambios realizados en la ley de telecomunicaciones.
Es inevitable preguntarnos sobre la suerte que correrán a corto y mediano plazo las televisoras locales. En un circuito comandado por grandes mastodontes mediáticos, su incidencia en nuestro entorno es mayúscula. El primer impacto fue la disminución de sus ingresos publicitarios ante la preferencia de los empresarios —en un sistema de libre mercado— por anunciarse a través del cable. Cuando Carlos Pastora era todavía gerente general de Canal 10, manifestó inconformidad. Adujo que Claro les hacía una competencia desleal, al bajar el costo de los anuncios. El frenazo en la inversión publicitaria obedece a la crisis política que vive Nicaragua desde abril de 2018. Una de las primeras acciones de los empresarios fue retirar la publicidad a los medios.
En este cambió de época que vivimos, el ascenso vertiginoso de las plataformas digitales golpeó primero a los medios impresos y los audiovisuales no son ajenos a las transformaciones radicales provocadas por las empresas de streaming. Uno de los diarios emblemáticos de Estados Unidos —The New York Times— decidió clausurar su edición en español. El diario La Prensa — sufre todavía el estrangulamiento gubernamental— comenzó a cancelar sus suscripciones fuera de Managua. Para prevenir futuras angustias fortaleció su edición digital. Paralelamente decidió cobrar a los lectores que demandan información. ¿Una medida anticipada ante la baja lectoría en su edición impresa y debido a su crecimiento en la red? Ni dudarlo.
En Nicaragua los jóvenes —nacieron y han crecido al amparo de las plataformas digitales— se informan en línea y poco a poco están dejado de ver televisión. El crecimiento exponencial en la utilización de Facebook, YouTube, Twitter e Instagram, a partir de las jornadas de protestas, provocó una reconfiguración del mapa mediático nicaragüense. Tal vez sin pretenderlo, los gobernantes han contribuido a estas mudanzas. El uso gratis de Wifi en los parques acrecentó el apetito juvenil en el uso de las redes. El incremento de las agresiones, el asesinato del periodista Ángel Gahona, la ocupación y confiscación de medios, el encarcelamiento y salida al exilio de más de cincuenta periodistas, a estos no les quedó otra opción que tener que reinventarse.
La irreversibilidad de las mudanzas mediáticas no augura nada positivo para las estaciones televisivas. Las innumerables ventajas y la seducción que provocan las empresas de streaming son atractivas. La utilización de Netflix en Nicaragua sigue creciendo y no es remoto que HBO, Amazon y otras plataformas, se sientan tentadas en un futuro de aterrizar en nuestro país. Un país promisorio, con una ley de telecomunicaciones totalmente desfasada y un ente regulador condescendiente, son factores atractivos para los oferentes de las empresas de streaming. La TV por cable sigue expandiéndose. Su uso continúa incrementándose. Esta circunstancia no ha impedido para que los jóvenes continúen migrando hacia la web. Nada los detiene.
Los únicos que han capeado el vendaval han sido los medios audiovisuales propiedad de la familia gubernamental. No han sufrido los estragos de la crisis política ni experimentado los rigores de la sequía publicitaria. Disponen de la cantidad suficiente de anuncios provenientes de las esferas de gobierno, como de empresas afines. Siguen campantes. En la tradición mediática nicaragüense existe una fuerte tendencia por anunciarse en medios proclives a las políticas gubernamentales o bien de hacerlo en aquellos otros cooptados por el poder político. Nada evidencia que en un futuro inmediato estas decisiones puedan reeditarse. A los empresarios no les gusta mal disponerse con los gobernantes. Esta actitud forma parte de sus reglas no escritas.
La publicidad oficial drena copiosa hacia los medios audiovisuales propiedad de la familia gubernamental. La aridez publicitaria alcanza únicamente a medios y periodistas que disienten y se oponen a la gestión del comandante Ortega. La creación de su propio dispositivo mediático fue realizada —en estricto rigor— con miras a ser utilizados con fines propagandísticos. Eso han hecho durante trece años. Sus finanzas continúan boyantes. Los ministerios de Estado y los entes descentralizados tienen instrucciones de canalizar el grueso de su publicidad hacia los medios de su propiedad. No existe margen alguno que puedan hacerlo en otros medios. La publicidad oficial la maneja de manera centralizada la vicepresidente Rosario Murillo. No hay manera.
De lo que no cabe la menor duda, es que ningún canal televisivo goza de los altos índices de audiencia que tenían hace unos años. Esta es historia pasada. Las audiencias se han fragmentado. Lo único que puede retrasar el debilitamiento absoluto de las televisoras nicaragüenses, es que ninguna se cotiza en la bolsa de valores. Esto no impide que los ratings sigan a la baja. La influencia de las televisoras sufre un declive progresivo. En la medida que internet continúa irradiándose por los cuatro puntos cardinales del país, en esa misma proporción su presencia en los hogares viene desapareciendo. Los cambios de hábitos en los jóvenes no presagian un porvenir provechoso para la televisión. Esto no supone su desaparición. Mudará hacia la red.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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