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12 de octubre: Celebrar la Interculturalidad y resistir el divisionismo

Reconocer nuestras diferencias y abrirnos al intercambio nos enriquece y fortalece nuestra identidad común: la mestiza latinoamericana y caribeña

EFE | Confidencial

Colaboración Confidencial

Cefas Asensio Flórez

12 de octubre 2019

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Sin dudas, el 12 de octubre de 1492 ocurrió un hecho histórico singular: dos grandes mundos, diferentes y desconocidos el uno para el otro, se ven por primera vez cara a cara; dos razas, dos culturas, dos cosmovisiones; pero también dos conciencias individuales y colectivas, dos humanidades compartiendo un sentido y un ser por la vida. Lo dramático y trágico de la transculturación; pero también la mágico y maravilloso de la interculturalidad se dieron cita en América desde entonces.

Más de cinco siglos de cuantiosas y profundas experiencias vividas por nuestros ancestros, desde su conquista y colonización, hasta su independencia de la colonia española, nos transformaron inevitablemente a todos. Los criollos dejamos de ser los indígenas física y culturalmente puros de entonces, y los peninsulares hoy ya no constituyen la potencia unilateral e imbatible de antaño. Pero nuestro mestizaje ha continuado bajo otras luchas y modalidades independentistas; particularmente ante el no pocas veces polémico poderío del norte, con su clara influencia socio-cultural anglosajona de procedencia europea, en nuestra sociedad.

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Es más, el fenómeno de la globalización de hoy día nos hace experimentar el reconocimiento de nuestras grandes diferencias entre una inusitada variedad de seres humanos y entre culturas, ofreciéndonos día a día oportunidades para el intercambio y la complementariedad de pensamientos, valores, actitudes y visiones trascendentes para la construcción del ser humano y el desarrollo de nuestras sociedades. Estos son grandes experiencias que, apoyadas por tecnologías cada vez más complejas y accesibles, cuando son bien utilizadas, facilitan el crecimiento del sentido humano.


En palabras del filósofo latinoamericano Leopoldo Zea, se trata del “autodescubrimiento de nuestra identidad”, un experimentar nuestra trascendencia social desde nuestras realidades y abiertos a la universalidad.  Sí, el encuentro de dos mundos es una gran lección histórica para reflexionar y mejorar la calidad de nuestras vidas. Reflexión para auto descubrirnos como realmente somos: mezcla de ADN y mestizaje de pensamiento indígena, español y anglosajón; en abierta interacción y desarrollo de una conciencia crítica que reclama su digno lugar en el mundo.

Pero vamos a autodescubrir nuestra identidad y desarrollarla plenamente sin radicalismos ni extremismos. Sin resentimientos históricos insuperados, porque éstos sólo trasladan las acusaciones y culpas a grupos sociales y personas actuales. Ni ingenuas aceptaciones de dominación cultural alguna. Hemos de asumir nuestro mestizaje como la identidad real que nos fortalece en las posibilidades de construir nuestros países, nuestra región y un mundo para todos y todas.

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Ser quienes somos, abiertos al mundo con la conciencia digna, vale no sólo para el tema de las grandes culturas y realidades internacionales, sino también para cómo nos vemos los unos a los otros, todos y todas hoy en nuestra Nicaragua, con tantas y bastas diferencias, las cuales, por su alcance de causas personales y sociales vitales, se constituyen también en identidades. Como las político-ideológicas, raciales, lingüísticas, culturales; sin obviar las de género, generacionales, sociales, económicas, por capacidades diferentes u opciones sexuales diversas, por mencionar algunas.

Reconocer nuestras diferencias y abrirnos al intercambio nos enriquece y fortalece nuestra identidad común: la mestiza latinoamericana y caribeña, abierta al mundo. Así cerramos las trampas de nuestra mente discriminatoria que tiende a rechazar lo diferente por extraño a nosotros, convirtiéndolo en caldo de cultivo y oportunidad de conquistadores, caudillos y dictadores para dividir nuestras sociedades. Encontrarnos verdaderamente como mundos diferentes debe ser un ejercicio cotidiano. Con nuestros amigos y adversarios; con nuestra familia y desconocidos; con urbanos y rurales, de las regiones nacionales internas; así como con cualquier nacionalidad. De esta manera, estaremos construyendo y celebrando una verdadera democracia, la democracia de nuestras identidades.


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