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El “modelo” Ortega-Cosep “no era sostenible”

Empresas salvadoreñas y centroamericanas ya están afectadas por la crisis económica de Nicaragua y siguen con preocupación el “sufrimiento humano”

Luis Cardenal, presidente de la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), de El Salvador. // Foto: Iván Olivares

Iván Olivares

18 de septiembre 2019

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La recesión económica nicaragüense —provocada por la crisis política desatada por la represión gubernamental en contra de los ciudadanos y las violaciones a los derechos humamos— está provocando afectaciones económicas y sociales en la región centroamericana. Y si bien el golpe es más fuerte para la vecina Costa Rica, por la migración de más de 70 000 nuevos solicitantes de refugio, también en El Salvador los inversionistas de ese país están resintiendo la caída de sus ventas, y hasta el cierre de algunos negocios, dentro de Nicaragua.

“La crisis nicaragüense nos afecta de forma negativa, porque aspiramos a ver a todos los países de Centroamérica como parte de una región, porque es la forma en la que tenemos mejores posibilidades de competir en un mundo globalizado”, asevera Luis Cardenal, el nicasalvadoreño que preside la Asociación Nacional de la Empresa Privada, (ANEP), que sería el equivalente local del Cosep.

De forma más específica, refiere que los grandes grupos salvadoreños ven la situación nicaragüense “con preocupación”. “Algunos —agrega— nos han dicho que las ventas se han bajado considerablemente, y que están teniendo que dejar ir personal”.

“Algunas empresas medianas y pequeñas han cerrado y se han venido de regreso, porque no aguantan la presión. Hay gente que dice ‘es mejor una vez colorado que cien veces morado’”, o sea, es mejor una muerte rápida que una muerte lenta.


El intercambio comercial entre ambos países sumó 700.1 millones de dólares en 2017, y decayó -2.8%, al cerrar 2018 en 680.2 millones. Comparativamente hablando, la brecha es un poco mayor, si se considera que, en 2017, se había registrado un crecimiento de 8.8%.

Esas cifras ocultan varias asimetrías. Una de ellas es que, mientras El Salvador es el segundo destino de las exportaciones nicaragüenses, nuestro país es apenas el cuarto destino de las exportaciones salvadoreñas. Otra: en 2018, El Salvador exportó a Nicaragua el equivalente a 1.48 dólares por cada dólar que Nicaragua logró colocar en el mercado salvadoreño.

A escala regional, la Federación de Entidades Privadas de Centroamérica y Panamá (Fedepricap), ha revisado las afectaciones a la actividad comercial del istmo, pero, más que eso, “hemos visto el aspecto del sufrimiento humano”, comenzando con el desplazamiento de miles de nicaragüenses a los países de la región.

“Vemos que la migración afecta a Centroamérica, pero afecta de forma distinta al triángulo norte, que al cuadrado sur. Costa Rica no tiene problemas de que sus ciudadanos busquen cómo irse a otros lados. Ellos son más bien receptores de migración, en este caso la nicaragüense, del mismo modo que Panamá recibe la de Venezuela”.

Al abordar la crisis nicaragüense, el empresario salvadoreño advierte que “no podemos intervenir en los asuntos internos del país. Lo más que podemos hacer, si lo permiten y si lo invitan, es hacer sugerencias, o dar opiniones, pero el problema de Nicaragua, que es complejo, tiene que hallar soluciones, a partir de los nicaragüenses”.

Un fracaso anunciado

Un año antes de la crisis, en una entrevista brindada a CONFIDENCIAL, Cardenal  preguntaba, en referencia al ‘éxito’ que se le atribuía al modelo de alianza entre Daniel Ortega y el sector privado nicaragüense, “¿cuánto tiempo va a ser hasta el momento que la sociedad ya no aguante tanta corrupción?... y cuando reaccione vas a volver a tener —¡Dios no quiera!— otra guerra civil, otro conflicto armado que va a dar al traste con tus inversiones”.

Ortega con el Cosep

El comandante Daniel Ortega junto al presidente del COSEP, José Adán Aguerri. Foto: Presidencia.

La crisis que estalló con la Rebelión de Abril le dio la razón, porque la ‘normalidad’ que generaba el modelo Ortega era realmente anormal. De ahí que la cúpula empresarial salvadoreña rechazara la ayuda que les ofreció el mandatario nicaragüense para hablar “con los muchachos” (el Gobierno del FMLN), para hacer lo mismo en El Salvador.

Rechazaron esa ‘ayuda’, dice Cardenal, “porque estábamos convencidos que no iba a funcionar. En ningún lugar del mundo, es sostenible en el tiempo un sistema donde los poderes estén controlados por una persona. Al final del día siempre habrá conflictos, diferencia de opiniones o de intereses, y no va a prevalecer el bien común, o lo que es justo, lo que es correcto, lo que es legal, sino que al momento de resolverlos lo que va a prevalecer es la voz del dictador”.

Su vaticinio resultó correcto. Si en su momento pareció que algunos ganaban, al final resultó que todos perdieron, con la excepción, quizás, de “unos cuantos que hicieron plata y se la llevaron del país, de modo que para ellos ya no tiene ninguna consecuencia lo que está sucediendo. A los que ordeñaron la vaca y se llevaron la leche, tal vez no les importe, pero a la gran cantidad de gente que sigue en Nicaragua, ellos sí lo van a padecer”, grafica.

El presidente de ANEP rechazó el “modelo”, incluso en los tiempos en que el sector privado nicaragüense aducía que estaba logrando que decenas de leyes sobre política económica se aprobaran contando con el consenso del Cosep. “Siempre y cuando él quisiera dejar”, corrige. “En el momento en que él dijera ‘no’, ¿qué capacidad de presión tenía el Cosep, si él decía ‘no quiero’? ¿Podían demandarlo en los tribunales?”, pregunta, y aunque sabe que sí se interpusieron varios recursos, vuelve al ataque inquiriendo si alguno tenía posibilidad de ganar, siendo que Ortega controla “el Poder Judicial… la Policía, los sindicatos”.

Cardenal considera “una ilusión”, la idea expresada por algunos de los líderes del sector privado nicaragüense, quienes le señalaban con orgullo que “nosotros cogobernamos, nosotros influenciamos”. “Eso era mientras él quisiera, y no era estable. No es sostenible estar a la voluntad del dictador. Uno tiene que estar a la voluntad de la ley”, remarca.

Primero la institucionalidad

Si esas razones eran válidas para decidir que no era una buena idea hacer un pacto con el diablo en Nicaragua, Cardenal defiende que tampoco era —ni es— justificable tratar de hacer lo mismo en El Salvador, país donde sí hay balance de poderes, y nadie podía decir que el Gobierno del FMLN fuera una dictadura, o que el de Nayib Bukele lo sea.

El presidente del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP) y miembro de la Alianza Cívica por la Democracia y la Justicia, José Adán Aguerri, sale de una reunión con miembros de Cruz Roja Internacional, este jueves. // Foto: EFE

“Entendimos que no podíamos hacer negocios hoy y tener hambre mañana. Que no podíamos hacer negocios, y beneficiarnos temporalmente, a costa de entregar la institucionalidad del país, después de vivir una guerra de doce años, y mientras tratábamos de construir un nuevo país”, reflexiona.

“Nosotros le decíamos a nuestros amigos en Nicaragua: —Esto no es sostenible, ni será bueno a la larga para ustedes, porque al final del día, ustedes están en manos de la decisión arbitraria del dictador. No están en un sistema de derecho, de legalidad, en un debido proceso”, añade.

Cardenal admite que “existe la tentación para todos —y los empresarios no estamos libres de eso— de querer gravitar alrededor del poder. Se han dado casos, en donde algunos ‘empresarios’, se han acercado al poder para ser exitosos, o para beneficiarse de los favores y de las mieles del poder, pero hay que entender que serán muy, muy pocos, los que pueden hacerlo y beneficiarse de eso”.

Volviendo sobre esa idea, dice que “si para que te den un permiso, tenés que ir a rogarle al amigo, e ir donde el presidente para que te lo autorice, y a uno se lo autoriza porque es amigo, y a otro no porque es opositor, o le cae mal, ¿dónde está la competencia, y el principio de que el campo esté parejo para que todos podamos desarrollarnos?”.

El presidente de la ANEP rechaza que la razón para no aceptar los ‘caramelos envenenados’ que les ofrecía Ortega, sean las diferencias profundas que les separaban filosófica e ideológicamente del Gobierno del FMLN.

Y eso que “el FMLN había declarado que los empresarios éramos sus enemigos de clase. Durante la guerra, decían que no iban a alcanzar los árboles para colgar a los empresarios, y al llegar al poder, demostraron con hechos que los empresarios no éramos de su agrado”, rememora.

Adiós, FMLN

La consecuencia de esa forma de gobernar fue que “la inversión comenzó a marcharse. La nueva inversión no vino. Las empresas no crecían. La economía tampoco. No se generaban oportunidades y empleos para la gente, que comenzó a padecer de desesperación y desesperanza, porque sentían que aquí no tenían futuro, y la migración aumentó”.

Simpatizantes del FSLN en la Plaza de la Fe, el 19 de julio de 2019. // Foto: EFE

En paralelo, “el tamaño del sector informal creció de 52% o 53% a 72%. El país iba rumbo al despeñadero. ¿Qué nos tocaba hacer? Defender la institucionalidad, defender la ley, el Estado de derecho, la democracia, aún si los partidos políticos no lo hacen”, recitó.

Su razón para asumir esa actitud es que “somos los empresarios los que más tenemos que perder, y los que más contribuimos a sostener el Estado con nuestros impuestos, lo que nos confiere el derecho a exigir, y eso es lo que hemos venido haciendo desde hace tiempo”.

La instalación del Gobierno de Nayib Bukele —que según las encuestas, al llegar a los primeros cien días de su mandato, goza de la aprobación del 90% de sus gobernados— no debe representar un cambio en la defensa de la institucionalidad, si bien el sector privado siente que puede bajar un poco la guardia.

“Llega Bukele y se pasa la página. Se van diez años de gobierno del FMLN y de una situación tensa, donde ellos —que nos tenían señalados como enemigos— ya no están. Ahora tenemos a un nuevo Gobierno, que dice ser amigo y entender al sector empresarial, y que va a ayudar para que el sector empresarial pueda trabajar y desarrollarse”, explica.

“Obviamente, para nosotros ese es el mensaje correcto, pero además, vemos que los gobiernos anteriores se habían alineado en la órbita de Venezuela, Ecuador, los Kirchner, de Daniel Ortega, en la órbita del ‘Socialismo del Siglo XXI’, en la cual nosotros no creemos, y ahí están los resultados palpables de que no funciona”, sentencia.

En contraste “este Gobierno ha volteado a fortalecer su relación con Estados Unidos, que es nuestro principal socio comercial y con quien tenemos diferencias —pero tenemos muchas más coincidencias que las que tenemos con Venezuela— y muchas más oportunidades”, detalla.

En este nuevo escenario, el representante del sector privado salvadoreño siente que “tenemos más esperanza y posibilidades de hacer propuestas, y que estas sean escuchadas”.


Una oportunidad para El Salvador

“Éramos el patito feo de Centroamérica. Mientras se respete el Estado de derecho, la democracia, vamos a darle todo nuestro apoyo a Bukele”

Un comerciante ofrece camisetas con la fotografía del presidente salvadoreño, Nayib Bukele, quien cumplió sus primeros cien días de Gobierno el pasado ocho de septiembre. // Foto: EFE | Rodrigo Sura

Las encuestas dicen que el presidente Nayib Bukele tiene el 90% de aprobación. ¿El país va en la dirección correcta?

Eso significa que hay una buena percepción de la población hacia él, pero también significa un riesgo para él, porque el hecho de gobernar para mantener altos índices de popularidad, puede llevarlo a tomar decisiones que no sean las más atinadas.

A veces, las decisiones que un país necesita para resolver sus problemas más importantes, no son las más populares, pero sí las más necesarias. Vamos a ver si es un Gobierno que persigue la popularidad, o si persigue la solución de los problemas. Esperamos que sea de este último, y que aproveche su popularidad para hacer cosas que otros gobiernos no pudieron hacer, porque no tenían el capital político.

Por eso decimos que, en este momento, hay una ventana de oportunidad que no debe desperdiciarse. Hay aires de refresco en el ambiente político. Hay un sentido de esperanza y optimismo que no se había tenido en los últimos 15 años, y muchas veces, quizás más importante que algunas acciones, son las actitudes.

Antes, como salvadoreño, no ibas a hablar mal de El Salvador, pero era difícil poder hablar bien, cuando nos decían que éramos el país más violento del mundo, o donde ningún indicador social reflejaba que aquí se pudiera atraer adecuadamente la inversión, pero eso ha cambiado. La gente nos está viendo con otros ojos.

¿Cómo se explica eso?

En parte, por lo que está pasando en el país, y en parte es circunstancial, por lo que le está pasando a Centroamérica. Durante años, nosotros éramos el patito feo de Centroamérica: el más violento, el que atraía menos inversiones, el que menos crecía, el que tenía más problemas. De repente, las circunstancias cambian.

Para Estados Unidos, Panamá se ha aliado con China, y su nuevo presidente es de una tendencia más de izquierda. En Costa Rica se caen los partidos tradicionales, y el Gobierno es una coalición frágil a la que tuvo que llegarse para evitar que les ganara un novato en la política, un pastor cristiano que iba punteando en las encuestas.

Nos quejamos que El Salvador tiene 160 000 empleados públicos, pero Costa Rica (que solo cuenta con el equivalente al 60% de la población salvadoreña) tiene 350 000. Aquí tenemos problemas fiscales, por un déficit de 500 millones de dólares, y el de ellos es de 3500 millones o 4000 millones de dólares.

Nicaragua tenía el modelo de Ortega, y de repente, eso se derrumbó, mientras en Guatemala, la Cicig generó intranquilidad e incertidumbre; debilitó la institucionalidad del Ministerio Público, y les sacó carreras y temores a los partidos políticos, y al sistema judicial.

Y Honduras, que era el ‘gallito’ de Centroamérica en un momento dado, cambia su Constitución para permitir la reelección. La población lo rechaza, hay efervescencia social, quema de vehículos, cierre de calles, toma de sitios públicos, saqueo de negocios, etc.

Y mientras Centroamérica está en esa situación, en El Salvador termina la época oscura del FMLN; hay un nuevo presidente, que comienza a enviar un nuevo mensaje, de decir las cosas que la gente quiere escuchar; que empieza a gobernar de una manera diferente, y la comunidad internacional comienza a vernos como un lugar interesante.

Y los salvadoreños, al sentir ese respaldo, decimos: tenemos una oportunidad. Aprovechemos. Hagamos lo que tenemos que hacer para salir adelante. Entonces, mientras se respete el Estado de derecho, la democracia, el sistema de libertades, vamos a darle todo nuestro apoyo a Bukele, pero nos mantenemos observantes, ante las tentaciones en las que puede caer cualquier gobernante que tiene índices de popularidad tan elevados, como los que tiene él.

A pesar de esa confluencia de astros en favor de El Salvador, la inseguridad sigue siendo una realidad cotidiana en este país, ¿cómo afecta eso al desempeño de las empresas?

Entendemos que los problemas no se van a resolver de la noche a la mañana, pero que se comiencen a tomar las medidas necesarias para que se comiencen a resolver, ya es un buen comienzo.

No estamos diciendo que todo está resuelto, pero siempre hemos estado convencidos que los problemas se pueden resolver, si partimos de que exista voluntad, y una visión correcta de cómo resolverlos, y después, que se sumen todos los sectores en la búsqueda de solución de los problemas, que son bien complejos, lo que obliga a trabajar en equipo, y requiere compartir una misma visión de nación.


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Iván Olivares

Iván Olivares

Periodista nicaragüense, exiliado en Costa Rica. Durante más de veinte años se ha desempeñado en CONFIDENCIAL como periodista de Economía. Antes trabajó en el semanario La Crónica, el diario La Prensa y El Nuevo Diario. Además, ha publicado en el Diario de Hoy, de El Salvador. Ha ganado en dos ocasiones el Premio a la Excelencia en Periodismo Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, en Nicaragua.

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