15 de septiembre 2019
Casi al cuarto día de las perennes sesiones de choques eléctricos en los genitales, patadas, puñetazos, ahogamientos simulados, desvelo inducido, y amenazas de muerte con pistolas sobre su cabeza, Marcos Novoa deseó que sus torturadores lo mataran de una sola vez. Estaba desnudo en una celda, solo, desorientado por la brutalidad sufrida, padeciendo un dolor indecible. Antes de desear su asesinato e incluso de provocar a sus captores para que le pegaran un tiro de AK-47 en la cabeza, el joven intentó otro método para evitar más maltratos: embadurnarse de mierda el cuerpo.
Los paramilitares ingresaron a la celda de Novoa para otra sesión de tortura. Al verlo, no se atrevieron a levantarlo del suelo por la pestilencia y para evitar llenarse de excremento. Novoa pensó que había conseguido esquivar el dolor. No fue así. Los encapuchados trajeron un chuzo eléctrico alargado —similar al que usan para los toros en las barreras— y lo descargaron en sus genitales.
“En ese momento yo tomé una decisión”, recuerda Novoa. Y la decisión era que lo mataran. Porque a esa altura, en la que dice ya le habían “quitado la humanidad”, y que ni siquiera un hombre lleno de mierda y destrozado provocaba compasión alguna en los torturadores, solo la muerte prometía alivio seguro. Y un tiro en la cabeza, en especial de fusil AK-47, pensó no le provocaría más dolor. Sería instantáneo y efectivo.
Novoa estaba encerrado en una prisión clandestina en Managua. Lo torturaron tantas veces que perdió la noción del tiempo. Pero sí sabe que los paramilitares lo capturaron el 24 de mayo de 2018 por ser autoconvocado, por participar en las protestas contra el Gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Este estudiante de la Universidad Americana (UAM) fue el primer manifestante azul y blanco en denunciar públicamente la existencia de una cárcel irregular y del uso de tortura para acallar opositores, en un momento de la aparición de las bandas paramilitares al amparo de la Policía y el régimen Ortega-Murillo.
El relato de Novoa, ofrecido primero a una cadena de noticias para latinos en Estados Unidos en julio de 2018 tras huir a Miami, es en realidad solo una parte de lo que vivió a manos de paramilitares y policías. A más de un año de la nociva experiencia, este joven de 26 años brinda a CONFIDENCIAL su testimonio completo, sin omitir detalles tan escabrosos que parecieran ser sacados del manual más selecto de la tortura.
El testimonio de Novoa no solo reafirma la perversión de un régimen que ordenó disparar a matar a los ciudadanos que protestaban en las calles pacíficamente, sino que deja entrever el andamiaje de oficiales y paramilitares para ejercer tortura de forma coordinada y premeditada. A Novoa lo capturaron paramilitares y fue liberado por órdenes de un comisionado general de la Policía.
La negación de Jaentschke
“En Nicaragua no existe la tortura ni tratos crueles, inhumanos o degradantes en los centros de reclusión”, dijo rotundo Valdrack Jaentschke, vicecanciller del Gobierno Ortega-Murillo, en Ginebra, Suiza, adonde viajó esta semana para contradecir el informe presentado a inicios de septiembre de 2019 por la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (OACNUDH).
Jaentschke mantuvo la postura de negación frente a los diplomáticos del mundo sin importar que en la misma sesión y recinto de la sede de la ONU estaban excarcelados políticos, quienes denunciaron torturas y tratos crueles mientras estuvieron presos, como Byron Estrada y Edwin Carcache.
El informe de la oficina liderada por la expresidenta chilena Michelle Bachelet asegura que las torturas y los malos tratos en perjuicio de opositores al régimen persistieron desde agosto de 2018, cuando el Gobierno Ortega-Murillo expulsó de Nicaragua al equipo enviado por la alta comisionada.
El informe final de la oficina de Bachelet no solo menciona los casos de torturas ocurridos en la Dirección de Auxilio Judicial, sino que recoge las denuncias de las penitenciarías La Modelo y La Esperanza.
“La OACNUDH ha documentado siete ocasiones en las que grupos de mujeres y hombres arrestados en el contexto de las protestas (…) fueron golpeados por funcionarios penitenciarios y policías, y sometidos a formas prohibidas de castigo, tales como castigos colectivos consistentes en golpizas con porras, aplicación de gas pimienta en los genitales de los hombres y confiscación arbitraria de los efectos personales de las mujeres”, recoge el informe.
El asesinato del preso político Eddy Montes a manos de centinelas carcelarios también es recogido por la ONU. Así como la política penitenciaria de mantener en celdas de máxima seguridad a muchos manifestantes azul y blanco.
“Toda reclusión en régimen de aislamiento de más de 15 días consecutivos de duración está prohibida por las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para el Tratamiento de los Reclusos y puede equivaler a tortura o tratos o penas crueles, inhumanas o degradantes, dependiendo de las circunstancias”, afirma la OACNUDH. “Según fuentes corroboradas, las condiciones del régimen de aislamiento eran precarias, con celdas plagadas de insectos, sin acceso a luz solar ni natural y con ventilación insuficiente a pesar de las altas temperaturas diurnas”.
La dictadura Ortega-Murillo ha declarado “que no se han investigado alegaciones de tortura y malos tratos cometidos por los funcionarios penitenciarios porque el Sistema Penitenciario Nacional “no ha recibido ninguna denuncia de malos tratos”.
Sin embargo, el informe de la ONU cita el artículo 12 de la “Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes”, mecanismo del cual el Estado de Nicaragua es suscriptor. Ante eso, “las autoridades competentes están obligadas a iniciar y llevar a cabo una investigación pronta e imparcial, siempre que haya motivos razonables para creer que se ha cometido un acto de tortura, incluso en ausencia de denuncia”.
Pero como demostró el vicecanciller Jaentschke en Ginebra, la única voluntad política del régimen que representa es la negación y la evasión de los múltiples testimonios de tortura conocidos desde abril de 2018.
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“Estaba como enterrado vivo en La Modelo. La celda era pequeña, estaba aislado y no podíamos distinguir cuándo era de día y cuándo era de noche. Esas celdas no están hechas para los humanos, te impiden tener contacto, perdés la noción del tiempo”. Medardo Mairena, excarcelado político y líder campesino.
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La trampa y las torturas
Marcos Novoa dice que le tendieron una trampa. Él se involucró desde el 18 de abril en las protestas; primero trasladando víveres y luego heridos de la represión. Como muchos autoconvocados se unió a grupos de WhatsApp para coordinar acciones. Durante todo abril, hasta su secuestro el 24 de mayo, el joven pasó involucrado de lleno en las protestas. En esos intercambios conoció a dos personas a quienes acusa de haberlo “entregado a los paramilitares”.
“Fabio Sánchez y Carlos Hermoso me entregaron”, denuncia Novoa. Según él, estas dos personas se hicieron pasar por autoconvocados. Ambos habrían citado a Novoa el 24 de mayo a una casa ubicada en el residencial Planetario para “entregarle un dinero para comprar víveres y medicinas”. Mientras estaba allí, más de una decena de camionetas Hilux rodearon el inmueble y secuestraron a Novoa.
En ese instante empezó la experiencia que, hasta el día de hoy, mantiene traumado a Novoa. Los paramilitares lo neutralizaron a punta de patadas y golpes de culata de AK-47. Novoa pudo ver de cercas las botas que se estrellaban en su cuerpo: dice que era calzado militar. Antes de que lo vendaran para llevárselo de la casa en Planetario, el joven asegura que logró ver, en algunos paramilitares, escarapelas de los Tapir, una fuerza policial de la Dirección de Operaciones Especiales (DOEP).
Novoa no sabe adónde los trasladaron, pero cuando llegaron al sitio de las torturas asegura que los paramilitares le decían “que eran parte de una mara”. Era una forma de confundirlo, pero él no dudaba de que los secuestradores eran leales al Gobierno de Daniel Ortega. Las sospechas pronto se volvieron certezas dolorosas.
“Me llevaron a un cuarto a empujones y a golpes. Estaba descalzo y no podía ver nada. Creo que eran varias personas porque los golpes los sentía por todos lados”, relata Novoa. “Me metieron como un hueco y en ese momento pensé que me iban a rafaguear y después a enterrar. Por eso grité ‘Nicaragua libre’, y por decir eso los golpes siguieron”.
Aunque nunca vio el rostro de sus torturadores, Novoa dice que sí escuchara la voz de uno de ellos apodado “El Águila”, la reconocería de inmediato. Novoa disimula, trata de aparentar fortaleza, cuando narra su testimonio. Pero a medida que se adentra en las crueldades más sórdidas que sufrió, algo en él se descompone; el rostro se le descoordina, respira hondo; suspira, contiene el llanto; pide disculpas. Se sobrepone y sigue.
Los paramilitares lo metieron a una mazmorra sucia, tapizada de excremento y apestosa a orina. Allí fue cuando lo desnudaron, le lanzaron un balde de agua enlodada y le aplicaron los primeros electrochoques. “Fue en el pecho. No podía ni moverme ni hacer nada. Es como si el corazón se te va a salir y explotar. Como que vas tener un paro cardiaco”, narra Novoa.
Esa tortura fue la antesala de los interrogatorios. “El Águila” comenzó a preguntarle a Novoa “cuánto dinero le había dado Laura Dogu”, quien fue la embajadora de Estados Unidos en Nicaragua. Lo acusaban de ser un agente de la CIA.
Los paramilitares también tenían otras fotos de Novoa en Sri Lanka. “Ya sabemos que sos norteamericano, y que estuviste en la CIA en Sri Lanka trabajando”, le decían los torturadores, siempre ciñéndonos al testimonio de la víctima, quien tampoco negó eso. Sí estuvo en Sri Lanka, pero como trabajador voluntario de UNICEF.
“Después de eso me pasaron a un cuarto con aire acondicionado. Comenzaron a ponerme una pistola en la boca y en los genitales… sentía el frio de la pistola y cada vez que apretaban el gatillo y escuchaba el clic, pensé: —Me pegaron el tiro”, afirma Novoa.
Las sesiones de maltrato persistieron a diario, incluyendo las simulaciones de ahogo. Novoa ya no soportaba el dolor y sus secuestradores pensaban que “era un tipo de la CIA bien entrenado, porque no se quebraba y no cantaba (declaraba)”. Las torturas pasaron a otro nivel cuando lo llevaron ante el “Veintidós”. “Ese era un tipo cubano, que fumaba cigarros que no eran nicas, y era como el entrenador de los otros paramilitares”, denuncia Novoa.
El “Veintidós” les dijo a los otros paramilitares que él tenía la manera “de quebrar” a Novoa. “El cubano mandó a traer a unos jóvenes morenos. Estaban desnudos. Abrieron unos baldes que soltaron un olor fuerte. El “Veintidós” comenzó a echarles a los chavalos del líquido de los baldes, y yo comienzo a gritar cuando veo que es ácido sulfúrico, porque la piel de ellos pasó de morena a blanca. Todo lo que eran sus caras comenzaron a derretirse, a salirles ampollas; es como humo que sale se está quemando”, relata Novoa.
El joven asegura que los paramilitares que lo tenían sostenido lo obligaban a ver aquella escena. Si Novoa volteaba o cerraba los ojos, le pegaban con la culata del AK-47. “La única cosa que me decía el “Veintidós” era que yo podía detener eso si decía que era agente de la CIA. No dije nada, pero si pudiera tener una máquina del tiempo, diría que sí lo soy para tratar de evitar eso a esos muchachos”, afirma Novoa, quien ahora no puede sacar de su sentido del olfato el olor a carne humana quemada.
Aterrado tras la escena del ácido, los golpes y los choques eléctricos siguieron para Novoa. Allí fue cuando el dolor físico y emocional se volvió insostenible. El joven intentó embadurnar su desnudez con heces para evitar más maltrato. No funcionó. Entonces sintió que solo la muerte podría aliviarlo.
“Les dije a los paramilitares que cuando Estados Unidos se enteraran de lo que me hacían, vendrían por ellos y sus familias. Les menté a la madre, les dije de todo para provocarlos y conseguir que me mataran de un balazo”, recuerda Novoa. Pero no lo consiguió. El dolor siguió.
Documentar las torturas
La abogada del colectivo de derechos humanos “Nicaragua nunca más impunidad”, Wendy Flores, exiliada en Costa Rica, recomienda a las víctimas de torturas de la dictadura de Daniel Ortega, que documenten sus casos. “Registrarlos y denunciarlos ante las organizaciones de derechos humanos y ante los organismos internacionales”, porque se trata de delitos que no prescriben.
“Si en este momento no hay condiciones para tener justicia, las habrá en el futuro. Nosotros tenemos una demanda como pueblo de pedir justicia”, dijo Flores en referencia al informe que presentó la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, en que señala la aplicación de torturas y tratos inhumanos en las cárceles de la dictadura.
La dictadura de Ortega está señalada de crímenes de lesa humanidad. “Los delitos de lesa humanidad no prescriben y la tortura está dentro de esos delitos”, recalcó Flores.
La defensora de derechos humanos dijo que el primer paso para buscar justicia por los casos de torturas es agotar las vías internas, pero que hay excepciones que aplican para las víctimas de la dictadura.
“En Nicaragua no hay condiciones para agotar las vías internas o no existen leyes, es decir como en este caso no hay condiciones valdría la pena examinar si las víctimas pueden acudir directamente ante los mecanismos internacionales para presentar su denuncia”, detalló Flores.
“Uno de los obstáculos que tiene nuestra legislación penal interna es que el delito de tortura no se adecúa a lo establecido por la Convención Contra la Tortura porque, por ejemplo, no reconoce la legislación interna la participación de fuerzas no estatales dentro de los actos de torturas. Ahí las víctimas podrían decir que en Nicaragua no existen procedimientos para denunciar a personas que no sean funcionarios del Estado por el delito de torturas”, explicó en relación a los paramilitares, los grupos irregulares que torturaron a Marcos Novoa.
En el informe, Bachelet recomendó al Estado de Nicaragua derogar la Ley de Amnistía, aprobada por la dictadura que pretende darle impunidad a los paramilitares y policías que dispararon contra civiles.
“Pretende poner una piedra sobre una demanda de justicia, pretende dejar garantías de impunidad a los perpetradores desde asesinatos hasta actos de torturas”, dijo Flores. “El mensaje que nosotros hemos querido decir no solo al pueblo de Nicaragua si no (también) a esa gente que sigue operando, es que habrá justicia en nuestro país y que esa ley no representa la protección que ahora el régimen les quiere dar y se va a derogar”, aseguró la defensora de derechos humanos.
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“Pusieron mi mano sobre la mesa, luego me colocaron la rodilla encima de la mano y con una tenaza me jalaron la uña. Sentía cuando la uña y el pellejo se iban desprendiendo de la carne y la sangre brotaba, es un dolor que no se lo deseo a nadie, ni a mi peor enemigo”. Ángel Rojas, excarcelado político.
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Violencia sexual y chantajes
Marcos Novoa escuchó que en otra celda de la cárcel clandestina los paramilitares violaban a una mujer. Él dice que comenzó a gritar y a reclamar por la agresión sexual. Los paramilitares llegaron a su celda a castigarlo por la intromisión. El escarmiento no fueron choques eléctricos en los genitales. Novoa asegura que lo colocaron contra la pared y los paramilitares lo sodomizaron con un “tubo”. No sabe si era un lanzamortero o qué exactamente, porque estaba algo drogado.
Los captores le habían inyectado horas antes en la espalda una especie de tranquilizante. Novoa apenas podía mantenerse en pie y se sentía adormilado. La sodomización terminó de quebrar la “humanidad” de Novoa. Luego le pegaron un golpe tan fuerte en la cara que lo noquearon.
“Desperté todo adolorido. No podía levantarme. En los peores días comenzás a pensar bastante en tu vida; qué has hecho de ella… Concluí que el sentido de la vida era, para mí, el amor hacia los padres, tu novia, sobrinos… es lo que más quería en ese momento”, afirma Novoa. Estando en esa cavilación, los paramilitares lo sorprendieron y lo levantaron del piso lleno de excremento. Lo bañaron y le dieron ropa de su talla. Novoa pensó que lo vestían para, por fin, asesinarlo. Tampoco fue así.
“Me sentaron en una sala con aire acondicionado que quedaba en la misma cárcel. Me dieron una hamburguesa caliente de Burger King. Había varios hombres encapuchados y reconocí a un alto comisionado de la Policía”, denuncia Novoa. “Ya no me trataban mal y me decían que iban a soltar, porque habían cometido una equivocación… y que si no hablaba sobre lo que me hicieron me iban a dar 5000 dólares mensuales”, relata el joven.
Otro requisito para la liberación de Novoa fue que grabara “un video señalando al empresario Piero Coen de financiar a los terroristas; a Félix Maradiaga y a Luciano García de financiar a los atrincherados de las universidades; y a Hugo Torres y Moisés de Hassan de facilitar armas y morteros”. Novoa hizo el video en el que también se inculpó. Horas después, unos oficiales lo tiraron desde un carro detrás del edificio de Movistar, en Carretera a Masaya.
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“No recuerdo cuántas golpizas fueron. Salí tan aturdido, que el dolor en el penitenciario se hace pasajero. Ya no se cuentan los golpes. Los funcionarios actúan por órdenes del Frente Sandinista. Las golpizas fueron violentas y uno no puede ver a sus agresores, porque te mantienen con la vista hacia el piso”. Levis Artola, excarcelado político.
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Las secuelas
Las secuelas de las torturas acompañan a Marcos Novoa. Su cuerpo todavía presenta dolencias, en especial sus pies y su piel. La epicrisis médica de Novoa, en poder de CONFIDENCIAL, detalla que durante el secuestro le inyectaron diversos fármacos con efectos sedantes (Midazolanm, Propofol y Ketamina). Uno de sus médicos —que pide anonimato— asegura que esos fármacos son usados “por laboratorios de torturas”, porque producen euforia y alucinaciones.
La misma epicrisis también dictamina que Novoa sufre de trastorno por estrés postraumático. “Siento que me están siguiendo”, confía el joven, a quien el psiquiatra le ha recetado una serie de pastillas para mantenerlo dentro de sí.
“Si no me tomo las pastillas, puedo perder la mente y la realidad. Miedo de morirme no tengo, pero lo único que me hace sentir bien es ayudar a otras personas”, escribe Novoa en un mensaje de texto, acompañado de una foto que muestra una bolsa ziploc llena de frascos de pastillas.
Con la colaboración de Ismael López.