14 de septiembre 2019
San José, Costa Rica-. El garaje está repleto de refugiados. Están sentados en sillas plásticas ordenadas en hileras, dispuestas como para atender un rezo o una misa. Pero las personas —en particular madres que cargan a sus hijos— no están atentas a la voz de un religioso o nada parecido. Esperan el llamado de un médico sin gabacha, que apenas lleva puestos guantes de látex celestes y un estetoscopio sobre los hombros, que las invita a pasar al consultorio.
— ¡Celsa María Lara Chavarría! — grita el doctor.
— Aquí estoy, aquí estoy — responde una señora menuda. Celsa María se levanta de la silla plástica con dificultad. Renquea del pie derecho.
— Pase, por favor — invita el médico.
Es la típica escena rutinaria de médicos y pacientes. Solo que en este caso, el doctor Óscar González Arreaza no llama a los pacientes en un centro de salud o un hospital, y tampoco brinda consultas privadas. Este médico exiliado atiende a otros exiliados nicaragüenses en una casa en el barrio San Pedro, Montes de Oca, de San José, y lo que brinda es asistencia humanitaria, ya que en este país no puede ejercer su profesión.
El doctor González Arreaza le indica a la paciente adónde la atenderá. El sitio está al fondo de un pasillo delineado por delgados biombos recién instalados: son dos sillas dispuestas una frente a la otra, así como las colocan los novios primerizos en sus citas bajo la supervisión familiar. El médico anota el nombre de Celsa María en un papel y la comienza a auscultar. Pronto repara que la dolencia está en el pie de la mujer.
El doctor González Arreaza está tan concentrado en su quehacer, que las decenas de pacientes que desfilan a su lado con otros colegas no lo distraen. Es sábado. El consultorio improvisado tiene alta demanda. Los refugiados prefieren venir hasta estos médicos a contarles sus dolencias, ya que no requiere de tantos requisitos como presentarse al sistema de salud costarricense.
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Desde que la primera ola de exiliados políticos rompió en Costa Rica a mediados de 2018 —los doctores incluidos—, la atención médica se volvió tema de primer orden humanitario. Entre los médicos exiliados venían especialistas y doctores generales, quienes fueron despedidos del Ministerio de Salud (Minsa) por atender a los heridos, y desacatar la política dictadura por la dictadura Ortega-Murillo de cerrarle las puertas de los hospitales “a los terroristas”.
El doctor González Arreaza llegó en agosto de 2018 a San José. Después de prestar servicios en la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli), los simpatizantes del régimen comenzaron a hostigarlo. Tuvo que dejar su trabajo como cirujano bariátrico en el Hospital Solidaridad. El doctor González Arreaza es uno de los mejores en su ramo, tanto así que fungía como instructor nacional de cirugía laparoscópica.
“Al ver la forma tan cruel cómo estaban atacando a los estudiantes, me dediqué a ir a la Upoli para ver a los heridos. En una misión netamente humanitaria, cumpliendo mi juramento hipocrático”, sostiene. “Me impulsó el hecho que estaban siendo rechazados en la mayoría de los hospitales del Estado”.
El impulso le costó estigma y persecución a González Arreaza. “Me fueron etiquetando y marcando. Tenía que atender a los heridos y ser objeto de todas las amenazas y recriminaciones”, dice. Todo cambió cuando las amenazas incluyeron a sus hijos y se vio obligado a exiliarse con toda la familia.
Al llegar a Costa Rica, entendió la magnitud del drama migratorio. De inmediato y con la colaboración de otros colegas, dieron asistencia en un hospital de campaña en el parque La Merced y luego en el convento de las monjas de María Auxiliadora. Debido a las dificultades que ellos mismos pasan en San José, las atenciones cesaron por algunos meses.
El doctor González Arreaza comenzó a trabajar como conductor de Uber, mensajero en su bicicleta y a realizar ciertas consultorías para poder sobrevivir. En paralelo, vendió algunas pertenencias en Nicaragua. Sin embargo, las ganas de seguir atendiendo a los exiliados no se le apagaron. Hace más de tres meses, alrededor de 26 doctores exiliados se reagruparon, y con ayuda de organismos de nicas que apoyan a los refugiados montaron la clínica improvisada en la que atienden cada sábado. A los médicos también los acompañan estudiantes de Medicina exiliados.
“Nos hemos valido con médicos de la diáspora que están aquí desde antes de la crisis, que son homologados. Ellos nos han apoyado en ayudar a la población”, dice González Arreaza. “Hemos estado montando estos consultorios para brindar asistencia humanitaria”.
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Rommel Meléndez, médico general y especialista en salud sexual y reproductiva, atiende al otro lado del biombo en el que está su colega González Arreaza. Ese mismo sábado ha llegado una nicaragüense exiliada que recientemente ha dado a luz. A la madre le duele el cuerpo por las noches, en especial la espalda, y ella no sabe el origen de la dolencia. Aunque los doctores no pueden dar dictámenes de inmediato, a falta de insumos de apoyo, tratan de ayudar en la medida de sus posibilidades.
Los médicos tampoco pueden emitir recetas en Costa Rica. Al no tener sus títulos homologados, en la práctica están inhabilitados para trabajar como tales. El Colegio Médico costarricense es muy estricto. Para que un médico nica pueda homologar su título se necesitan más de 700 dólares, pero en realidad el mayor problema son los requisitos que pone la Universidad de Costa Rica (UCR) para realizarles el examen, es decir, documentos que, dada su calidad de exiliados y perseguidos políticos no pueden obtener en Nicaragua.
“Hay problemas en Costa Rica por la documentación que solicitan”, subraya el doctor Meléndez, quien trabajaba para el Minsa en el municipio de La Concepción antes de ser despedido por atender heridos opositores. “El problema es que nosotros somos médicos que estamos en listas en la UNAN-Managua. Estamos identificados. Entonces cuando en Costa Rica nos piden las notas, los planes de estudio, el pensum, y nuestras monografías, no los tenemos… porque al pedirlas en Managua nos responden que no hay registros de nosotros”.
Lo que describe el doctor Meléndez se asemeja a las viejas prácticas estalinistas. Así como Stalin borraba a sus compañeros devenidos en opositores de las fotografías, las autoridades de la Facultad de Medicina de la UNAN-Managua, y también la de León, borran los registros de los médicos considerados “golpistas”. El doctor Meléndez asegura que su monografía fue encontrada por casualidad por un colega conocido “en un basurero” en la UNAN-Managua.
El doctor González Arreaza explica que a veces logran conseguir los documentos a través de otros colegas en Nicaragua, quienes se arriesgan a solicitarlos. “La UNAN es tan disciplinada con cumplir los requerimientos de la dictadura, que a todo doctor enlistado (como opositor) no le aparece su monografía, programas de docencia… sus registros pues. Es como que nunca hubiésemos existido, estado colegiados o sido médicos”, afirma el cirujano bariátrico.
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Otro de los problemas que enfrentan los médicos para atender a los exiliados es la falta de medicinas. Cuando pueden les dan a los refugiados muestras médicas que les regalan. Hay colegas nicas afincados en Costa Rica que también les donan medicamentos que les sobran. En la farmacia de la clínica improvisada siempre hacen falta analgésicos, espasmolíticos, fármacos para las condiciones gástricas, trastornos de colón, antibióticos, medicinas dermatológicas y materiales para curaciones.
La demanda es alta y los recursos escasos para 26 médicos exiliados.
“Entregamos a los pacientes medicamentos en dependencia de su patología. Pero tenemos problemas con muchos medicamentos como analgésicos, antibióticos, y material de reposición”, se queja el doctor Meléndez.
Uno de los recursos que ocupan los médicos del exilio ante la falta de medicamentos y la imposibilidad de los refugiados para comprarlos en Costa Rica, es recetar a la antigua. “Tenemos que recomendar de una manera que casi volvemos a la medicina del siglo diecinueve… le decimos a los pacientes que hagan cocimientos para complementar con los medicamentos que les damos. ¿Por qué? Porque no tenemos. Es lo que hemos dispuesto. Tenemos el conocimiento y las habilidades, pero trabajamos con lo que contamos”, explica el doctor González Arreaza, tras terminar de atender a la paciente Celsa María Lara Chavarría.