18 de agosto 2019
Se habla mucho últimamente de la crítica dentro del sector opuesto a la dictadura Ortega-Murillo. Hay una catarsis colectiva en las redes sociales. Debido a la represión del estado nicaragüense, el intercambio y diversidad de éstas las convierte quizás en el espacio más libre que aún existe en nuestro país. Hay troles en ese mundo, pero no hay antimotines, ni policías, ni bombas lacrimógenas.
La crítica en cualquier sociedad es sana y necesaria. Antonio Gramsci decía que acallar la crítica y el debate intelectual, era abortar el necesario papel de los intelectuales en la reproducción y desarrollo de ideología y convertir las ideas en pura propaganda. En los sistemas socialistas reales, vimos cómo la represión del debate, de los cuestionamientos, de la elaboración intelectual de los pros y contras de nuevas propuestas ideológicas, devino en la burocratización de los partidos, en el poder excesivo de las nomenclaturas, y en la creación de aparatos de propaganda donde los eslóganes y el activismo, difundidos como “líneas partidarias de obligatorio cumplimiento,” terminaron siendo camisas de fuerza. Con gulags, ostracismo y trabajos forzados, se acalló el debate que habría quizás permitido reconocer los fallos de sistema y vencer el autoritarismo y el mecanicismo. Una ideología que predicaba la igualdad gestó sistemas represivos y autoritarios que, al final, se autodestruyeron y pusieron en cuestión el socialismo como alternativa democrática y liberadora. La propaganda vertical y la negación de la crítica, generó una cohesión artificial, no transformó de fondo la conciencia de los pueblos y derivó en fanatismos capaces de los peores crímenes.
Para ser efectiva la crítica a lo interno de quienes dicen compartir un mismo objetivo, no debe convertirse en algo similar: un instrumento cortopunzante donde las voces de supuestos líderes de opinión condenan a quienes no piensan como ellos, usando equivalentes mecanismos de propaganda para negar o despreciar a quienes califican de adversarios. Lo hacen en nombre de valores como la “democracia” o la “transparencia” mientras sus acciones los muestran como intolerantes y excluyentes. Así como el sacrosanto “partido” se erige en gurú de la santa verdad, usando la manipulación para justificar una supuesta rabia sagrada, éstos nuevos críticos señalan culpables e incitan y fomentan la desconfianza sin otra meta aparente que la de adquirir prestigio y relevancia a través de azuzar las frustraciones ajenas. Más de alguno de ellos, desde vidas que transcurren en democracias, intentan sentar criterios maniqueos de bien y mal para los que viven en dictaduras.
En la Nicaragua de hoy, quienes coincidimos en oponernos contra el actual estado de cosas provenimos de diferentes estratos sociales y experiencias. Lógicamente esta diversidad de actores de cambio implica variedad de criterios en cuanto a modos y metas nacionales más allá del fin de la dictadura. Cada grupo intenta promover su visión y ganar así mayor liderazgo y apoyo. En una reciente entrevista publicada en el suplemento dominical de La Prensa, proponía que, dados los argumentos críticos con que unos grupos descartan o niegan representatividad a otros en base a posiciones de clase o diferencias ideológicas, tendría más sentido en esta etapa organizarse por afinidades y tendencias políticas y dejar de invertir energías en pretender la homogeneidad de criterios. Urge que haya mayor organización, pero esta tarea central se estanca por desacuerdos que impiden la concertación organizada. Una vez que se consoliden las diferentes fuerzas y definan su identidad, podrá entonces conformarse una unidad o coalición en base a un acuerdo mínimo entre todos para alcanzar el objetivo común.
En esta lucha hay sitio para todo el que coincida con ese objetivo. Las diferencias de enfoques de izquierda, centro o derecha no pueden ser abolidas en base a enfrentamientos verbales o escritos que convierten la diversidad en motivo de desprecio o en críticas arrogantes e hirientes cuyo resultado es el enfrentamiento mutuo y la canibalización de quienes, en uso del derecho a su propia concepción de la realidad, no coinciden con la visión de otros. Quienes dicen aspirar a la democracia ejerciendo una crítica destructiva y erigiéndose en jueces y fieles de la balanza, lo que demuestran es intolerancia y un espíritu esencialmente antidemocrático, sectario y autoritario.
La crítica constructiva es dialogante y busca señalar al conjunto lo que considera son errores de apreciación o prácticas nocivas. No se empeña en crear enemigos, ni se enfrasca en ataques personales para destruir la imagen y el prestigio de quienes tienen visiones diferentes dentro de un colectivo con quien se comparte un objetivo común. Trata de poner a discusión la conveniencia o no de diversas opciones, consciente de que la diversidad de opiniones no significa más que la existencia de múltiples apreciaciones de la realidad.
https://twitter.com/NahirobyO/status/1161728266627166208?s=20
Esta semana, Nahirobi Olivas abrió una discusión en Twitter pidiendo que se opinara sobre los pros y contras del paro que se ha planteado llevar a cabo en una semana. Más de 70 personas opinaron, la mayoría exponiendo con madurez y sin juicios lapidarios, la razón de su manera de pensar. Fue posible ver, en esa discusión democrática, que no hay consenso sobre la conveniencia del paro o sus perspectivas de éxito. No se llegó a conclusiones absolutas, pero se abrió una ventana común de intercambio de criterios y de posiciones no adversas, sino diversas.
Son prácticas como éstas las que hacen crecer el espíritu democrático y permiten conocer las preocupaciones y consideraciones de quienes aspiran a seguir construyendo una nueva manera de relacionarnos entre la multitud azul y blanco. No es tejiendo la crítica entre nosotros con alambre de púas que lograremos construir la Nicaragua democrática que le debemos a quienes murieron por un cambio verdadero.
Managua, 15 de agosto, 2019.