14 de agosto 2019
Según el analista Alfredo Zaiat el saldo del producto per cápita del periodo macrista será uno de los más negativos desde la recuperación de la democracia. Estima, con optimismo, una caída del 10 por ciento, y comparable con el gobierno de Alfonsín (1983-1989) dónde descendió 12 por ciento y De La Rua (2000-2001) con caída del 8 por ciento (Página 12, 8 de diciembre, 2018).
En consecuencia, gran parte de la debacle electoral del macrismo, el pasado 11 de agosto, se explica por el desastre económico y la tragedia social de sus años de gobierno. Las hermosas callecitas de Buenos Aires se encuentran hoy día plagadas de mendigos, durmiendo a la intemperie en las húmedas noches de invierno.
Tampoco ayudó a Macri una campaña electoral, centrada en el miedo y la polarización extrema, que sostenía que el triunfo de Alberto Fernández convertiría a la Argentina en otra Venezuela. Su credibilidad se vino al suelo y los 15 puntos porcentuales que lo separaron del candidato peronista lo ponen en evidencia.
El triunfador de las primarias, Alberto Fernández, había sido jefe de gabinete de Néstor Kirchner, pero posteriormente, en 2010, se separa de Cristina. Sus diferencias fueron manifiestas sobre Venezuela, el cepo cambiario, la ley de medios, y, finalmente sobre la democratización de la justicia. Se unió entonces a Sergio Massa, quien encabeza el Frente Renovador, ubicado en el centro peronista.
Después de largos años de distanciamiento resulta sorprendente que Cristina Kirchner haya propuesto una fórmula presidencial encabezada por Alberto Fernández y ella como vice. Cristina comprendió al fin que el apoyo que ella recibe de la ciudadanía, aunque considerable, resulta insuficiente para impulsar un gobierno de mayoría nacional. La candidatura presidencial de Alberto Fernández busca reconquistar al peronismo de centro, aglutinado en la formación de Massa.
Cristina le dijo a Fernández “tu unes, yo divido” en una suerte de autocrítica respecto de su gestión pasada. Y en su propuesta política, hecha pública a la ciudadanía, señaló “Le pedí a Alberto Fernández que encabece la fórmula”, porque tiene capacidad de “decidir, organizar, acordar y buscar siempre la mayor amplitud posible del gobierno”.
La propuesta fue exitosa. La disposición de Cristina por ampliarse hacia el centro peronista, encabezado por Massa, fue inteligente. El peronismo alcanza un triunfo contundente en las primarias y todo indica que la dupla Fernández-Kirchner gobernará Argentina en los próximos años.
El acuerdo de centro izquierda en el peronismo ha sido determinante electoralmente y también lo será para enfrentar los graves problemas económicos y sociales que vive el país. Sólo una amplia mayoría nacional podrá superar la debacle a que ha conducido el macrismo. Por otra parte, el probable triunfo peronista es de suma trascendencia para América Latina en un periodo que se extiende la presencia de gobiernos de extrema derecha y, además, con un preocupante gobierno en Brasil, de rasgos neofascistas.
Gobernar una Argentina empobrecida, descapitalizada y endeudada no será fácil. Desempleados, jubilados y pequeños empresarios exigirán recuperar sus derechos expropiados por el macrismo. El esfuerzo será de envergadura mayor.
Pero, además, el peronismo, y Fernández, en particular, tendrán que ser capaces de resolver un problema mayor: el flagelo de la corrupción. Es cierto que ha existido desde hace décadas en Argentina, pero se hizo muy evidente durante los gobiernos kirchneristas. Varios ministros, autoridades y asesores de esos gobiernos, y la misma Cristina, se encuentran investigados por actos de cohecho, así como por enriquecimiento ilícito.
La justicia argentina tampoco es muy limpia. No ofrece muchas garantías de imparcialidad y también ha sido cuestionada por actos de corrupción, a lo que se agrega la presencia de varios jueces identificados políticamente con Macri. Pero, más allá de esto, la sociedad exige transparencia y condena a los corruptos.
Los ciudadanos argentinos quieren el término de la corrupción y exigen el funcionamiento transparente de sus instituciones. Esta debe ser una tarea prioritaria del gobierno de Alberto Fernández. Porque además de la ética, el término de la corrupción es un requisito indispensable para la recuperación económica y el progreso social de Argentina.
Como dice el filósofo Juan Pablo Feimann, el peronismo es una obstinación argentina. Y la obstinación puede ser una fuerza poderosa para salir la tragedia actual. Ni Argentina ni el peronismo de izquierda pueden desperdiciar esta nueva oportunidad.
Publicado originalmente en El Desconcierto