Guillermo Rothschuh Villanueva
11 de agosto 2019
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Los sones de toros forman una pequeña parte de sus propuestas, esta música es la que les otorga esa particularidad de la que están revestidos
Banda Los Chico Díaz. Foto: Ferminando García | Cortesía
“Es cuando nos perdemos entre la gente que grita enguarecida
y pide más diversión porque no sabe si eso que tocan es danzón
o merengue entresacado de las islas venturosas enviados a tierra firme
para estremecer caderas de bailadoras insurrectas…”.
Jorge Eliécer Rothschuh
Las fiestas agostinas son un ensamblaje en justas proporciones de toros, campistos, toreros, montadores, centenares de personas metidos en la barrera y bandas musicales que enardecen los ánimos. ¡Música, chicheros! ¡El toro va a salir! ¿Qué esperan? Es el reclamo que sale disparado desde la garganta de quienes participan de la algarabía. Son las cuatro de la tarde. La ahora Monumental Vicente Hurtado Morales, Catarrán, está a reventar. El apretujamiento forma parte del espectáculo. Todos están expectantes. Un duelo entre la bestia y el hombre. Los dueños de los toros, celosos como nadie, revisan las espuelas del montado, tratan de imponer las suyas. Pueden adormecer al animal. Toro y montador juegan su prestigio. Más bien son los dueños de los toros, quienes se apuntan a que los astados desbarranquen a los montadores.
Para relajar los ánimos los chicheros encabezados por Juan Calero, Rolando Sequeira, Leocadio Téllez, Arnulfo Mendoza, Manuel Flores, Rolando Flores, Boanerges Ríos, Luis Téllez entonan una canción de amor. Zanatillo, zanatillo/préstame tu relación/para sacarme una espina que tengo en el corazón. /Esa espina no se saca/porque es espina de amor… Todos vuelven la mirada hacia ellos. Algunos sones tienen letra y la mayoría de los devotos de la virgen de la Asunción la saben. Los más cercanos a los músicos desatienden por un rato la montadera. Gozosos degustan viejas melodías que alegraron sus tardes más allá de las barreras de toros. Otros tendrán ocasión de llevar a su familia a la alborada de esta noche en el Parque Central, velada en la que participan desde hace muchísimos años. Morteros y cohetes alternan al son de los chicheros.
Con la intención de subir los ánimos interpretan Ese toro no sirve. Pongo oído a don Arnulfo, me gusta el sonido de la tuba, Florito hace un sostenido con su trompeta, el clarinete de Juan Calero, se filtra acompasado por los golpes armoniosos que don Leocadio Téllez, revienta en su bombo diluviano. Luis, El Chiripero, con un cigarrillo entre los labios, roza los platillos y se queda ido viendo hacia el horizonte, pareciera desatendido, pero no pierde el ritmo. Cuando dirijo mi vista de nuevo hacia los músicos, me encuentro con el perfil de Hugo Castilla, el odontólogo, quien jamás renunció a esta pasión; habiéndose mudado a vivir a Matagalpa, alternó sus dos oficios —música y odontología— componiendo decenas de sones de toro, homenaje a su infancia, a su madre María Teresa Sandoval y a su maestro Juan Calero.
Donde pongo el dulce, mama Chilinda/en el molendero muchacha e’ porrá/Se lo come el perro… Se sienten complacidos con el son que tocan los chicheros. ¿No se ponen molestos que les llamen chicheros? Antes no decían nada que les llamaran así. El cambio es reciente. ¿Tan viejo sos? Lo suficiente como para establecer el momento de ruptura. Ahora las bandas gustan que las llamen filarmónicas. ¿La de Viena o de Londres? ¡En serio! No estoy chafiando. No hombre, quienes están más claros que se trata de un eufemismo son sus mismos integrantes. ¿No es lo mismo escucharlos en la barrera, que el atrio de la iglesia? El ambiente es más distendido. La música que interpretan es más suave. ¡Ya el zopilote murió, /ya lo llevan a enterrar! / ¡Échenle bastante tierra, /no vaya a resucitar!... La cucaracha, la cucaracha… Los petardos iluminan el cielo se deben a la pirotecnia del Chaparrón. Negro, chaparro, un tanto bajo, viene desde Managua para participar a lo grande en las corridas más célebres de todo Nicaragua. El Toro Huaco sale en barajustada. Rito Flores, El Toro, arremete por todos los costados. Muchos temen ser alcanzados por los cachinflines. El amarillo, rojo y azul iluminan las caras de las personas. Jóvenes y adolescentes desafían la embestida: no temen a Rito El Toro, el más connotado bailarín del Toro Huaco.
La reventazón alcanza el clímax en la madrugada, muestra del aguante de los chicheros. Pasaron toda la tarde metidos en la barrera. Cuatro horas y media sonando el clarinete, el trombón, la tuba, la trompeta, los platillos y despanzurrando el bombo. A las siete de noche están congregados de nuevo frente al Parque Central. Tres horas más de música para complacer a los contertulios. Ahora van a ser las cinco de la mañana. Se encuentran estacionados frente a la casa de don Humberto Castilla Solís, presidente de las fiestas agostinas, para iniciar la diana. Rolando Sequeira, Jicarito, el haz del trombón y el viejo Hernán Flores, el mago de la trompeta, enjuagan su boca con dos farolazos. Están entonados. Sacan lo mejor calentando su garganta sin que esta se resienta pese a lo ajetreado del trabajo. No denotan cansancio.
Los juigalpinos empiezan a desesperezarse, los sones se cuelan por zaguanes, puertas y ventanas. Los más despabilados se salieron del bailongo para recorrer las calles y seguir la borrachera. El son que interpretan —La puta que te parió— saca del sopor a los amodorrados. El bullicio de los acompañantes de la diana es contagioso. En una ciudad acostumbrada a madrugar no hay quien se quede en la cama después de escuchar alborozados los primeros sones de toros. Juigalpa vive intensamente los días de las montaderas —13, 14, 15 y 16 de agosto—. El despelote es descomunal. Las borracheras no alcanzan a triturar el hígado de los bebedores más curtidos. Llevan cuatro días con sus noches tomando guaro de caña y cususa de maíz. Desde el 12 de agosto los caballos invaden la ciudad y los chinamos inundan el Parque Central.
Dame pozol con leche, / antes de que me vaya... Los toros entran al pueblo en desbarajustada por Punta Caliente. Anoche fue la vela de la virgen de la Asunción en casa de Mercedes Mendoza. Los devotos la pasaron bailando bajo frondosos árboles de mamones. Toros prestados por los dueños de Hato Grande, San José y San Ramón. El día anterior llegaron a la finca de José Santiago Bendaña, donde permanecieron hasta este mediodía. El paisaje de Juigalpa luce diferente. Las calles aledañas al Parque Central están cerradas. Los caballitos mecánicos, la rueda Chicago, las ventas de chucherías, los sorbetes de a chelín, los chocoyitos de la suerte, el toro rabón, las ruletas y media docena de cantinas, ofrecen nueva tonalidad al lugar. Los carteristas y las putas también vinieron para hacer su agosto.
Entonces no había tantos grupos musicales: Banda López (Henry López) Banda Traña, (El primito), Banda Chico Diaz (Javier Díaz), Banda Central, Banda González (Clark González), Los Paiwas (Walter Flores), Banda Asunción, Banda Ríos (Edgar Ríos, hijo de Boanerges Ríos). En 2003 solo existían en Juigalpa Los Ríos, Los Chico Díaz, Banda González y Banda Traña. El salto ha sido prodigioso. Compiten a cielo abierto por mostrar quiénes son los mejores. Su prestigio acrecienta. Se disputan por amenizar fiestas, bodas, cumpleaños, acompañar entierros, celebrar las purísimas y participar en eventos municipales, etc. Su presencia por el departamento de Chontales es ubicua. Bandas también hay en Cuapa, Acoyapa, Santo Tomás y Villa Sandino. Los chicheros están de moda. ¡Venga a Chontales y compruébelo usted mismo!
La noche del 22 de diciembre de 2014 asistí puntual al concierto que brindaron sobre el kiosko del Parque Central, el mano a mano que tuvieron tres bandas: Los Ríos, Chico Díaz y Paiwas. Buena parte de los juigalpinos se deleitó con la enorme variedad de su repertorio. Los sones de toros forman una pequeña parte de sus propuestas, esta música es la que les otorga esa particularidad de la que están revestidos. La noche que se presentó en Juigalpa la Banda del Recodo, los integrantes de la banda de Chico Díaz, fueron invitados como teloneros. Al momento de entrar los mexicanos, los Chico Díaz ya habían dejado encendidos los ánimos. La distinción confirió un nuevo estatuto a los herederos y continuadores de la banda forjada por el maestro Chico Díaz.
¡Qué siga la fiesta! ¡Qué salga el toro! ¡Música chicheros! ¿Qué parió tu mamá, Pelota?
—Un muñeco de cera, Pelota. ¿En qué lo envolvieron, Pelota? —En hojas de higuera, Pelota.
¿Quién es su madrina, Pelota? —La muerte quirina, Pelota...
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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