23 de julio 2019
Todos los días leo ardientes declaraciones. Desde las redes sociales se expresan diversas tendencias, temores y sueños sobre lo que debía o no suceder en la Nicaragua del futuro. Las opiniones son muy diversas, pero es notable cómo se repiten en ellas los patrones de nuestra historia. Mientras se argumenta contra el pasado que nos llevó a masacres y crisis, se vuelven a levantar mitos que conducen a la exclusión y la intolerancia.
Cito uno: “No al protagonismo y el liderazgo”. No queremos volver al tiempo de los líderes, se dice. Los líderes son peligrosos; siempre reflejan intereses personales, se endiosan, destruyen, lo único que quieren es protagonismo. Apenas se difunde el rumor de que alguien aspira a ser candidato, le cae, como decimos en buen nicaragüense, la “zopilotera”. Cada prospecto se descabeza por ambicioso, por querer “figurar”, por querer “jalar agua para su molino”, o ser “protagonista” Parece ser que hay quienes se proponen una nueva Nicaragua democrática regida por un comité de muchos. ¿Será, me pregunto, que del atraso en que hemos vivido políticamente, se puede pasar a un sistema suizo? Sinceramente, lo dudo. Entender el liderazgo como protagonismo vacío y no como capacidad para liderar, tiene sus orígenes en la experiencia. Hemos tenido tiranos en nuestra historia, estamos sufriendo uno ahora. Nadie quiere que este ciclo se repita. Pero también existieron los llamados “treinta años conservadores” donde presidentes se alternaron pacíficamente en el poder. Los dieciséis años que se iniciaron en 90 y terminaron en 2007, con todo y sus defectos, también tuvieron alternabilidad en el poder. Descalificar liderazgos en base a que no queremos que se repita Ortega, es obviar la demostración de que fue el desmantelamiento de las instituciones lo que le permitió prolongarse en su ejercicio.
Para dilucidar liderazgos hay que poner primero el “qué” se necesita, para pensar luego en quienes tienen cualidades para hacerlo. Más importante aún: se requiere revisar y reforzar los mecanismos institucionales que garanticen la alternabilidad en el poder. Conociendo los estilos y marrullas políticas habrá que crear, a través de la independencia de los poderes, las cortapisas entre las instituciones que sometan al Ejecutivo y al Legislativo a controles estrictos que aseguren que no permanezca en el poder más allá de su tiempo establecido y que cumplan con sus obligaciones. Habrá quien diga que estoy hablando de un Estado o sistema “burgués” Pues sí. Considero que para cambiar nuestro sistema de gobierno tendremos que pasar varias etapas y tendremos que empezar por lo conocido. Antes de plantearnos la reingeniería de la democracia tradicional, debemos crear las bases institucionales para pasar -previo estudio, previa preparación de funcionarios y dirigentes, a una democracia que, con un enorme esfuerzo, pueda evolucionar a un sistema más inclusivo y efectivo, ese sueño aún vago de democracia, que como quien hace castillos en el aire, algunos plantean como posibilidad inmediata a la salida de Ortega.
Actualmente hay tantas desconfianzas por ese mito del protagonismo, que quienes debían, por sus capacidades, su experiencia, su tenacidad y ejemplo a ocupar posiciones de liderazgo, son constantemente obligados a la “humildad”, a quedarse en la sombra, a justificar sus ideas para no “ofender”; para que no digan que busca protagonismo. A menudo lo que oigo decir me recuerda el famoso “centralismo democrático” del fallido esquema leninista, me hace pensar que sigue existiendo la semilla de una idea que la historia nos enseña condujo, en todos los casos, al totalitarismo. En nuestros días, nos canibalizamos unos a otros, en base a una democracia utópica que, según parece, sólo tiene cabida entre quienes piensan igual. No sólo somos intolerantes, sino que hacemos lo posible para descalificar personas y sacarlas del juego.
A estas alturas, cuando nuestra decisión cívica y la realidad de represión que vivimos indican que la opción más viable sean las elecciones, debemos ir pensando en liderazgos, en personas que puedan ser candidatas capaces y honradas, porque las personas que elijamos son cruciales para hacer la diferencia. Solemos preocuparnos por candidaturas presidenciales, pero habrá muchas posiciones que llenar, desde diputados a alcaldes probos. Debemos organizarnos para demandar y lograr los cambios electorales que nos permitan tener unas elecciones libres y limpias, pero también para presentarle al pueblo un conjunto de hombres y mujeres que no traicionen su confianza.
Apostemos a los cambios, pero no cometamos el error de creer que, en meses, en un año, cambiaremos de cultura política y de sistema de gobierno. Pensemos en etapas, aterricemos en la realidad de quienes somos y del país que tenemos.
Ya es hora de dejar de cortar cabezas.