Fueron 17 horas de balacera continúa. Los vecinos de Villa Fontana, en Managua, grabaron los sonidos del ataque con sus celulares. Aquel viernes 13 de julio de 2018, el régimen Ortega Murillo envió a sus paramilitares a atacar de forma implacable a los estudiantes que se habían atrincherado de forma pacífica, en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), para demandar la salida de Daniel Ortega, de los dirigentes de la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua (UNEN) —leales al partido de Gobierno—, y el restablecimiento de la autonomía universitaria.
Los jóvenes de la UNAN se atrincheraron en mayo, sumándose a una naciente rebelión ciudadana, encabezada por los jóvenes y que alcanzó a todo el país.
“El siete de mayo él me dice: ‘Mamá, quiero ir a la universidad’. Yo le digo: ‘Ah, pero tenemos cosas que hacer’. ‘Pero, mamá, Chuchú… te prometo que yo regreso’, me dijo. Pero mentira, fue para ya quedarse”, recuerda Susana López, madre de Gerald Vásquez, estudiante de Técnico Superior en Construcción en la UNAN, bailarín de folclor y originario de Masaya. Él apoyaba a su mamá en un negocio de venta de refrescos en el Hospital Central Managua, se atrincheró en la UNAN y fue asesinado de un disparo en la cabeza durante aquel ataque del 13 de julio.
El inicio del ataque
Los jóvenes advirtieron la magnitud del ataque por el número de paramilitares con armamento de guerra que se dirigían a la universidad. Joel Herrera, un estudiante de Medicina que auxilió a los universitarios heridos por los constantes ataques paramilitares durante las diez semanas que estuvieron en el recinto, recuerda que un joven con binoculares logró distinguir las camionetas doble cabina, acercándose lentamente. “Andaban muy equipados: radios, municiones por montón”, recuerda. Otro joven que vivía en los alrededores los llamó para alertarles: “Van por ustedes, váyanse, sálganse, sálganse”.
Para Susana López ya era un día difícil. En Masaya, recuerda, “se sentía una tensión horrible, por lo del repliegue. Las bombas, el ataque que se oía a Monimbó”, relata. “Fue un día tan horrible que en la casa ni comimos, se sentía aquella presión, en los canales no decían nada. Pero nunca, nunca, imaginé que estaba el ataque en Managua”.
Gerald Vázquez, una vida entre el son de marimbas y las trincheras
La carta que no se publicó
Jesús Téfel, quien coordinó apoyo para los estudiantes, afirma que ese día los atrincherados estaban redactando una carta para negociar la entrega pacífica del recinto, porque abundaba información creíble sobre un ataque inminente.
“La carta ya estaba redactada. Estábamos conectando la impresora para imprimirla, que la firmaran los líderes estudiantiles y poderla enviar a la Comisión de Verificación y Seguridad y al nuncio, para hacer constar a la población que (los estudiantes) ya estaban dispuestos a entregar de manera cívica y prevenir un ataque”, asegura Téfel. “Al parecer, el régimen se daba cuenta de que se buscaba cómo hacer esa entrega cívica y pacífica y eso iba en contra de su discurso, de que ahí solo había delincuentes… decidieron sabotear la entrega y la negociación”, lamenta.
Los disparos, recuerda Herrera, comenzaron al mediodía “de forma continua y directa. La intención fue ‘vamos a sacarlos vivos o muertos’, pero los vamos a sacar”. Las detonaciones repeticiones ininterrumpidas, agrega Téfel, quien aclara que no es experto en armas, pero sí tiene claro el sonido de las ráfagas.
“Fue duro porque nadie quería replegarse”, relata Herrera.
El repliegue a la iglesia
Ante el ataque imparable, los jóvenes decidieron dejar el reciento y refugiarse en la parroquia aledaña de la Divina Misericordia. “Dijimos: ‘Bueno, nos vamos a refugiar en la iglesia y ya va a parar esto, pero no fue así’”, lamenta Herrera. El sacerdote Erick Alvarado, vicario de la parroquia, comentó en una entrevista a Esta Semana, en septiembre 2018, que muchos jóvenes comenzaron a llegar llorando, desesperados. “Por supuesto, les abrimos las puertas”, dijo, pero lejos de cesar, el ataque continuó por doce horas más.
Para rescatar a los jóvenes que no podían llegar hasta la parroquia, el párroco Raúl Zamora, junto con otras personas, se movilizó en una camioneta para socorrer a los atrincherados. Portaban las banderas de Nicaragua y de la Iglesia, y los disparos comenzaron a dirigirse contra la parroquia.
El único momento en que las balas cesaron fue cerca de las diez de la noche, cuando a través de la Comisión de Verificación y Seguridad del Diálogo Nacional y con la intervención del nuncio apostólico, Waldemar Stanislaw Sommertag, y el cardenal Leopoldo Brenes, se logró que ingresaran las ambulancias para retirar a los heridos y al periodista estadounidense Joshua Partlow, de The Washington Post, atrapado durante la cobertura.
Aún quedaron unas 200 personas, entre periodistas, estudiantes y religiosos, bajo el asedio de las balas y sin energía eléctrica.
“Con la cantidad de balas y con la dirección que tenían las balas, es un milagro que no hayan muerto más personas. Realmente la intención era infundir el terror entre todas las personas que estaban ahí y el uso de fuerza fue desmedido”, afirma Téfel.
El padre Alvarado dijo días después del ataque que él no creyó que los paramilitares atacaran la iglesia. “Realmente no. Pensé que tal vez llegarían hasta la barricada acá, al salir del templo; pero al final fue indiscriminado”.
Herrera también recuerda el gesto de la ciudadanía que a medianoche llegó hasta los alrededores de la iglesia para apoyarles y pedir el cese del fuego. “En la oscuridad, y con el sentimiento de que ya nadie podía hacer nada por nosotros, hubo una pequeña luz que funcionó como apoyo moral y emocional, que fue la caravana, y cuando la gente llegó a los alrededores, la gente se puso de rodillas, se sentó, se puso a cantar”, recuerda.
Las mentiras de Murillo
En la mediación, la vicepresidenta Rosario Murillo y la Cancillería de la República prometieron que el ataque terminaría si los estudiantes se replegaban. Téfel cuestiona “¿por qué no cesó el ataque? ¿Por qué no fueron transparentes realmente?”.
“En todo momento —agrega— durante varias fases del ataque, ellos dijeron que iban a cesar si hacíamos tal cosa; si lográbamos que los muchachos se replegaran al recinto; que se salieran de las trincheras; que no sé cuánto… Se cumplía con eso, y el ataque más bien avanzaba. Era realmente un engaño de parte de la primera dama o vicepresidenta y la Cancillería hacia los mediadores, el nuncio apostólico, la Comisión de Verificación y Seguridad, el GIEI, el MESENI, la CIDH”, reclama.
Para Téfel, el objetivo del Gobierno era “infundir la mayor cantidad de terror en los muchachos”.
La muerte de Gerald y José Francisco
El padre Alvarado recuerda la desesperación de los jóvenes cuando a las cinco de la mañana llevaron el cuerpo de Gerald. Le habían disparado en la cabeza y murió en la casa cural de la parroquia. “Lo vimos morir, eso fue un dolor muy grande”, asegura. Una hora más tarde, los periodistas y estudiantes, que permanecían atrapados en la iglesia, informaban en sus redes sociales sobre la muerte de dos jóvenes.
La noticia también llegó a Susana López, quien a esa hora se alistaba con su hija. Su papá la llamó para ver las noticias. “Andá, pero tené calma”, le dijo. Justo cuando Susana confirmaba la noticia, una patrulla policial venía hacia ellos y decidió enfrentarlos: “Malditos, asesinos”, les gritó. Una oficial intentó calmarla, pero ella les volvió a gritar: “Yo no les tengo miedo, ¿saben por qué? Porque acaban de quitarme a mi hijo, me asesinaron a mi hijo”.
El otro joven asesinado, José Francisco Flores, murió antes que Gerald, durante un ataque a una de las trincheras.
Las mentiras de Ortega
A los nueve días de sus muertes, en la primera de una inédita ronda de entrevistas a medios internacionales, Ortega negó sus muertes. “No ha muerto ningún nicaragüense en ninguna iglesia. No ha muerto un solo nicaragüense en una iglesia. Eso es totalmente falso”, respondió Ortega al periodista de Fox News, Brett Baier.
Un año después del ataque, Téfel reclama que la verdad saldrá a la luz, que se esclarezca qué fue lo que pasó y quienes fueron los involucrados en lo que califica como un acto desmedido de violencia.
Los jóvenes lograron salir de la parroquia entre las ocho y las diez de la mañana del 14 de julio. Iban con los cuerpos de Gerald y José Francisco, a quienes les improvisaron un homenaje, cantando el Himno Nacional.
“Cuando todo paró, era inverosímil, era increíble”, recuerda Herrera. “Nadie creía que en realidad había parado todo y que habíamos sobrevivido a ese ataque”, agrega, aunque aún no puede describir la sensación que les causó pasar en los vehículos que los trasladaban y ver a los lados de la vía a los paramilitares saludándoles a plena luz del día con sus armas.
Susana López no se repone a la ausencia de su hijo. “Él estuvo unos días en la casa, con nosotros. Fue una semana que él bailó, jugó, compartió con sus hermanos y les dijo que él iba a volver, pero que él quería una Nicaragua libre, que lo hacía por ellos, por el futuro, que él iba a regresar”, recuerda.
El primer año sin Gerald, afirma, “ha sido durísimo, durísimo”.
“Hace poco, su hermano pequeño —relata—me pregunto por qué Gerald llevaba un disparo en su cabeza. Me preguntó por qué, y yo no le supe contestar… Yo demando justicia, justicia, verdad”.