21 de junio 2019
La geopolítica no solo es una ciencia sino un arte donde las habilidades, realidades, conocimiento e intuición se proyectan sobre el resultado pretendido. Una estrategia a largo plazo sostenida en la información, preparación y claridad de objetivos. Se aplica en la guerra, la negociación, la supervivencia, el mundo empresarial, el deportivo y el manejo de la sociedad; evadiendo obstáculos, venciendo conflictos, administrando logros y asegurándolos. Pareciere sencillo, pero no, no lo es, porque siempre está la condición humana de la que escribió André Malraux; es decir, lo imprevisto surgido de las limitaciones, pasiones, debilidades y entorno del hombre. He allí donde se estrellan todas la variables, conocimientos, logística, clima, fortaleza y debilidades.
El término está íntimamente relacionado con lo militar, porque se trata de lo territorial, geográfico, recursos naturales y seguridad. Fue así desde el comienzo de la historia de la humanidad. Y desde que los geógrafos Rudolf Kjellén y Federico Ratzel de origen sueco y alemán respectivamente, acuñaron el concepto a principios del siglo XX, para explicar la relación existente entre el Estado, el espacio geográfico, el poder y la supervivencia de una nación.
Desde El arte de la Guerra de Sun Tzu, escrito hace unos 500 años a.C. por un general chino, de obligada lectura en casi todas las academias militares del mundo organizado, pasando por los grandes estrategas y académicos conocidos como John Mackinder, Haushofer, Couto e Silva o Kissinger, hubo uno, Alfred Mahan, de origen estadounidense, quien a principios del siglo XX escribió “Quien domine el mar, domina el comercio mundial; quien domina el comercio mundial, domina el mundo”, ¿les suena conocida esta sentencia con la actual situación entre China y los EE. UU., obviando el mar?.
En fin, el propósito de la actual reflexión es Venezuela, y más allá, la civilización occidental en sus valores positivos: democracia, pluralidad, respeto a los Derechos Humanos, transparencia, libertad, economía de mercado, Estado de Derecho republicano, reconocimiento a las minorías, diversidad, y los que han venido evolucionando e incorporándose teniendo como base los anteriores.
Es ampliamente reconocida la crisis de Venezuela, y de la región, provocada por el régimen venezolano que se inició en 1998 con el teniente coronel Hugo Chávez, y su pretensión de dominio político económico del subcontinente americano y el Caribe. Pretensión sustentada en el valor estratégico del petróleo y, en la estructura ideológica iniciada por Fidel Castro en su proyecto marxista tricontinental, hoy por el Foro de Sao Paulo, y en las alianzas estratégicas con el narcotráfico, el integrísimo islámico, y los espacios geopolíticos antiestadounidense que van más allá de la propuesta marxista tradicional, como es el caso de Rusia, China, Turquía, el kirchsnerismo, chavismo, orteguismo, podemismo, en una especie de imbricación entre democracia dirigida y nasserismo autocrático, cuyo objetivo es el poder, que pasa por la destrucción de los valores de Occidente (greco-judeocristianos).
Hoy Venezuela es un país desarticulado, fragmentado, en vías de disolución como nación, apoyado en el crimen internacional organizado, el narcotráfico, la corrupción, represión, lavado de dinero; tutelado por agentes y militares cubanos, rusos y chinos; invadido por el ELN que hoy controla extensas áreas del territorio, donde imponen el orden y gerencia haciendas agropecuarias; por carteles de la droga, terroristas del Hezbollá, Hamas, Guardianes de la Revolución de Irán, sicarios y carteles internacionales de minería que depredan el patrimonio nacional. A ello hay que agregar los aproximadamente cuatro millones de emigrados, las crisis humanitaria, la delincuencia oficial y espontánea, los pranes y colectivos armados. Sin fuerza eléctrica, industrial, combustible, distribución de agua, gas, signo monetario, salubridad, seguridad, transporte y educación.
Con una ciudadanía capturada, humillada, chantajeada, desinformada; con una oposición fragmentada, incauta, agendas personales, complicidades pasivas y activas y sin objetivos transparentes, debemos asumir que con el crimen organizado los valores no se negocian, porque gana el crimen.
Colombia, Perú, Panamá, Ecuador, a pesar de su buena intensión, no resiste más migración venezolana, sin riesgo a su propia seguridad, tampoco Chile ni Argentina.
Frente al proyecto geopolítico instalado en Venezuela, la neutralización del opositor y la inacción de Occidente, realmente es válido preguntarse si Venezuela se perdió, tal como se le conoció.