7 de marzo 2019
He querido que confluyan en este escrito tres acontecimientos que, por misteriosas razones, cobran vida independiente y, a la vez, están relacionadas en nuestra época, aun cuando se nutran de los cuatro Evangelios, aparentemente de épocas pasadas, pero que siempre están cobrando vida. Este es pues, un relato de muerte y resurrección. Vida y ejemplo de un Jesús tentado por siglos, hasta llegar al cuadro, que muchos conocen e identifican con esa tentación, en la iglesia de San Rafael del Norte. Acontecimientos que se originan en la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, teniendo como especial hecho cronológico el ya próximo Viernes Santo, 19 de abril, fecha en que también se conmemora el primer aniversario del Movimiento 19 de abril, pacifista por naturaleza, desesperadamente civil, y que reproduce la vida, pasión, muerte y resurrección de nuestro pueblo en Jesús. Pasan estos hechos narrados por los apóstoles, por el papel de María, madre de Jesús, sufrida mujer que, desde nuestra óptica, inaugura en Nicaragua el Día Internacional de la Mujer, este 8 de marzo.
Después del destierro en Babilonia, Jeconías engendró a Salaziel, y Salaziel a Zorobel. Zorobel engendró a Abiud, Abiud a Eliacim, Eliacim a Azor, Azor a Sadok, Sadok a Ajim, Ajim a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob, y Jacob a José, el marido de María, de la cual nació Jesús, el llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue así: su madre, María, estaba prometida a José, y antes de unirse, resultó que ella esperaba un hijo, por el Espíritu Santo. Fue entonces que se les apareció un ángel del Señor a María y a José, y les dijo que María pariría un hijo al que pondría por nombre Jesús, porque él salvaría de sus pecados a su pueblo, pues su nombre significa “Dios con nosotros”. Y así, en la tierra como en el cielo, es en Nicaragua, por lo que todo aquel que asume la responsabilidad de salvar a nuestro pueblo, por redentor es condenado a morir crucificado.
La tentación en el desierto, que aparece en la pintura en la parroquia de San Rafael del Norte, es después que, como ocurrió en Nicaragua, se persiguiera y asesinara a los santos inocentes, todos los niños en la misma edad que Jesús, víctimas de disparos y hogueras. Y después que los reyes magos lo adoraran, al encontrarlo con José y María refugiados en una choza, a lo mejor en Costa Rica, y después que Jesús expulsara a fariseos y Doctores de la Ley del templo de Jerusalén. Fue aquella tentación, en San Rafael del Norte, cuando el diablo lo provocó con darle todas las riquezas de todos los reinos del mundo y su gloria, si se postraba a adorarle, y Jesús le respondió:
—No tentarás al Señor tu Dios. Al Señor tú adorarás, y sólo a él darás culto.
Respuesta lapidaria para poderosos sin escrúpulos y perseguidores de humildes. Fue entonces que, con esta experiencia, y habiendo ya reunido a los Doce apóstoles, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para curar enfermedades; y les envió a proclamar el Reino de Dios y a curar, diciéndoles:
—No llevéis nada para el camino, ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero, ni tengáis dos túnicas para uno solo.
Dándoles así la primera lección contra la codicia, y la sabiduría de vivir humildemente, que es la que permite nunca ser represor de su propio pueblo, ni arrebatarle sus bienes. Y la gente le preguntaba:
—¿Qué haremos entonces?
Y él contestó: —El que tenga dos trajes, reparta con el que no tiene, y el que tiene de comer, haga lo mismo.
Entonces, con disimulo, para no ser identificados, se le acercaron varios encapuchados, paramilitares, soldados y policías, y con sospechoso interés le preguntaron:
—¿Y qué haremos nosotros?
Y según el Evangelio de Lucas (capítulo 3), les respondió con esta frase demoledora:
—No hagáis violencia a nadie, ni denunciéis en falso.
Pero aquel 19 de abril de 2018, después de semana santa, como continuando la pasión prefirieron a Barrabás antes que a él. El final de aquel marzo auguraba sangre de hermanos. Judas lo traicionó y entregó, le arrancaron las uñas en las cárceles, lo desnudaron, lo obligaron a hacer sentadillas, le pusieron una corona de espinas, lo pisotearon, le dieron latigazos camino del Gólgota, y mientras una muchedumbre de estudiantes, y sobre todo de mujeres, protestaba, dirigiéndose a las mujeres, agradecido les dijo:
—Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque veréis que vendrán días en que diréis: Felices las estériles, y los vientres que no tuvieron hijos, y los pechos que no criaron.
Y las mujeres clamaron al Señor para que las protegiera.
Al llegar al Gólgota, otra muchedumbre, ahora de fanáticos de Pilatos y Herodes, endilgó toda clase de improperios a Jesús, mientras rasgaban banderas patrias, aplastaban chimbombas azules y blancas, y bailaban ritmos iguales a los que sus antepasados habían bailado alrededor del Becerro de Oro. Simón Cirineo devolvió su cruz a Jesús, y ya en el suelo, lo clavaron a los maderos. Cuando levantaron la cruz, oyó cuando un soldado exclamó:
—Doy gloria a Dios. ¡De veras, este hombre era un justo!
Y de inmediato otros paramilitares, ya excompañeros suyos, lo golpearon y junto con su madre se los llevaron a la cárcel, pues la señora se aferraba a su hijo. Mientras esto ocurría, Jesús, divisando a su madre al pie de la cruz y a su lado el discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
—Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego dijo al discípulo:
—Ahí tienes a tu madre.
En este nuevo Evangelio que se gesta en Nicaragua, dijo el soldado desertor al salir de la cárcel:
—Me condenaron por amar a mi patria. Me dolió que se llevaran presa a mi mamá y escuchar que, solitaria y desesperada por mí, desde otra celda me decía: ¿Ya comiste, hijo? Ése fue el momento que sinceramente me partió el alma.
Y también sería otro momento cumbre cuando se rasgaron las cortinas del templo de Jerusalén. El preciso momento en que Jesús dijera:
—Todo se ha consumado, e inclinando su cabeza entregara el espíritu a su padre.