31 de enero 2019
Como tantos de mi generación, nos marcó el golpe militar en Chile (1973) con el involucramiento directo de la CIA; nos rebelamos contra las dictaduras militares del Cono Sur y las centroamericanas en los setenta-ochenta, ilusionándonos y colaborando con la revolución sandinista; y denunciamos la masiva violación de los derechos humanos y la política de los Estados Unidos en El Salvador y Centroamérica, luchando por la revolución, primero, y por una solución político-democrática al conflicto, después. Nunca me imaginé que buena parte de las izquierdas de mi país, Latinoamérica y Europa llegarían a tal grado de complicidad, por acción pero también por omisión, con dictaduras como las de Venezuela y Nicaragua cuatro décadas después.
Fue mi amiga Elena Flores, exsecretaria de relaciones internacionales del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) liderado por Felipe González, que en enero de 2004 en Caracas me corrigió cuando identifiqué al chavismo con la izquierda. "No son de izquierda" espetó, "son fascistas". La historia le dio la razón. El chavismo se convirtió en una narco-dictadura, militar-fascistoide cleptómana y en uno de los peores fracasos "socialistas" de la historia. El desfalco de la nomenclatura chavista supera los 600 mil millones de dólares..., 300 mil según el ministro de planificación de Chávez, Jorge Giordanni.
A mediados de los noventa, Daniel Ortega transformó el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en un instrumento privado a su servicio para su regreso al poder, eliminando los órganos de dirección y depurando el "partido" de los sandinistas demócratas más prominentes del partido, sus más acérrimos críticos convertidos ahora en sus principales enemigos. En alianza con el Fondo Monetario Internacional y el gran capital que posibilitaron altas tasas de crecimiento, estabilidad macro-económica y quitarle el apoyo a la oposición, creó la "dictadura perfecta". Así llegó a controlar el sistema judicial y electoral, el poder ejecutivo y legislativo, y buena parte de los medios de comunicación social, hasta que la acumulación de agravios durante una década explotó finalmente en la protesta y en su respuesta: más de 300 asesinatos, cientos de presos políticos y represión generalizada. Sin los $4 mil millones que le dio Chávez y la organización juvenil de choque liderada por Rosario Murillo, la dictadura Ortega-Murillo no hubiera tenido viabilidad alguna.
Esta semana, con una década de retraso, el Consejo de la Internacional Socialista (IS) –que reúne a los partidos social-demócratas y socialistas democráticos del mundo– expulsó al FSLN, por las violaciones a los derechos humanos y los valores democráticos, reconociendo los esfuerzos del líder opositor venezolano Juan Guaidó "de conducir una transición hacia la democracia, apoyada en la legítima Asamblea Nacional", llamando a la celebración urgente de nuevos comicios que deben ser "vigilados por una nueva autoridad electoral plenamente independiente e imparcial... acompañados por la liberación de los presos políticos", rechazando "categóricamente toda forma de intervención militar extranjera para un cambio de régimen".
En dicho congreso, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, declaró "quien contrapone socialismo y libertad y responde con balas y con prisiones a las ansias de libertad y democracia no es socialista, es un tirano". Eso decía nuestro recordado Guillermo Manuel Ungo, secretario general del MNR, presidente del FDR y vicepresidente de la Internacional Socialista, afirmando que "no se puede ser socialista sin ser demócrata, ni demócrata sin ser socialista".
Entiendo las razones del apoyo de Cuba y sus partidos filiales del llamado Eje del ALBA decenas de miles de millones después... Pero no salgo de mi asombro e indignación, que socialistas democráticos, social-demócratas y de la izquierda democrática sigan apoyando semejantes dictaduras. Posiblemente para conservar un empleo en el gobierno, preservar su identidad histórica de izquierda y evitar los troles y campañas masivas de desprestigio acusándolos de ser "lacayos del imperio, de la CIA y de la derecha golpista...".
Felipe González tomó una posición clara y valiente desde el inicio. Luis Almagro, excanciller de Mujica y miembro del gobierno del Frente Amplio Uruguayo, ha hecho toda la diferencia liderando la denuncia, la iniciativa político-diplomática y revitalizando la OEA en un mismo movimiento. Otros lo hemos hecho de manera más modesta desde nuestros propios espacios de análisis y opinión.
Ya es tiempo que la izquierda no fascista ni marxista-leninista se ponga del lado correcto de la historia, condenando públicamente esas oprobiosas dictaduras con las que –literalmente– no tenemos absolutamente nada en común. ¡A mucha honra!
*Este artículo se publicó también en La Prensa Gráfica, de El Salvador.