27 de enero 2019
Estos días he recordado una noche. Fue mientras escuchaba algunos testimonios en vivo de personas torturadas por la policía orteguista, la policía del “amor” de Murillo. Y en busca de pensar en algo bello, la memoria me asistió a través de las notas que tomé de una entrevista a un viejo amigo una noche de hace tiempo. Las notas las escribí a la mañana siguiente y aún pueden leerse en una libreta de entonces. Me dijo esto de la que fue mujer de su vida:
“Si la hubieses visto allá, en medio de la plaza, con la camisa pegada al cuerpo por el sudor. Toda resplandeciente, a punto de desaparecer entre la multitud, mirando al cielo, a los lados, a la tribuna improvisada. Buscando rostros conocidos, o casi conocidos para fundirse en abrazos, en canciones. Para besarse con todos y con todo. Y todo era esplendor. Cómo no me iba a enamorar de ella”.
Me lo dijo después de beberse media botella de ron. Y resultó tan poético que no quise que se me borrasen de la memoria sus palabras. A lo mejor, ahora dudo, no fue tan poético. Quizá titubeó, repitió palabras. No sé. Yo también compartí algún trago. Puede que me traicionara la memoria a la mañana siguiente en que lo que escribí. Le entrevisté en 2008, para un libro de anécdotas de personas que habían estado allí, en esa plaza de la revolución, la de julio del 79, cuando media Nicaragua se congregó para esperar al nuevo gobierno, a los comandantes. Esa revolución que fue de todos porque precisamente nadie conocía bien la cara de ningún líder. Muchos fueron allí a saber quién era Edén, Ernesto, Violeta, Sergio, la Dora, y también Daniel.
La mujer en la multitud, de la que hablaba el viejo amigo, había sido hasta entonces una vecina de su barrio. Y él no supo de su involucramiento en la lucha contra Somoza hasta ese día que la encontró en la plaza. Y se enamoró de ella perdidamente. La peculiaridad de su historia es que, diez años después, tras la derrota por las urnas del FSLN, él no sólo perdió a una revolución sino también a su esposa en un desgraciado accidente.
Recuerdo que le pregunté por la vuelta al poder de Ortega. “Ya no pueden devolverle la vida. Ya me la mataron”, dijo. Y no supe bien si hablaba de su esposa, de la revolución o de las dos.
Lo recordé en estos días por esos caprichos que hace la memoria, en busca de algo bello a lo que aferrarse. Es curioso buscar la belleza en la memoria de un hombre tomado. Pero ahí estaba. Y la necesité para no agriarme el estómago, para no resecarme la garganta mientras estuve escuchando las atrocidades que se han cometido contra varias personas en el Chipote.
Durante las entrevistas tiendo a adoptar una postura incrédula o distante. Creo que es la única manera de poder contarlo. Y cuando he escuchado casos de tortura durante la represión, he desconfiado. Aún me resulta difícil aceptar que el régimen sandinista haya caído tan bajo. Como muchos, he escuchado que agentes cubanos adiestrados en torturas han llegado a Nicaragua, pero hasta ahora no había encontrado a personas que corroboran esa información y lo hubiesen sufrido en su propia piel.
La memoria racional me devuelve siempre al día de la marcha de las madres de la que fui testigo. Si fueron capaces de desatar una masacre ese día, por qué no iban a ser capaces de torturar y abusar. Pero aún cuesta aceptar y entender que semejante horror se expanda desde el único origen de dos personas enfermas de poder y cólera ciega, encerradas en el Carmen. Uno no piensa en Nicaragua así, no quiere creer a Nicaragua así. Pero así ocurre, como han ocurrido las masacres, como sigue acampando el horror, los crímenes turbios como los cometidos contra opositores o contra los propios policías.
Pues bien, es necesario que sepan que cada persona que ha sufrido abusos y tortura durante la represión policial y aún durante las detenciones que siguen sufriendo injustamente muchos nicaragüenses, no va a quedar en el olvido.
Cada caso será registrado, investigado y seguido, para que, cuando pueda haber oportunidad de justicia, se proceda de la manera más imparcial y profesional posible, en ese nuevo país que habrá que reconstruir moral e institucionalmente.
Colegas periodistas y abogados seguimos trabajando para que dichos casos no queden en el olvido. Es lo que podemos hacer. Recoger sus palabras. Y sus palabras quedarán. De momento, se va acumulando un archivo que quedará en la historia de la infamia de este régimen atroz.
Nicaragua se ha convertido en un territorio de peligro mortal. Qué amargo es ver la sangre del pueblo, incluidos los últimos policías asesinados. Pero volveremos, claro que volveremos a encontrarnos en las plazas y abrazarnos. Y contaremos nuevas historias de amor que nazcan en un país libre de mazmorras y de represión. Y nos acordaremos de lo larga que parecen algunas noches, y de la siempre sorpresiva forma en que alguien avisa que amanece.