24 de enero 2019
En la entrevista exclusiva dada por el exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua, Rafael Solís, al periodista Carlos Fernando Chamorro, y transmitida recientemente por Esta Semana, es notable el aplomo con que el Dr. Solís explica las razones o motivos políticos por los cuales fueron aprobadas diversas medidas para favorecer a Daniel Ortega, mencionando entre estas, el pacto con Arnoldo Alemán y la reforma constitucional de la reelección, pues aduce que este tipo de decisiones políticas “en otros países son normales también”. Igualmente, se muestra sorprendido de que la dinámica desatada por tales decisiones, haya desembocado en el estado de terror bajo el cual la dictadura Ortega Murillo, culpable de crímenes de lesa humanidad, tiene al país.
Pareciera entonces, que todos estos años el exmagistrado Solís ha vivido en una Nicaragua que el resto de nicaragüenses desconocemos y que es como “otros países”, porque, da a entender, como que nuestro país tuviera una tradición civilista y democrática, y que, por lo tanto, esas medidas “políticas” han sido “normales”, como lo son en “otros países”.
Hay, pues, dos Nicaraguas: una imaginaria, que es la de las alturas donde parece que ha vivido el Dr. Solís, y donde están, también, los dictadores con su familia, sus allegados, y el círculo de poder conformado por los altos funcionarios gubernamentales y el gran capital. Esta Nicaragua parece ser “como otros países” (entiéndase, civilista y democrática), y la otra es la Nicaragua de verdad, la de la llanura donde habitamos los demás ciudadanos comunes y corrientes, y que ha sido convertida por la dictadura y sus secuaces, en lo que se puede describir como una mezcla de chinamo, manicomio y campo de concentración. En la Nicaragua real donde vive la inmensa mayoría de la población, todo lo que ocurre está determinado por el poder omnímodo de los dictadores, y, principalmente, por los vaivenes, caprichos y extravagancias de la vicepresidenta/primera dama/compañera del comandante, Rosario Murillo.
En la Nicaragua-chinamo en que vivimos, Managua fue, durante años, la ciudad de la eterna Navidad. Árboles navideños y decoraciones de luces de colores en todas las rotondas y calles, le daban a la capital un ambiente de feria y de celebración permanentes. Cuando al fin desaparecieron los árboles y adornos de la eterna navidad, surgieron cientos de “árboles de la vida”: gigantescas estructuras de metal de diversos colores con miles de luces incrustadas, que han vuelto más caliente la ―ya de por sí― cálida capital, pues, los rayos del nicaragüense sol de encendidos oros rebotan todo el día en el metal de esos “árboles” llamados también “chayopalos”, y por la noche, cuando una temperatura más fresca debería de aliviar a los capitalinos, las alamedas de árboles de metal o “arbolatas” están prendidas con cientos de miles de luces de colores emitiendo calor. Cada “chayopalo” cuesta aproximadamente treinta mil dólares, y hay cientos de ellos por todo Managua. Si Nicaragua fuera “como otros países”, los miles de millones de dólares despilfarrados en el disparate sin sentido de las arbolatas, se habrían invertido en mejorar la infraestructura de las escuelas públicas o en construir un hospital en cada departamento del país, o en programas de apoyo a los agricultores, por ejemplo. Y, como si no bastara con las arbolatas, todos los edificios públicos también han sido pintados en colores llamativos, especialmente en rosa mexicano o “rosado chicha”, el preferido de Murillo, quien se viste con ropa, bufandas y joyas de múltiples colores, todo a la vez.
En la Nicaragua-manicomio que habitamos, el escudo nacional ha sido transformado en un sello psicodélico; la silueta de un “chayopalo” aparece en toda la papelería del Gobierno, y la letra tipo Courier en colorines como del Kindergarten, al igual que la caligrafía de la vice presidenta/primera dama/compañera del comandante, están presentes por todas partes; por no mencionar la proliferación de colosales carteles o mega rótulos de propaganda para los Ortega Murillo. El país-manicomio tiene rezadores en las rotondas por orden de los dictadores y las celebraciones religiosas están al servicio de sus proyectos (o patrañas), como, por ejemplo, la utilización que hicieron de la Purísima, llamándola “la Virgen del Canal” durante la época del tan cacareado canal interoceánico. A todo esto hay que agregar las connotaciones cuasi religiosas de las tarimas-altares excesivamente enfloradas y las abundantes plantas y flores en todos los lugares donde aparecen los dictadores, para proyectarlos como dioses o figuras sagradas. Asimismo, como si de una deidad se tratara, los caprichos de la vicepresidenta/primera dama se cumplen al pie de la letra, sea que regale manuscritos de Rubén Darío a quien le parezca, u ordene desbaratar una fuente y demoler una concha acústica que funcionan perfectamente. Y si alguien en el Gobierno se atreve a dar su opinión al respecto, de inmediato es fulminado de su puesto, tal como les ocurrió a dos funcionarios. En el manicomio a cielo abierto que es nuestro país, los ciudadanos no son seres humanos sino vándalos, vampiros chupa sangre, chingastes, minúsculos, puchitos, poquedad, fantasmas, almas mezquinas y diabólicas, fantoches, coalición de demonios, tronos y dominaciones, y muchas otras cosas más, pero no personas. Ocurre también, que los difuntos pueden seguir en sus puestos, como sucedió con el ingeniero René Núñez, presidente de la Asamblea Nacional, quien después de fallecido siguió en su cargo, porque la vicepresidenta/primera dama Murillo lo necesitaba presidiendo la Asamblea desde el más allá, mientras maniobraba para nombrar a su ficha y esbirro, Gustavo Porras, como presidente del Poder Legislativo.
En la Nicaragua cristiana, socialista y solidaria-campo de concentración, a la par de los discursos de paz y amor de los dictadores y las consignas de arriba los pobres y el pueblo presidente, la policía orteguista y los paramilitares (en connivencia con el ejército) perpetran masacres de jóvenes a la orden de “vamos con todo”, y, a la vez, la protesta popular es aplastada brutalmente en todo el país por medio de la persecución y el terror, el allanamiento y confiscación de medios de comunicación independientes, centros de derechos humanos y organizaciones no gubernamentales, y la ejecución de crímenes de lesa majestad. En los últimos nueve meses han sido asesinadas cerca de quinientas cuarenta personas y hay más de mil quinientas desaparecidas, además de setecientas encarceladas con acusaciones y cargos inventados, y aproximadamente cuarenta mil en el exilio; entre quienes se cuentan sesenta y dos periodistas. Pero en medio del horror, los discursos de la vicepresidenta/primera dama continúan siendo transmitidos diariamente por la radio, a toda la población. En sus aburridas peroratas de estilo “chacuatol”, Murillo incluye todo lo que se le va ocurriendo decir, desde el pronóstico del tiempo hasta el anuncio de la próxima telenovela, y, según anotó un periodista y ha sido publicado en el diario La Prensa, la vicepresidenta repite hasta el cansancio las palabras Dios, paz, diálogo, reconciliación, victoria y seguridad.
Entonces, el Dr. Rafael Solís ha de saber que no es cierto lo que le dijo a Carlos Fernando Chamorro en la entrevista, de que las medidas políticas que fueron tomadas a favor de Ortega pueden equipararse a las que normalmente se realizan “en otros países”, y ha de saber, también, que para la inmensa mayoría de la población en Nicaragua su argumento es inaceptable. A menos que él crea, al igual que cree Murillo ―o Rosario, como él la llama, con un dejo de fervor y tristeza― que los nicaragüenses no somos seres humanos pensantes, sino cualquier otra cosa.