13 de enero 2019
“Ni perdón, ni olvido” suena bien, pero ¿qué significa en nuestra actual coyuntura?
La próxima etapa de la lucha debe definir una instancia que aglutine y de legitimidad al movimiento autoconvocado, que logre reunirnos alrededor de propuestas e ideales que se alejen de lo fallido que ya hemos experimentado. Designar representantes que definan las aspiraciones diversas de cada grupo, es una tarea pendiente; es una tarea urgente. Necesitamos quién defina los esloganes de la resistencia. Necesitamos consenso sobre qué entendemos por “democracia, por libertad”, o, por ejemplo, esto de “ni perdón, ni olvido”
En las próximas semanas y meses habrá quienes abandonen el lado del orteguismo.
El caso del magistrado Rafael Solís es interesante como ejemplo. Hay personas afectas y cómplices del régimen cuya conciencia chocará en algún momento con sus lealtades y con sus concepciones de lo que se debe o puede hacer o no hacer. Muchos, y repito, muchos dentro de la sociedad nicaragüense, hemos, por razones ideológicas o de historia personal, sido partícipes de episodios que, quienes nos adversaron, consideran lesionó profundamente su derecho a existir y a vivir de una determinada manera.
Muchos, desde somocistas a sandinistas, desde liberales a conservadores, hemos reconocido errores, hemos abandonado determinados comportamientos y engrosado las filas del descontento y la condena hacia los crímenes que hoy comete la dictadura Ortega-Murillo.
Que hayamos recapacitado, evolucionado y comprendido el sufrimiento del otro, la injusticia cometida contra la otra, es una señal de crecimiento, de avance hacia un estado de ánimo y de conciencia que ha permitido, a través del tiempo, una verdadera reconciliación entre los nicaragüenses que, por años, estuvimos en aceras contrarias.
Este proceso, en una situación como la actual, se repetirá numerosas veces. Entonces hay que pensar en cómo le haremos frente. “Ni perdón, ni olvido” es la negación absoluta de la oportunidad del equivocado a redimirse, aceptar su equivocación y sumarse al lado correcto de la historia.
Sin duda que hay comportamientos criminales que deben considerarse como tales. Sin duda que hay quienes son más responsables que otros y que están manchados de sangre inocente. Hay asesinos, hay ejecutores, pero hay niveles de responsabilidad y niveles de participación y, en toda justicia, esos niveles deben deslindarse. Para esto, será esencial que una Comisión de la Verdad, actuando dentro de la ley que tendrá que ser escrita, pues no existe, escuche testimonios y dilucide cargos.
Mal haríamos, sin embargo, en comparar el papel de un empleado público con el de un paramilitar que disparó y mató.
Los funcionarios, los empleados públicos, incluso los policías que rehúsen seguir siendo cómplices de este régimen represivo, deben actuar según su conciencia y sin temor. Su oportuna dimisión sin duda contará a la hora de que el juicio social los considere más o menos culpables.
En esta situación, una renuncia, como la del doctor Rafael Solís, una denuncia como la suya, tiene valor. En la medida en que contribuye al resquebrajamiento del régimen, en que cuestiona desde dentro las estructuras de poder capaces de asolar el país y sumirlo en las honduras de una dictadura sanguinaria, tiene un valor incuestionable.
Siempre habrá quienes piensen y digan que son las ratas huyendo del naufragio, pero yo quisiera pensar que de ellas, hay muchas que nadarán y llegarán a buen puerto. Quiero pensar que nuestro patriota corazón sabrá encontrar el perdón para esos pródigos ciudadanos, que reconozcan sus yerros y se unan a la causa de todos.