12 de enero 2019
La renuncia de Rafael Solís es la más importante que se ha producido hasta ahora entre los funcionarios del régimen no solo por ser un magistrado de la Corte Suprema de Justicia, sino sobre todo porque ha sido alguien muy cercano al círculo de poder de los Ortega Murillo.
Podemos especular sobre las motivaciones personales más profundas de su decisión, pero no son relevantes políticamente, lo relevante son las razones que expone en su carta pública. No optó por una salida discreta alegando motivos de salud o cualquier otro de índole personal, ni por la vía de una huida silenciosa para minimizar las consecuencias de su decisión, escogió el camino de una ruptura política con el régimen, basada en las actuaciones ilegales y represivas de éste desde el 18 de abril a esta fecha. En este sentido, es la primera muestra de fractura en los altos niveles del orteguismo y un indicio de otras fallas y fisuras en esa estructura aparentemente monolítica.
Solís denuncia el establecimiento de un estado de terror, el uso excesivo de la fuerza por parapoliciales o la propia policía, y que ningún derecho se respeta. Califica al régimen orteguista como una monarquía absolutista con dos cabezas y los hace responsables por la crisis y sus consecuencias sociales y económicas. Declara que la posición contra la Iglesia católica está inspirada en el odio y que los juicios contra los reos son políticos, llenos de acusaciones absurdas y sentencias decididas en El Carmen. Y por último confirma que el Gobierno en sus actuaciones no tiene razón, ni derecho, ni respaldo mayoritario.
Todas estas cosas ya las sabíamos los nicaragüenses desde hace tiempo, pero al ser expuestas por alguien que viene del corazón de la estructura de poder dictatorial resuena de forma diferente en aquellos que por desinformación o cobardía han cerrado los ojos ante los crímenes de la dictadura, y anima a otros funcionarios que comparten sus dudas y razones a abandonar el barco y renunciar a seguir siendo cómplices de este régimen ilegítimo. Así mismo, sus alegatos desmienten la narrativa del “golpe suave” y desnudan a todos los que interesadamente dentro y fuera del país tratan de defender lo indefendible y justificar la brutal represión de la dictadura. La relevancia de las acusaciones de Solís es que no provienen de los “terroristas y golpistas”, sino de un alto funcionario que hasta el día de ayer militaba en las filas del orteguismo.
Los miembros del FSLN, que han sido alimentados con las noticias falsas de los medios de comunicación orteguistas, deberían poner atención a las palabras de Solís, porque provienen de alguien que ha estado en el corazón de la estructura de poder y conoce de primera mano lo que ahí pasa y lo que ahí se decide. Conoce desde adentro las mentiras, la hipocresía y el cinismo con que los Ortega Murillo han tratado de ocultar sus crímenes ante sus partidarios.
Después de esta declaración de Solís, ya no pueden seguir alegando ignorancia, y no pueden perder de vista que mantenerse pegados a Ortega es hacerse cómplices, aunque sea pasivamente, de la destrucción de la democracia y del Estado de derecho, del aplastamiento de la libertad de expresión, y del sufrimiento de las familias de los muertos, los lesionados y los presos políticos. No pueden evadir el hecho de que seguir apoyando a Ortega es alimentar el odio y la venganza que están destruyendo nuestra sociedad y nuestro país.
Por el contrario, los miembros del FSLN tienen la posibilidad y la responsabilidad de contribuir a la búsqueda de una solución pacífica y democrática a la trágica crisis humanitaria, política y social que la dictadura nos ha provocado. Basta que en la intimidad de sus conciencias reconozcan la verdad de lo que está sucediendo y encuentren el valor cívico y moral para apartarse del régimen. Sin su apoyo éste no podrá sostenerse en el poder y al apartarse nos acercarán a una verdadera reconciliación nacional basada en la justicia, la democracia y el respeto a los derechos de todos.