10 de enero 2019
Este diez de enero, si nada cambia, habrá una reunión del Consejo Permanente de la OEA en Washington. Ahí se discutirá un proyecto de resolución basado en el documento aprobado por el Grupo de Lima –sin México– hace unos días en Perú, a propósito de la toma de protesta de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela.
No voy a entrar en este momento a refutar la enorme cantidad de tonterías que se han dicho y escrito en estos días a propósito de la no intervención, la doctrina Estrada, los problemas que agobian a otros países y por qué no se ocupan de ellos mismos, el candil de la calle y la oscuridad de la casa, y un sinfín de lugares comunes que solo muestran la increíble ignorancia y arcaísmo de sus autores. Quisiera detenerme en dos aspectos, a saber, el voto de mañana, y las posibles razones de la decisión, congruente y a la vez aberrante, de López Obrador y de Ebrard en esta materia.
En la OEA, para aprobar una resolución del Consejo Permanente, se suelen requerir 18 votos, es decir, la mitad más uno, de los miembros –no de los presentes–. De tal suerte que una abstención equivale a un voto en contra. Si un proyecto de resolución no recibe los 18 votos necesarios, no es aprobado. El proyecto que se presentará mañana desconoce los resultados de la elección fraudulenta, violenta, espuria –hubiera dicho López Obrador hace unos años–, que tuvo lugar en mayo del año pasado. Insta a Maduro a no declararse presidente, y a los países miembros de la OEA, a desconocer la elección. Sin los 18 votos, no será aprobada la resolución.
Los 13 países restantes del Grupo de Lima necesitan entonces por lo menos cinco votos más. Uno de ellos, desde luego, es Estados Unidos, que no es miembro del Grupo de Lima ni lo manipula, como tantos en México dicen o quisieran pensar. Conviene recordar al respecto que el grupo se formó a mediados de 2017 cuando varios de los gobiernos de estos países eran diferentes a los que figuran hoy en el poder. El mejor ejemplo es el de Colombia, donde en ese momento el presidente era Juan Manuel Santos y ahora lo es Iván Duque, más bien cercano a la némesis de Santos, Álvaro Uribe. Incluye a Canadá, cuyo gobierno actual es el más progresista en décadas. Quienes quieren censurar a Maduro, criticar y denunciar una elección ilegítima y a un gobierno represivo que ha generado una crisis humanitaria gigantesca, no sólo en Venezuela sino en buena parte de los países de América Latina, necesitan cuatro votos adicionales.
Uno podría ser República Dominicana. Otro podría ser Ecuador, que no es parte del Grupo de Lima, pero ha votado con ellos en algunas ocasiones. Un par de países del Caribe, entre ellos Jamaica, tal vez resistan el embate petrolero de Venezuela, y logístico y militar de Cuba, para votar a favor. Es muy posible que los patrocinadores o partidarios del proyecto de resolución lleguen a 17 votos, y que les falte uno. Ese voto faltante es México.
Es obvio ya que López Obrador y Ebrard, con su cantaleta antintervencionista de querer ser amigos del mundo entero, van a abstenerse. Van a venderle la abstención a sus acólitos en México y a los que no entienden de estos asuntos, como una posición neutral, ni a favor ni en contra sino todo lo contrario, recordando los orígenes echeverristas de López Obrador. No es cierto. México puede ser la voz decisiva para que la resolución sea aprobada. Que cada quien asuma sus responsabilidades.
¿Por qué gente inteligente, aunque ignorante, como AMLO y Ebrard, dicen y hacen cosas que parecen tontas? No acepto ninguna de las explicaciones que he escuchado hasta ahora. Me parece que hay otras más interesantes. Pero la que más sentido me aporta es aquella que algunos han llamado la empatía, tanto de López Obrador como del secretario de Relaciones Exteriores, con el régimen de Maduro y con los países de lo que se llamaba el ALBA: Bolivia, Nicaragua, Cuba, y desde luego Venezuela. Hay una afinidad ideológica real, una cercanía no personal, pero sí política. López Obrador no tiene por qué saber que cuando Calderón y Fox fueron presidentes no lo era Maduro, sino su predecesor Hugo Chávez. Lo importante no es que López Obrador conozca o no a Maduro, lo importante es si él y Ebrard le tienen o no simpatía a ese tipo de régimen. Todo indica que sí.
Por lo tanto, la discusión sobre intervención o no intervención, doctrina Estrada y demás banalidades es falsa. La discusión de fondo es si existe una empatía real de los gobernantes actuales de México por los gobernantes actuales de los países mencionados. Y si esa empatía, en caso de existir, es la explicación de fondo de por qué México no quiere votar a favor de una resolución de este tipo. Que la excusa de que así podremos mediar, Ebrard sabe desde hace cinco meses que es falsa. Varias personas le explicaron claramente cuáles fueron todos los intentos de mediación que tuvieron lugar en República Dominicana, en particular, con la presencia de funcionarios mexicanos, españoles, europeos y demás. Sabe que esos intentos fracasaron y también que cualquier nuevo intento mexicano está condenado al fracaso.
*Este artículo se publicó originalmente en el diario mexicano El Financiero.