28 de diciembre 2020
La crisis del covid-19 ha revelado lo interconectados que están todos nuestros grandes retos. La pérdida de biodiversidad y la creciente desigualdad social han contribuido a un desastre de sanidad pública y a la peor crisis económica en casi un siglo.
Como suele ocurrir en esos momentos, la gente está repentinamente abierta a cambios que antes habrían rechazado de plano. Por ejemplo, hay un importante cambio en el mundo corporativo, donde muchos gerentes e inversionistas están más que dispuestos a adoptar prácticas y modelos de negocios más sostenibles y responsables.
Hoy la tarea consiste en asegurarse de que esta forma de ver las cosa se haga viral. ¿Cómo hacer para que todas las empresas emprendan esa vía, dado que seguirán teniendo que responder a las exigencias de sus accionistas e inversionistas? Una respuesta evidente es a través de estándares Ambientales, Sociales y de Gobernanza (ASG). Pero estos ofrecen solo una solución parcial. Precisamente porque es un campo en pleno auge, se ha vuelto tan poblado y confuso que ha llevado a quejas de que hay una “fatiga de lectura de informes de sostenibilidad”.
Afortunadamente ha habido algunas fusiones en que importantes entidades que fijan estándares ASG, tales como la Iniciativa de Informes Globales (Global Reporting Initiative) y la Junta de Estándares de Rendición de Cuentas sobre Sostenibilidad (Sustainability Accounting Standards Board) han anunciado que trabajarán juntas. Su objetivo no es crear un solo estándar, sino más bien “ayudar a las partes interesadas a entender mejor cómo los estándares se pueden usar al mismo tiempo”.
De manera similar, para mejorar la claridad, comparabilidad y consistencia, el Concejo de Negocios Internacionales del Foro Económico Mundial publicó los “Índices del Capitalismo de Partes Interesadas” (“Stakeholder Capitalism Metrics”) que apunta a acelerar la convergencia entre las principales entidades establecedoras de estándares. Y la Unión Europas ha lanzado una revisión de su directiva sobre informes no financieros, que exige a las grandes compañías que den a conocer información sobre cómo operan y gestionan los desafíos sociales y ambientales.
Todo esto está bien y es positivo. El sector financiero de las ASG está en rápido crecimiento y probablemente seguirá haciéndolo ahora que las compañías con reputación de mantener prácticas éticas y sostenibles demuestran su resiliencia durante la crisis del covid-19. Sin embargo, estos avances podrían frustrarse si los inversionistas no pueden comparar con facilidad las mediciones de ASG de distintas corporaciones.
En consecuencia, se necesita un conjunto de estándares de ASG verdaderamente globales que sirvan para medir indicadores claros y coherentes, y normas para su publicación. Esto no quiere decir que tenga que haber un solo conjunto de estándares. Algunos informes darán más información que otros, habrá unos que se centrarán en temas importantes para la creación de valor empresarial, y otros pondrán énfasis en el impacto de las actividades de la compañía sobre el mundo que la rodea. Seguiría habiendo distintos enfoques al informar sobre ASG, pero habría bases comunes.
Es más, los informes de ASG claros son solo una parte del rompecabezas. Las empresas también tendrán que complementar sus ponderaciones de riesgo basadas en ASG con indicadores para evaluar su impacto sobre el medio ambiente y la sociedad, informando las externalidades positivas y negativas. En otras palabras, debemos pasar de una cultura de declaraciones e intenciones a una centrada en resultados en el mundo real y basada en evaluaciones de impacto.
Medir el impacto más amplio de una compañía es el primer paso hacia una adecuada rendición de cuentas corporativa. Más allá de la producción inmediata, estos indicadores se centran en resultados más generales originados por el comportamiento de una empresa. Este tipo de marco general estimula a los líderes corporativos a integrar objetivos de impacto a sus estrategias básicas, acelerando así el paso del capital hacia inversiones responsables. Además, facilita que los gobiernos afinen sus políticas que afecten a las actividades corporativas.
La rendición de impactos es la mejor manera de crear el tipo de igualdad de condiciones que requiere el capitalismo de las partes interesadas (o “stakeholder capitalism”), ya que reconoce formalmente el valor de las decisiones motivadas por preocupaciones climáticas y de protección de la biodiversidad. Toma en cuenta temas laborales como la igualdad salarial, los beneficios, el desarrollo profesional y la salud y seguridad ocupacionales. Alienta a las empresas a promover prácticas sostenibles a lo largo de sus cadenas de suministro, lo que puede rendir ingresos al volverlas más resilientes frente a crisis repentinas. Y, lo último, pero no menos importante, los indicadores de impacto fáciles de comprender son clave para construir confianza con los clientes, las comunidades locales y todos los demás actores implicados.
Por supuesto, no todas las empresas tendrán un impacto positivo sobre el planeta. En algunos sectores económicos, los indicadores de impacto serán constantemente negativos. El punto es trazar una línea entre las compañías que realmente se están esforzando por maximizar su impacto positivo neto de las que meramente hacen un “ecoblanqueo”. Si más y más compañías ofrecen datos de impacto rigurosos, comprobados y transparentes a los inversionistas que responden a las exigencias de los clientes por invertir responsablemente, los flujos de capital se ajustarán de manera correspondiente, posibilitando efectos multiplicadores mucho más abajo de la línea.
Una cuestión final es si la rendición de impactos puede funcionar como un complemento a la rendición de cuentas financiera. Después de todo, las mediciones de impacto son complejas y parecen depender de supuestos fácilmente cuestionables. Sin embargo, como observara John Maynard Keynes, “Es mejor estar aproximadamente en lo correcto que precisamente en lo erróneo”. Además, los métodos de rendición de cuentas financieras más establecidos están lejos de ser perfectos. También son meramente estimaciones de realidades económicas subyacentes. No deberíamos inhibirnos de buscar el mismo tipo de aproximación concreta al medir el impacto social y ambiental de una compañía.
Desde que comenzaron a aparecer iniciativas para medir y monetizar el impacto con un pequeño conjunto de indicadores simples desarrollados por la OCDE (a partir del trabajo de la Iniciativa Empresas por el Bienestar), han surgido marcos más avanzados que se seguirán ampliando y complejizando. Con una rendición de impactos más sólida de las operaciones directas, las cadenas de suministro y las evaluaciones ambientales y sociales de los bienes y servicios correspondientes, los gobiernos podrán diseñar políticas que fomenten una conducta responsable y eleve los costes de externalidades negativas como las emisiones de gases de efecto invernadero.
Es mucho lo que hay en juego, y los gobiernos y empresas deben aunar esfuerzos por hacer que la rendición de impactos sea parte de la normalidad. Un mapa de ruta global podría cubrir temas fundamentales como cuáles serán las normas de transparencia y divulgación, lo que a su vez haría posibles avances más rápidos hacia indicadores y una metodología en común para alinear los intereses de corporaciones, inversionistas y gobiernos en torno a dar respuesta a los grandes desafíos de nuestro tiempo. Nos espera una nueva frontera de responsabilidad empresarial.
Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.