22 de diciembre 2020
Sin duda, la mayor estafa en la historia de Nicaragua, y con seguridad también en la historia de Centroamérica, es la apropiación de la cooperación venezolana por parte de Daniel Ortega y sus secuaces. Más de cinco mil millones de dólares se embolsaron, si nos atenemos a los datos publicados por el Banco Central.
Pero hay otra estafa que no se le queda atrás, aunque de otro orden. Nos referimos al cuento chino del canal interoceánico. Por ahora, no se conoce la magnitud de los fondos que se trasegaron, se malversaron o se trasiegan todavía al amparo de la más vendepatria concesión que gobierno nicaragüense alguno haya realizado. Y fíjense ustedes que en materia de gobiernos vende-patrias, desgraciadamente, hay mucho que exhibir en nuestra historia. Pero ninguno le llega a la rodilla a Ortega, a pesar de sus vociferantes discursos.
Más allá de los aspectos propiamente financieros, el proyecto del canal y la campaña que desencadenaron los paniaguados y voceros oficiales y oficiosos del régimen, encandiló mentes y ambiciones. Aprovechándose de un sueño de siglos, Ortega no tuvo el menor empacho en comprometer por cien años la soberanía del país a un oscuro especulador chino, concediendo derechos que ni Emiliano Chamorro, ni los demás vende-patrias de su estirpe, soñaron entregar.
Ortega, con el cuento chino del canal, embarcó a empresarios, que se miraban con los bolsillos repletos con negocios y negociados lícitos o turbios, como fue la primera y única licitación que hicieron para la ridícula trocha a que se redujo toda la fanfarria; a sindicalistas, que levantaban listas y listas de los 50 mil trabajadores que serían contratados, y se frotaban las manos soñando con las cuantiosas cuotas sindicales que les tocaría esquilmar; a los mafiosos de más alto nivel, que hacían cuentas con las jugosas coimas con las que cascarían a moros y cristianos; a religiosos aliados del dictador, evangélicos y católicos, que prodigaban bendiciones y salmos con la expectativa de que se traducirían más tarde en abundantes diezmos y limosnas. Embarcó también a miles de nicaragüenses, hay que decirlo, espoleados por la necesidad o embobados por los cantos de sirena, ansiosos a la espera de que cayera el maná del cielo en forma de canal.
Pues bien, hace seis años, para estas fechas de diciembre, vimos a Ortega, muy fachento, agitar el documento que contenía concesión vendepatria, abrazado estrechamente a Wang Jing. Vimos a los chinos, a medio sol, en Rivas, mezclados con los jerarcas del régimen dictatorial, muy fachentos, con cascos relucientes, en lo que denominaron acto de inicio de las obras del gran canal.
“Les invito a tener en la Memoria este Gran Momento. Este Momento seguramente estará inscrito en la Historia… ¡Anuncio que comienza la Obra de Inicio del Gran Canal de Nicaragua!” declaró el chino excitando con sus palabras y promesas, la codicia y los delirios de la mafia en el poder.
Y se fotografiaban a diestra y siniestra con el bienhechor y profeta de la portentosa obra, a la par de las relucientes maquinarias que comenzarían a construir la ruta de la seda del siglo XXI, como la llamaron. Semejante a un cuento concebido por la desaforada imaginación de García Márquez, después resultó que las maquinarias maravillosas, como un circo cruel, no eran más que unos camiones que tomaron prestados de una alcaldía, los chainearon, les pusieron unos chingorros y los presentaron como prodigios tecnológicos.
A propósito de Wang Jing, que tantos corazones hizo vibrar, no se volvió a aparecer. ¿Qué será de su vida?
De acuerdo a los anuncios, repetidos una y otra vez por el incansable vendedor de patrañas… ¿Se acuerdan de Telémaco Talavera? A propósito. También desapareció Telémaco, a él que tanto le fascinaba aparecer con encantos y sortilegios que brotaban incesantes de su verborrea falaz. ¿Qué será de su vida?
Todo estaba rigurosamente planificado en programas y cronogramas. Seis años duraría la construcción. Es decir, en fechas como hoy deberíamos estar agitando pañuelos, llenos de alborozo, saludando el transitar de más de 3500 barcos que surcarían por la gigantesca zanja, dejando a su paso un reguero de dólares, yenes, yuanes y euros.
Porque el canal estaría en plena operación en el 2020.
En cualquier país del mundo, un fracaso tan estrepitoso, una estafa tan ostentosa, como la chacota del gran canal, habría hecho caer a cualquier gobierno, que sería objeto de burla y escarnio para el resto de la historia. Solo recordemos que más de
cien años después, todavía reprochamos el Tratado Chamorro-Bryan.
Pero los costos políticos de un fracaso no se pagan si no se cobran. Y nosotros los nicaragüenses no hemos hecho pagar a la dictadura el costo político de este fracaso.
Deberíamos restregárselo, una y otra vez, cada vez que pudiéramos.
¿De dónde salieron los reales que se gastaron? ¿Quiénes fueron los patos de la fiesta?
¿Qué pasó con los flamantes estudios y las flamantes empresas que supuestamente estaban comprometidas con el proyecto?
¿Qué se hicieron los inversionistas? ¿Dónde se metió la empresa HKND? ¿Qué pasó con Wang Jing?
Si el canal se desinfló como un globo agujereado ¿Por qué no derogan la ley vendepatria?
Son preguntas que debemos restregarles una y otra vez.