8 de diciembre 2020
Desde que los presos políticos Lenín Salablanca y Juan Bautista Guevara fueron excarcelados, varias patrullas de la Policía permanecen afuera de sus casas. El primero burla el cerco policial para salir en su motocicleta a vender cuajadas, pero los oficiales lo acechan todo el tiempo y lo detienen en la vía pública, por lo que este se arma de un celular para registrar el asedio en las redes sociales. El segundo, en cambio, enfermo debido a las torturas que recibió en prisión, permanece encerrado las 24 horas del día y los oficiales no lo dejan salir ni a una pulpería que está a pocos metros de su casa.
El objetivo del asedio es “intimidar, amenazar e impedir nuestra libre movilización”, valora el doctor José Luis Borgen, quien es asediado por la Policía desde hace un año. El mismo periodo que los oficiales llevan vigilando afuera de las casas de Flor Ramírez y Danelia Argüello, a ellas no las dejan salir y tampoco pueden recibir visitas de sus familiares, no las dejan trabajar y les han causado un grave desgaste emocional.
Estos son los testimonios de cinco víctimas de asedio policial:
Lenín Salablanca: “En cualquier momento pueden llevarme preso”
Estuve preso nueve meses con veintidós días y fui liberado el 12 de junio de 2019. Soy asediado desde el instante que me llevaron a la casa. Recuerdo que ese día llegué como a las nueve de la mañana y había paramilitares y patrullas enfrente de la casa. Así estuve como 15 días consecutivos hasta que me fui a vivir a otro lugar, desde entonces me he cambiado cuatro veces de domicilio, pero la Policía se da cuenta donde estoy y me vienen a asediar.
Para la temporada de diciembre del año pasado llegaban todos los días a la casa donde estaba, a sonar la sirena, ponerme música y con el megáfono me decían “ya sabemos dónde estás”. Ahora cuando ando en la calle trabajando me bloquean el paso con la patrulla, como si fuera un operativo de drogas, me bajan las cosas a media calle para revisarme y en tres ocasiones, que he andado vendiendo, me han llevado preso. Una vez en Acoyapa y dos veces aquí en Juigalpa, Chontales.
No solo la policía me asedia sino también los paramilitares. Una vez en Santo Tomás me apuntaron con un arma en el pecho, también saliendo de La Libertad nos agarraron a balazos y otra vez unos encapuchados quisieron subirme a una camioneta, pero forcejeé con ellos y en eso salió gente de una iglesia, solo escuché que dijeron “vámonos, vámonos, déjenlo”, y se fueron, pero dejaron unas chachas, como las que usa la Policía, y un celular que al desbloquearlo nos dimos cuenta que pertenecía a un trabajador de la alcaldía.
La mayoría de las veces los grabo y subo el video a las redes sociales, pero hay días que me encuentran en la calle y no me da tiempo de sacar el teléfono. A veces no salgo de mi casa pero no dejan de asediar, vienen hasta la puerta a ver si está la moto en la que salgo a vender, dan la vuelta por el patio, toman fotos y de un momento a otro vienen y se quedan toda la noche sonando la sirena de la patrulla.
Siempre estoy a la expectativa de que en cualquier momento me van agarrar y echarme preso, porque ya lo hicieron; me da insomnio, nervios, todo ese tipo de cosas… hasta tengo temor de que en cualquier momento traten de callarme, de asesinarme, algún fanático o la misma Policía ardida, uno nunca sabe.
Flor Ramírez: “Me escondía en mi cuarto, pero ellos seguían ahí”
El asedio es verdaderamente terrible porque te pone nerviosa, histérica y uno se enoja fácilmente. Ya tengo 16 meses siendo asediada por la Policía y por motorizados. Hay días que las patrullas llegan a mi casa como a la una de la madrugada, yo no me salgo a ver a esa hora, pero últimamente he tenido insomnio y escucho cuando llegan.
Estuve seis meses encerrada para ver si ellos desistían y dejaban de llegar. Me escondía en mi cuarto y no daba señal de que estuviera en la casa, pero ellos siguieron insistiendo y ahí se mantuvieron. Todos los días a las siete de la mañana, cambian de turno, llegan un poco de guardias y se ponen dos al frente de la casa, dos en la esquina y dos atrás, en la otra calle, porque ellos creen que yo puedo escaparme por la parte trasera.
Toda esa persecución me ha dañado físicamente, tengo problemas de dolor de cabeza y de presión arterial. Ya no puedo llevar una vida normal, dejé de trabajar porque tenía un negocio de costura rápida y eso ya no funciona porque ellos están ahí siempre y la gente tiene temor de llegar.
He andado en casas de seguridad… para distraer mi mente, porque no todo el tiempo puedo estar en la casa donde no puedo salir ni a la sala. He perdido contacto con mi clientela, he perdido contacto con mis amigos porque ya nadie me quiere ver en ninguna parte porque tienen temor de que me sigan y después los lleguen a asediar.
La última vez que me enojé y me hice una foto con una bandera en la sala de la casa, uno de los policías me amenazó de muerte. Yo le reclamé que cuando Daniel Ortega se vaya ¿qué va hacer él? Entonces, me dijo: "lo primero que voy hacer es venir a su casa a matarla". Ellos son amenazantes y uno se mantiene pensado en qué momento van a disparar.
Juan Bautista Guevara: “He quedado sin forma de subsistencia”
Soy preso político de Ticuantepe, fui excarcelado el 27 febrero 2019 y desde ese día hasta esta fecha he sufrido persecución y asedio. Es constante, todos los días y a todas horas.
La mayoría de las veces están frente a la casa o en el perímetro sonando la sirena de la patrulla, hay días que se están ahí y hacen la mueca como que quieren entrar. Una vez chocaron el portón con la patrulla, también ponen la luz encendida frente a la puerta y apuntan con las armas. Otras veces se riegan en la calle y hasta antimotines han venido. Yo trato de hacerles fotos a ellos y siempre estoy denunciando porque quiero sentar el precedente del acoso de los Ortega Murillo y sus secuaces.
Es una situación difícil de explicar, pero puedo decir que mi familia vive atemorizada. Mi mamá, cuando ve a la guardia, se tira al suelo y se pone a orar. Los niños se ponen temerosos porque el día que me secuestraron, en 2018, yo andaba con los tres niños y ellos quedaron con ese trauma.
Nosotros tratamos de no salir y si viene algún familiar a la casa no puede entrar porque ellos están ahí. Yo estoy enfermo porque tengo tres balazos en el brazo derecho, las torturas me dejaron secuelas, tengo problemas en mis partes íntimas, del oído, de la vista y hay días que tengo que ir al médico, pero no me dejan salir. Estamos prácticamente manos arriba porque no me dejan trabajar, ni hacer nada.
Yo fui uno de los primeros que salimos de los calabozos de la Galería 300. Al inicio, cuando salí de la mazmorra, venían algunos alumnos a recibir clases y me ayudaban con cincuenta pesitos la hora, pero al ver a esa gente armada dejaron de venir. He quedado prácticamente sin ninguna forma de subsistencia por culpa del asedio del régimen, no nos dejan trabajar, ni siquiera a la venta puedo ir. Supuestamente salimos de las mazmorras excarcelados, porque aplicaron la ley de autoamnistía, pero nada de eso se ha cumplido.
Danelia Argüello: “Solo me dicen que no puedo salir”
Soy asediada desde el año pasado, por lo que tuve que salir de mi casa en Somoto y estoy desplazada junto con mis dos hijos. Ahorita tenemos más de una semana con la Policía afuera y dicen que tienen órdenes de no dejarme salir, estoy como en casa por cárcel.
Me vine a la casa de una prima para estar un poco más segura, pero ahora la guardia se pone en la esquina, cierran la calle y registra todo vehículo que viene a la casa. Cuando abro la puerta de la casa se mueven inmediatamente a donde mí y me dicen que no puedo salir.
Mis dos niños han tenido que recibir tratamiento psicológico y yo no puedo trabajar porque no me dejan salir a vender mis cosméticos.
Es malo acostumbrarse a lo que no es legal y no es correcto, pero prácticamente, mis hijos y yo, nos hemos acostumbrado a vivir con ellos afuera. El problema es, por ejemplo, que ya mi prima me dijo que tengo que desocuparle su casa porque le dicen que se la van a quemar. Tres veces me he mudado y siempre es lo mismo, ellos me ubican y me siguen.
Lo que hago es tratar de mandar encomiendas y que la gente me deposite, pero ni al banco puedo ir. Por ejemplo, cuando venía el huracán (Eta), íbamos a ser afectados y no me dejaron salir a hacer compras.
Todos los días vienen a las siete de la mañana, permanecen bajo sol y lluvia, no van a almorzar, ahí pasan hasta las 5:30 de la tarde, pero a las 5:30 ya todo está cerrado ¿A dónde voy a ir? Si me les voy en la madrugada, entonces ponen retenes en las carreteras y me regresan. Ya no visito a nadie ni nadie me puede visitar. Estamos aislados, hace poco mi hijo cumplió 12 años y ni siquiera un pastel se le pudo comprar y por suerte están en clases en línea.
Cada vez que me peleo con ellos (la Policía) me atacó a llorar, me pongo histérica, me lleno de impotencia que en esos momentos me valdría que me peguen un balazo, ellos lo saben. Algunas veces estoy urgida de ir a hacer algo y no me dejan salir; entonces, los puteo y les digo hasta de lo que se van a morir, pero después me enfermo del coraje.
José Luis Borgen: “Nos obligan a una muerte civil”
Soy médico especialista en Cirugía General y Urología, despedido el 4 de agosto de 2018. El acoso en mi contra comenzó desde el 17 de agosto de 2019, después que intenté brindar atención médica en la huelga de hambre de los familiares de presos políticos, en la iglesia San Miguel de Masaya.
Aquí vienen las patrullas con ocho policías, otras veces vienen menos, pero el objetivo siempre es intimidar, ofender y tratar de evitar que uno salga de la casa. Nos aplican una muerte civil, porque al impedirnos la movilización no podemos trabajar y eso nos obliga a vivir de la solidaridad de familiares y amigos que cada vez que pueden hacen una colecta de dinero y la envían para que compremos alimentos. Ellos te eliminan tu libre movilización en las horas activas del día.
Ellos se ponen frente a la casa y el problema es cuando uno intenta salir porque inmediatamente te dicen “usted no puede salir”. Cuando les preguntas ¿Por qué razón? Solo repiten “no puede salir” … No te muestran ningún documento, no hay acusación de ningún tipo, simplemente ejercen la prepotencia que les da el uniforme de la Policía.
Al principio ponían música sandinista a todo volumen hasta que los vecinos se quejaron le bajaron un poco a eso, pero ahora se ponen a mostrar sus armas y hacen comentarios como: “Qué fácil sería matarlos”, “lo tenemos en la mira”. Ese tipo de cosas ha generado mucha tensión en la familia, también hay ansiedad, nerviosismo, insomnio, los niños tienen pesadillas. Obviamente cuando ellos están en esa actitud (agresiva) no salimos ni el porche de la casa, porque en cualquier momento se les mete el diablo y te pueden agredir.