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No necesitamos un caudillo para enfrentar y derrotar a la dictadura

Liderazgos, sí. Caudillos, no. Dirigentes que prediquen con el ejemplo, siendo coherentes entre lo que proclaman y lo que practican

President Arnoldo Aleman (left) and Daniel Ortega.

Enrique Sáenz

5 de diciembre 2020

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En las redes, en conversaciones y en medios de comunicación se escucha a veces la opinión de que una de las dificultades en la lucha en contra del régimen dictatorial es que no hay un líder de la oposición. Otros, más abiertamente, aseveran que para enfrentar a Ortega necesitamos un caudillo. Un caudillo “bueno”.

Sin embargo, cuando se repasa la tormentosa historia de nuestro país casi siempre está de por medio el caudillismo, como una de las lacras más funestas.

Como república independiente nacimos en medio de guerras fratricidas interminables, con caudillos a la cabeza y pueblo como carne de cañón. En varios de esos episodios estuvimos a punto de quedarnos sin país, notoriamente con el trágico capítulo marcado por la aventura de William Walker. Apartando el período de los llamados 30 años, en el siglo XIX, en el cual patricios conservadores se rotaron el poder, hasta terminar, precisamente, causa del afán continuista de Roberto Sacasa, padecimos después el caudillismo de José Santos Zelaya y de Emiliano Chamorro, para caer más tarde en Somoza García, Somoza Debayle y Fernando Agüero. En los aciagos tiempos contemporáneos nos ha tocado vivir el fatídico papel de los caudillos de turno: Arnoldo Alemán y Daniel Ortega.

Sólo tragedias para el pueblo. De la intervención extranjera a las componendas de cúpulas, de ahí a las dictaduras y de las dictaduras a la guerra. Un ciclo fatal.


No hay caudillismo “bueno”.

Sin embargo, es posible marcar contrastes: Los episodios más relevantes de nuestra historia reciente se han desarrollado sin caudillos, ofreciendo el testimonio histórico de que no estamos condenados a transitar de un caudillo a otro.

Hagamos un repaso. Comencemos por la lucha en contra de la dinastía somocista ¿Había un caudillo a la cabeza? ¿Verdad que no? Al contrario, los principales dirigentes de la lucha insurreccional no eran conocidos por la población. No tenían rostro. Emergieron de la clandestinidad. Y sin embargo la gente fue a luchar, y triunfó, sin caudillo. Más bien, el régimen somocista se desplomó, cuando su caudillo se marchó.

Un movimiento insurgente, sin caudillos, derrotó a un régimen poderoso, encabezado por un caudillo.

Posteriormente, en la década de los ochenta, la Resistencia Nicaragüense tampoco tuvo caudillo. De hecho, algunos de los que se autoproclamaban líderes jamás visitaron un campamento. Los miles de campesinos que nutrieron las fuerzas de “la Contra” se incorporaron a la batalla no en pos de un caudillo, sino para defender las ideas y los derechos en los que creían. La Resistencia mantuvo su lucha y fue un factor decisivo en el proceso de negociación que desembocó en las elecciones de 1990, mismas que abrieron rutas de paz, libertad y democracia al país.

Y en esa contienda electoral de 1990, para sorpresa mundial, la mayoría de los nicaragüenses, en condiciones electorales adversas, se desbordaron a votar por doña Violeta Barrios de Chamorro, que era exactamente la antítesis del caudillo.

Episodios dramáticos, desencadenados y resueltos sin caudillos.

En sentido contrario, la reencarnación del viejo fantasma del caudillismo nos condujo, por la vía del pacto, primero, y la instauración de una dictadura, después, a la reedición del ciclo trágico.

La historia nos enseña que no necesitamos nuevos caudillos para luchar por la democracia.

Si no fueron necesarios caudillos para derrotar al somocismo ¿Por qué vamos a necesitar ahora caudillos?

Si la resistencia no necesitó caudillos para emprender y sostener su lucha ¿Por qué vamos a necesitar ahora caudillos?

Si la oposición, aglutinada en la UNO, triunfó en las elecciones de 1990 sin un caudillo a la cabeza ¿Por qué vamos a necesitar ahora caudillos?

Caudillos, no. Líderes, sí.

Porque los liderazgos sí son indispensables para encabezar la lucha por recuperar la democracia e impulsar un proceso de cambio real. Tenemos la oportunidad histórica de romper con el caudillismo. Y esa es responsabilidad de las dirigencias y de las bases. Porque es preciso tener en cuenta que los caudillos no se construyen solos, siempre hay un círculo que los alimenta y una matriz social que los incuba. De ahí que debamos mantenernos alertas para ahogar cualquier pretensión caudillesca que detectemos a nuestro alrededor.

Caudillos, no. Liderazgos, sí.

Porque la lucha requiere que desterremos los ímpetus anárquicos y anarquizantes que frecuentemente se esconden bajo el grito ¡No me representan!. Las más de las veces, en lugar de constituir un impulso auténticamente democrático y de participación, más bien envuelven el germen de caciquismos de parroquia.

Necesitamos liderazgos con voluntad y capacidad de armonizar, sumar fuerzas y construir espacios de concertación. Dirigentes que prediquen con el ejemplo, siendo coherentes entre lo que proclaman y lo que practican.

Necesitamos liderazgos capaces y con valores, que enarbolen banderas de honradez, tolerancia, integridad y decencia.  Con la voluntad y la capacidad de asumir un compromiso de cambio real donde los objetivos de justicia, trabajo digno, salarios decorosos, oportunidades de educación y salud, competitividad empresarial, transparencia, respeto a la ley y compromiso de patria, se encuentren por encima de intereses sectarios o privilegios de grupos.

Y que sean varios. Y se multipliquen, a nivel local, sectorial, departamental y nacional, de distinto género, de distintas edades, de diversa condición económica y social. Los necesitamos, no solo para enfrentar y derrotar al régimen dictatorial, sino también para afrontar los formidables desafíos que encierra la nefasta herencia que nos dejará Ortega.

Liderazgos, sí. Caudillos, no.

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Enrique Sáenz

Enrique Sáenz

Economista y abogado nicaragüense. Aficionado a la historia. Bloguero y conductor de la plataforma de comunicación #VamosAlPunto

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