6 de diciembre 2020
Tras dos semanas del paso del huracán Iota, las zonas afectadas del Caribe nicaragüense enfrentan “la parte más difícil”. Pobladores y activistas de Bilwi denuncian la falta de alimentos y semillas, lo cual puede provocar una crisis alimentaria en una de las regiones más vulnerables del país.
Juan Carlos Ocampo, miembro del movimiento Bri Laka, asegura que tras el paso de los huracanes Eta y Iota, en Bilwi se repite una escena a diario: "jóvenes y ancianos piden comida, dicen que 'no tienen nada que comer, nada que sembrar y nada que pescar'".
“Esto tiene que ver con la situación de hambre que hay”, asegura.
En otras zonas del Caribe Norte, como Wiswis, en Río Coco, habita Presly Coleman, un activista del Movimiento Juvenil Indígena de la Moskitia - Mark Rivas (Mojimm), quien asegura que el cultivo está enfermo y muchas de las palmeras de coco están destruidas. En esta comunidad también muchas personas han iniciado a pedir comida y dinero. "Mucha gente no está comiendo como antes", dice. La familia de Coleman ha perdido dos manzanas de maíz en Wangki, Río Coco. El viento y las crecidas han arrasado con los cultivos.
“Resulta que el huracán se lo ha llevado todo”, expresa el líder indígena.
Las alarmas de una posible escasez de alimentos iniciaron desde agosto, cuando la onda tropical número 14 entró en la zona y provocó inundaciones. Juan Carlos Ocampo, cuyo trabajo consiste en viajar por el Caribe Norte para realizar investigaciones e informes, asegura que desde entonces mucha gente perdió sus alimentos y sus siembras. Muchos se quedaron sin semillas para cultivar.
La raíz de este problema, de acuerdo con Ocampo, no vinieron tras Eta y Iota, sino tiempo atrás. Los dos huracanes solo agudizaron el problema. Una de las razones de vieja data es la falta de centros de producción de semillas certificadas para las condiciones de los suelos y el clima del Caribe. Otra, los desastres naturales que han dejado vulnerable a la región durante décadas. Ocampo en sus investigaciones ha descubierto la existencia de un hongo que ha desatado el deterioro progresivo de las musáceas, es decir, de los bananos y el plátano.
Lo que hizo Eta y Iota es “bajarse todas las musáceas”, dice Ocampo. “Hay lugares donde la gente no ha podido llegar a sus áreas de cultivos. Otras se encuentran con plantas caídas, que dejan una cepa expuesta al sol desnutrida y deshidratada. Está quemada por el sol”, agrega.
Tampoco la yuca, un tubérculo sembrado en la zona, se ha salvado. Según Juan Carlos Ocampo, el viento las han movido “de un lado a otro”, provocando que el suelo se “afloje” y permitiendo que el agua entre hasta las raíces, lo cual pudre el alimento. “Llegás, intentás arrancarla y te sale la yuca podrida y un olor muy fétido. En esas condiciones ya no tenés ni yuca”, lamenta.
Los territorios donde los cultivos comunitarios han sido dañados son Karatá, Waspán, Bonanza y los nueve territorios de la Reserva Biológica de Bosawás. La mayoría de estas comunidades afectadas no lograron salvar ningún tipo de alimento, ni musáceas, tubérculos o semillas. Juana Bilbao, directora del Centro de Justicia y Derechos Humanos de la Costa Atlántica Nicaragua (Cejudhcan) afirma que esta es una de las preocupaciones que más exteriorizan los damnificados a su organización.
“Lo que nos están diciendo los ancianos (quienes son una autoridad en esas comunidades), es que habrá una hambruna”, explica Bilbao. Su organización ha gestionado la compra de semillas de frijoles para un grupo de quinientas mujeres de Wangki Maya, con el fin de mitigar las carencias en la zona, pero es consciente que no basta. Tampoco abundan las semillas y las que hay se han "encarecido".
Bilbao no es la única que resiente la falta de semillas para estas comunidades. Monseñor Pablo Schmitz, obispo de la Diócesis de Siuna, dijo a CONFIDENCIAL que les ha costado recolectar este insumo básico para los damnificados del huracán.
“Cuesta encontrar semillas de frijol lo más pronto posible. No hay en Nicaragua”, afirmó el prelado. “La situación es bastante crítica. Es fantástico y sirve de mucho las láminas, pero no es suficiente”.
Schmitz narra que las hermanas y sacerdotes de la Iglesia Católica siguen trabajando en la gestión humanitaria, pero les preocupa que la carencia de semillas provoque hambruna. Las instituciones religiosas, los organismos no gubernamentales y los activistas coinciden en que la solidaridad ha sido esencial, pero no es sostenible por tanto tiempo. "Mejor busquen semillas que buscar arroz y frijoles, nos dicen", explica Bilbao por su parte.
Pese a que El 19 Digital anunció a través de un tuit que el Gobierno ha iniciado la entrega de bonos de semillas en Bonanza, organizaciones como las de Bilbao no saben nada al respecto. "Aquí en la región no se oye de eso. No hay ningún tipo de reuniones ni coordinaciones".
Mientras tanto, pobladores como Presly Coleman temen que la entrega de esta ayuda sea también parcializada.
"Hay una coordinación pésima que se está haciendo y muchas personas no pueden confiar que en sus casas habrá techo o comida, porque esta gente piensa: solo tengo cédula y no tengo un carné de militante", expresa Coleman.
La esperanza llegará tal vez con el verano, pues los suelos volverán a estar habilitados para la siembra. Para Juan Carlos Ocampo esto no basta, pues tiene que haber un “proceso de rehabilitación” impulsado por las autoridades.
“Estamos perdiendo una gran oportunidad para reconstruir todo, porque cuando lo perdés todo, se puede volver a construir todo”, agrega, consciente de que el panorama no pinta bien y que la solidaridad se ha convertido en un asunto vital. “Las familias que puedan recibir ayuda de forma constante podrán cubrir sus necesidades alimento. Pero hay muchas familias que van a aguantar hambre, porque las necesidades son muchas y no hay tanta ayuda para cubrirlas todas”, sentencia.