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Régimen orteguista se olvidó de los damnificados de El Jilguero, en Jinotega

En la comunidad El Jilguero, en Wiwilí, Jinotega, un deslave afectó a unas 36 familias, que siguen sin recibir apoyo del Estado.

Una imagen del deslave causado por las lluvias del huracán Iota, en el Macizo de Peñas Blancas, Matagalpa. // Foto: Cortesía

Cinthya Torrez

2 de diciembre 2020

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Más de quince días han transcurrido desde que la desgracia llegó a la familia Carazo Marín en forma de un deslave que les arrebató a padre e hijo, y arrasó con gran parte de sus cultivos en la comunidad El Jilguero, en Wiwilí, Jinotega. La prole —compuesta ahora por doce hermanos— sigue esperando la asistencia gubernamental, que el régimen orteguista asegura ha llegado a todas las comunidades afectadas por los huracanes Eta e Iota, pero que en esa zona del norte aún no se ha asomado.

El martes 17 de noviembre, la vicepresidenta Rosario Murillo anunció las primeras víctimas de los huracanes, entre estas, el diácono Carlos Carazo Centeno, de 43 años, y su hijo, Ariel de Jesús Carazo Marín, de 21 años. Afirmó que ambos estaban evacuados, y que habían regresado a traer algunas pertenencias a una vivienda, cuando ocurrió el deslave. Sin embargo, esa versión fue desmentida por uno de los sobrevivientes del alud y una de las hijas de Carazo Centeno. Nadie de la familia había estado en refugios.

“En Wiwilí, Jinotega, en la comunidad El Jilguero, dos hermanos que habían sido evacuados, ya estaban en albergues, quisieron retornar a sus viviendas a traer unas pertenencias para instalarse mejor en el albergue, eso es humano, así es. Y entonces se produjo un derrumbe y desgraciadamente perdieron la vida (…)”, dijo Murillo.

Sin embargo, Israel Martínez Zeledón, de 22 años, quien se salvó porque corrió y logró aferrarse a un árbol de café mientras huía, asegura que, previamente, estaban en la casa de Carazo Centeno, quien decidió bajar del cerro en dirección a la casa de una de sus hijas, ubicada cerca de un caño.

Carlos Carazo murió junto a su hijo, soterrado por un deslave en el cerro El Jilguero. Foto: Cortesía.


Ahí, junto a otro yerno, él y su hijo, decidían qué objetos se llevarían de la vivienda por sí la lluvia traía alguna tragedia. En eso estaban cuando un gajo del cerro El Jilguero se les vino encima y aterró a padre e hijo.

Martínez, de 22 años y Yilmer Herrera Garmendia, de 23, sobrevivieron al alud que también arrasó con varias de las casas de la comunidad. La tragedia se expresó en una mezcla de lodo, agua y troncos de árboles. Lo hizo muy temprano, cerca de las 8: 00 a.m. de ese martes, como efecto de los aguaceros que el huracán Iota, que impactó en el Caribe Norte en categoría 4 —de un máximo de 5—, dispersaba en todo el país, mientras se convertía en tormenta tropical.

“Estoy vivo por misericordia de Dios”, relata Martínez. Él observó, impotente, como el alud engullía a su suegro y cuñado. “Si, yo lo miré cuando se aterró, yo buscaba como ayudarle, pero no podía, no pudé; el lodo los tapó de un solo”, narra. Respecto a Herrera, recuerda que también corrió muy rápido y por eso está vivo.

Sin apoyo estatal

El régimen orteguista presentó un informe general de los efectos dejados por los huracanes Eta e Iota. Al menos tres millones de personas estuvieron expuestas ante los ciclones y se reportaron daños en 56 municipios, cuyas particularidades se desconocen, como sucede en la comunidad El Jilguero, ubicada a unas tres horas en bestia desde Wamblán. Y a dónde no han llegado ni el plan techo, ni uno de los 59 000 164 bonos productivos tecnológicos, que el Gobierno envió a las áreas afectadas por los huracanes.

Iota terminó de derribar lo que el huracán Eta había dejado en pie. Al menos 36 familias de El Jilguero reportaron casas con algún tipo de daño, de estas, 18 son las más afectadas, ya sea porque la vivienda fue destruida por completo o bien, porque parte de esta no cedió, pero está localizada en una zona de alto riesgo, explica Santos Rivera Ramírez, pastor de la iglesia evangélica El Jordán, perteneciente a la denominación cristiana Asambleas de Dios.

Asegura que no han recibido apoyo de ninguna autoridad del Estado. Su demanda es que asistan a las familias, ya que la ayuda que ha entrado a la zona ha sido canalizada a través de las iglesias, pero se necesita mayor apoyo porque el huracán “no tuvo compasión” con la comunidad, integrada por unas 250 familias.

No les advirtieron del peligro

Yorlin Carazo Marín, hija de Carlos, cuenta que su madre y demás hermanos escaparon de ser aplastados por el deslave, porque salieron minutos antes que la tierra cediera. Ella asegura que ninguna autoridad de Gobierno les advirtió del riesgo en el que se encontraban, nunca estuvieron en refugios y tampoco se autoevacuaron.

Los Carazo Marín es la familia más afectada de la comunidad, porque no solo perdieron a su padre y hermano, también se quedaron sin sus tres casas y sin una gran parte de la siembra de café porque la montaña se llevó todo a su paso.

Todos vivían en la misma propiedad de su padre, surcada de caños que bajaban del cerro El Jilguero. En esa zona, Carlos construyó casas de madera con techos de zinc porque deseaba que la familia estuviera junta, pero no revuelta. Las viviendas están inhabitables.

Se “perdieron cédulas, papeles, ropa, comida, todo se perdió, pero ni la madera de las casas quedó”, “esa casa ya no sirve para vivir porque más que todo se la llevó”, expresa Yorlin.  Al verse sin viviendas, su mamá y hermanos se refugiaron en la casa de familiares de su padre, en una comunidad ubicada a cuatro horas a pie de El Jilguero, en San Antonio, donde también enterraron a su padre.

La madre de Yorlin está afligida —según su hija— porque debe lidiar con deudas pendientes, con la pérdida de la cosecha del café y el pago de 17 mil córdobas por los ataúdes de su padre y hermano porque la familia no tenía cómo adquirir los féretros y una persona del pueblo se los facilitó al crédito.

Otras familias también perdieron sus cultivos, lo que implica un gran problema porque además de ser un medio de subsistencia, deben saldar deudas. “No solo nosotros estamos sufriendo, aquí la mayoría de la gente perdió bastante”, expresa Yorlin.

La tierra floja que dejaron los huracanes

Las estimaciones de acumulados de lluvia que dejaría Iota superaban los 200 milímetros de agua sobre una tierra que había recibido fuertes precipitaciones durante días anteriores por el paso reciente del huracán Eta. Esas condiciones favorecieron para que se produjeran desgracias como la de El Jilguero,  pero también como el alud que devastó más de una decena de casas en la comunidad San José de Kilambé o la riada que afectó la comunidad El Maleconcito, en Jinotega, todo en un solo día, el 17 de noviembre. 

En esa misma fecha, otro alud soterró a seis familias en el Macizo de Peñas Blancas, Matagalpa. Se contabilizaron nueve personas fallecidas, cuatro sobrevivientes y hasta el 21 de noviembre, el régimen orteguista informó que mantenía la búsqueda de dos personas: Flor López Aráuz, de 38 años y Heysel Otero López de 19 años.

El deslave ocurrió debido a que una enorme roca del macizo de Peñas Blancas se desprendiera, como efecto de las lluvias. Otro alud sucedió en el cerro El Puyú, Mulukukú, este fue reportado por Murillo el jueves 19 de noviembre. Dijo que una familia, cuya casa se asentaba a la orilla del río El Puyú fue arrasada por la corriente, fallecieron tres personas y sobrevivieron tres. La vicepresidenta no explicó que relación tenía el deslave con la desgracia familiar.

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Cinthya Torrez

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