24 de noviembre 2020
En esta fase, luego de la masacre de 2018, el péndulo del conflicto social ha dado media oscilación con las masas en retirada, y con Daniel Ortega y los políticos tradicionales (incluidos los grandes empresarios) en la búsqueda indecisa de un acuerdo electoral. Acuerdo que no llega a definirse porque la correlación de fuerzas no experimenta cambios, lo que desgasta a la nación e incrementa el aspecto caótico de la crisis (es decir, incrementa la incapacidad de realizar trabajo socialmente útil).
El indeciso acuerdo con Ortega
Con las masas momentáneamente fuera del escenario, la obra de teatro pone en escena a los empresarios, a la burocracia incipiente y a Ortega.
Esta indecisión, que no cuaja en algún acuerdo con la dictadura, los políticos tradicionales la llaman “un empate técnico”. En realidad, son los políticos tradicionales quienes necesitan participar en un proceso electoral a cualquier costo. Es su única opción de figurar en política, y aguardan con desesperación que Ortega se los permita, porque, de lo contrario, desaparecerán de la escena.
Sin embargo, Ortega teme que de llegar a un acuerdo con los políticos tradicionales las masas, que reciben el impacto de todas las crisis - y a las que nadie controla - puedan desbordar dicho acuerdo espontáneamente, iniciando la siguiente etapa de lucha directa, bajo la bandera que exija la inmediata salida de Ortega del poder. El péndulo de las luchas sociales liberaría así, combativamente, la energía potencial acumulada lejos del punto de equilibrio, en una oscilación de signo contrario que podría alterar positivamente la correlación de fuerzas.
Pese a la represión salvaje, Ortega no ha logrado restablecer el equilibrio en la sociedad, y grita ofuscado: ¡Dejen de joder! En la incertidumbre del desequilibrio, las masas dominan la escena teatral pese a que no están presentes. Su fuerza potencial invade la situación política como un fantasma formidable.
En la hipertextualidad de la situación política, lo decisivo no son los actores que han subido a escena y que gesticulan y parlamentan tonterías bajo los reflectores, sino, las masas que aguardan calladas el momento preciso de salir a la carga como un tsunami desde el fondo del océano. Esos actores secundarios, para permanecer en escena, intentan que ese evento decisivo no ocurra.
El temor a las masas caracteriza la monótona actitud represiva de Ortega, que le lleva a aislarse estratégicamente, a la defensiva. Por 28 meses no toma ninguna iniciativa para resolver ninguna crisis, y se aísla cada vez más. Mientras la oposición tradicional se jala de los cabellos, esperando un acuerdo antes de verse desplazada.
La oligarquía, por su parte, le ha perdido miedo al movimiento de masas que, en este tiempo, producto de la masacre, no logra revertir la pasividad del reflujo combativo. Y, en cambio, la oligarquía adquiere un miedo terrible a Ortega. Este es el arco de la evolución política empresarial en los últimos 24 meses.
Sus negocios la diferencian y la apartan de los políticos tradicionales, que no cargan gran cosa en su mochila personal. De modo, que ambos buscan en la negociación electoral un acuerdo distinto con Ortega, por motivaciones diferentes.
Abstención electoral o explosión social (jacta alea est)
Ortega, haciendo evidente el fraude que está en marcha, puede fácilmente incentivar la abstención electoral. Lo cual, evidentemente, le favorece.
Guarda la iniciativa –indisputada- para atrasar convenientemente cualquier reforma sustancial, hasta el momento que tal reforma carezca de sentido. Efectivamente, ya no hay tiempo para hacer los cambios necesarios para que el proceso electoral sea transparente y creíble. Sólo es posible un proceso fraudulento, que sin la anuencia de Ortega tampoco es posible desmontar rápidamente.
Para esta fecha, la suerte está echada. Los políticos tradicionales ya fueron derrotados en el terreno electoral sin que se percaten siquiera que se ha agotado el factor decisivo de los plazos.
En 1990, los sandinistas –que confiaban en ganar limpiamente las elecciones- estaban interesados activamente en que el proceso fuera creíble. De manera que, entonces, se propusieron acortar activamente los tiempos. Ahora, Ortega sabe que las elecciones sólo puede ganarlas antes que se instalen las mesas de votaciones, poniéndole trabas y trampas al proceso de reformas electorales, ya abundantemente recargado de mañas a lo largo de los últimos veinte años.
La reciente resolución de la OEA del 22 de octubre, obedece al hecho que la comunidad internacional (en la medida que la idea de rebelión interna que recibe es la versión impotente y contradictoria que expresan la Coalición, la Alianza Cívica y la diáspora en el exilio) apoya una pronta salida suave a la crisis por medio de un proceso que de cualquier forma le dé legitimidad a la dictadura. Saben que a estas alturas ya no hay forma que las elecciones puedan ser transparentes. Sin embargo, la geopolítica no se rige por criterios ideológicos, sino, por intereses, y Ortega es el más aventajado alumno del neoliberalismo ramplón (como lo demuestra con la privatización en ciernes del agua, y con la reducción de las pensiones del INSS y la eliminación de subsidios a la energía eléctrica, que había demandado el BID).
La única alternativa para la nación es que al estimular la abstención electoral Ortega desencadene una movilización explosiva de la población contra su régimen represivo, o que la población se vea incitada a reaccionar por la torpeza de un nuevo ataque criminal en contra de un sector social considerado un arquetipo a proteger por la sociedad (como ya hizo torpemente en abril contra la juventud).
El gatopardismo empresarial
El gatopardismo surge espontáneamente en la adversidad de las clases decadentes (envejecidas sin alcanzar jamás la madurez), que se resisten a perder estatus, ya sea porque la sociedad avanza, ya sea porque retrocede y degenera. Su ideal, entonces, como clase retrógrada, rentista, es la inmovilidad social. Su esperanza es que la historia permanezca embancada en relaciones precapitalistas.
Ahora, al salirse de la Coalición Nacional, los empresarios oligárquicos se aíslan también con arrogancia luego de fracasar en su intento subrepticio de que se les reconociera como dirigentes de la resistencia opositora, en virtud de la posición privilegiada que guardan en la sociedad. Esperaban un reconocimiento burocrático, no merecido, porque no están en grado de desempeñar un rol social progresista, ni de conducir la lucha contra Ortega.
En los políticos tradicionales, que después de abril han subido al escenario en esta etapa de reflujo, la oligarquía ve simples arribistas sin arrastre de masas, que se consideran, sin embargo, independientes de la sociedad, y que desconocen a los empresarios como clase hegemónica.
En tal sentido, la alternativa probable, ahora, es que los empresarios se apresten a negociar abiertamente con Ortega, no sólo por sus coincidencias habituales respecto al sistema parasitario imperante, sino, porque les parece que tales acuerdos de reformas les darían un rol de interlocutor oficial privilegiado, que no podrían obtener en ninguna otra circunstancia. Ortega es su mejor opción de negocios. Pero, ahora, es un acuerdo motivado por el miedo, más que por el beneficio como hace trece años.
Hegel, en la dialéctica del señor y el siervo dice que es el miedo a morir lo que hace que alguien adquiera conciencia de siervo y reconozca a otro, más fuerte, como señor. Lo contradictorio, en este caso, es que el siervo sea una clase hegemónica.
La próxima privatización del agua es un aperitivo que ofrece Ortega para estimular un acuerdo, no sobre ideologías o sobre política, sino, sobre algo que satisfaga el paladar de los empresarios.
Al liberarse de los compañeros de viaje, los empresarios se vuelven más tolerables a los ojos de Ortega, adquieren más flexibilidad para complacerle en una negociación bilateral más restringida, seguramente a puertas cerradas (tras la cual ambos aceptarán que no pueden vivir el uno sin el otro).
Lo único que los empresarios no se pueden permitir es contravenir a la comunidad internacional. Ese es el fruto del árbol prohibido del que no pueden comer. Afortunadamente, para ellos, la OEA desea que la crisis se resuelva por arriba en 2021, esto es, con un rol negociador decisivo de los empresarios, cualquiera que sea el acuerdo que Ortega imponga para la realización de los comicios electorales fraudulentos.
Pasadas las elecciones, el margen de maniobra de la comunidad internacional es mínimo, y seguramente hacer maniobra alguna en esos momentos le resultará indiferente.
Si Ortega consigue atraer al sector empresarial y consigue que la comunidad internacional apueste por él, el reflujo del movimiento de masas podría perdurar como una derrota estratégica hasta que se geste una nueva coyuntura crítica y se forme un partido combativo que desplace entonces a los políticos tradicionales burocratizados.
¡A extraer enseñanzas de las limitaciones de abril, y del rol miserable, electorero, de los políticos tradicionales, que aparecieron públicamente en la fase de reflujo, atribuyendo al pueblo sus mezquinas ideas e intereses de simples aspirantes a cargos públicos!