Guillermo Rothschuh Villanueva
8 de noviembre 2020
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Los medios no pueden abrogarse el derecho de interrumpir a un presidente por el hecho de disentir de sus posiciones
El presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump. EFE/EPA/Chris Kleponis
La decisión de las cadenas noticiosas ABC, CBS y NBC, ratifica como válidas las críticas sobre el poder de vida o muerte que disponen los dueños de los medios o sus editores, sobre lo que las personas dicen o quieren decir. En un alarde de poder decidieron al unísono —más allá si se pusieron de acuerdo— de interrumpir el discurso del presidente Donald Trump, bajo el argumento común que mentía. ¿Acaso este no es el cuestionamiento más persistente acerca de su creciente poderío ahora disminuido por la existencia de las redes sociales? Se transformaron en jueces implacables. Con usual arrogancia determinaron que lo que decía el mandatario no merecía ser escuchado por mentiroso. Un argumento que debieron dejar para después.
Los medios no pueden abrogarse el derecho de interrumpir a un presidente por el hecho de disentir de sus posiciones. La rectificación debió haber venido a posteriori. Los planteamientos de Trump constituían el mejor testimonio para poner en evidencia su inclinación por desconocer todo aquello que no calza con sus ambiciones políticas. Uno de los señalamientos de los medios contra el presidente estadounidense ha sido mostrar su incapacidad e insensibilidad por aceptar el disentimiento. Trump no transige con quienes no están de acuerdo con sus posiciones. Nos guste o no, disentir forma parte del cuerpo discursivo democrático. Un principio que todos conocemos. La contracara del consentimiento. Disenso y consenso son un haz.
Un avance significativo en materia de libertad de expresión fue la incorporación del mandato constitucional prohibiendo la censura previa. Desde hace muchísimos años constituye una garantía frente a quienes detentan el poder público. Una regla de oro que en tiempos actuales debe mantenerse incólume. La prescripción es bien clara. Establece que personas y medios pueden decir todo cuanto quieran sin que nadie interfiera en lo dicho. El castigo, cualquiera que sea su naturaleza, vendrá después. Nunca a priori. Durante mucho tiempo el poder político podía intervenir a capricho. Todo lo que publicaban los medios pasaba por sus ojos inquisitoriales. El avance en materia de libertades ciudadanas consistió en inhibirlos de actuar de antemano.
Los poderes establecidos no podrían en adelante fisgonear lo que medios y periodistas harían del conocimiento público. Era una especie de censura previa. Con la decisión de impedir su intromisión, los políticos quedaban inhibidos de meter sus narices en todo aquello que medios y periodistas consideraban necesario hacer del conocimiento ciudadano. Los políticos se otorgaban la prerrogativa para decidir, según su conveniencia, qué era verdad o qué era mentira para ellos. Algo parecido enfrentan en la actualidad la ciudadanía nicaragüense, empleados públicos, medios y periodistas. La Ley Especial de Ciberdelitos establece de manera taxativa cárcel y multas para aquellas publicaciones que contengan informaciones que no gusten a su paladar.
El problema de fondo radica que el periodismo estadounidense es el espejo en donde se mira la inmensa mayoría de periodistas del mundo. Una mala enseñanza. Con el reciente huracán Eta, algunos militantes sandinistas preguntaron a medios y periodistas, cuál era su contribución para los damnificados del huracán. La respuesta inmediata que recibieron fue que cumplían con su deber: informar sobre lo acontecido. Ni más ni menos. Esto es lo que corresponde a medios y periodistas. De incurrir en falsedades habrá quienes demanden que rectifiquen o los exhiban ante la opinión pública. No pueden pedirse peras al olmo, como hicieron algunos despistados.
La decisión de las cadenas estadounidenses habla muy mal de su comportamiento. Estaban ante los ojos del mundo. Eran los canales a través de los cuales se informaban y tomaban el pulso al cotejo electoral. En un ejercicio inaudito de intolerancia, demostraron lo cerca que estaban de los poses del presidente Trump. Sin haber cumplido las promesas de democratización de la palabra, más bien incurrieron en su contrario: cortar voces con las que no están de acuerdo. La queja recurrente contra los medios ha sido su total impermeabilidad de abrir a la crítica sus políticas editoriales e informativas. Algo a lo que no deberían negarse. Los medios ejercen a diario la crítica, razón de más para contemporizar con quienes muestran desacuerdos.
El principal reconocimiento ciudadano a favor de las redes sociales, es no verse las caras con medios y periodistas. No estar sujetos a lo que decidan los editores. El gatekeeper (el portero) tal vez sea la figura más representativa del poder de decisión que tienen los medios. Con las redes sucede un fenómeno a la inversa. Las personas pueden decir cuánto se les antoje. A eso se deben los abusos en que incurren a diario. Una vez rotas las quillas, dicen todo lo que se les viene en gana. Sienten haber vencido las aprensiones provenientes de los medios. Viven un nuevo capítulo en materia de libertad de expresión. Una fiesta que están terminando por pervertir. Las peticiones en su contra son por millares. Son los principales propagadores de bulos y/o fake news.
Da la impresión que en su desesperación y ante el poder perdido, ABC, CBS y NBC, optaron por ejercer el oficio de censores, algo de lo que se acusa permanentemente a los medios. Su arbitrariedad tiene un precio bien alto, adeudo que tendrán que pagar el resto de medios de comunicación. Las demandas de lectores y televidentes vienen de todas partes. Especialmente porque los medios de manera cotidiana muestran sus aciertos y desaciertos. Es tan grande la falla cometida, que muy pocos están dispuestos a perdonársela. Nadie en su sano juicio puede contemporizar con un desaguisado del tamaño del Everest. En momentos de escrutinio político —un conteo de votos que da lástima— cómo no iban a suponer que ellos mismos estaban siendo analizados.
No solo Donald Trump perdió las elecciones, también los medios perdieron parte del prestigio acumulado. Quienes más deben estar gozando de esta metedura de patas son los políticos. Lo que hicieron la ABC, CBS y NBC será incorporado como ejemplo a no seguir en los textos de periodismo. Una herencia onerosa en tiempos cuando más se requiere prudencia y cautela de parte de propietarios y timoneles de los medios de comunicación. ¿Un acto tardío de venganza? Los exabruptos de Trump contra medios y periodistas pasarán a la historia como también pasaron a la posteridad los reclamos infamantes hacia los medios de parte de Spiro Agnew, vice-presidente de Estados Unidos, durante el mandato de Richard Nixon, un enemigo jurado de la prensa.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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