Guillermo Rothschuh Villanueva
18 de octubre 2020
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Al juntar los ensayos y entrevistas dispersas realizadas a Jorge Luis Borges, recorre un camino similar, nos acerca al poeta, cuentista y ensayista
Este lúcido Mario Vargas Llosa es como “El último dinosaurio”
Tienen que adentrarse en las páginas de Medio siglo con Borges, de Mario Vargas Llosa un retrato exultante de uno de los escritores más leídos y traducidos del universo
A mi hermano Vladimir, quien tuvo
en Borges una de sus naves nodrizas.
Deseo irrefrenable del peruano Mario Vargas Llosa, someter a escalpelo decenas de autores de su predilección, oficiando como intermediario, al destacar las virtudes de sus obras. En diversas ocasiones sus ensayos terminaron convirtiéndose en libros. Despunta con nuestro bardo mayor, Bases para la interpretación de Rubén Darío, (1958); luego con lo que considero el análisis más completo de Cien años de soledad, García Márquez: historia de un deicidio (1971). Cuatro años después homenajea a su maestro: La orgía perpetúa: Flaubert y madame Bovary. En 1996 se decantará por La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. Después sobrevendrán La tentación de lo imposible, (2004), merecido tributo a Víctor Hugo, luego Viaje a la ficción, (2008), justa reivindicación de la narrativa de Juan Carlos Onetti. Dejo a un lado La verdad de las mentiras, admirables ensayos donde ratifica con creces lo bien que había asimilado y aprovechado sus lecturas. Plantea los poderes sediciosos de la literatura.
Al juntar los ensayos y entrevistas dispersas realizadas a Jorge Luis Borges, recorre un camino similar, nos acerca al poeta, cuentista y ensayista que fue el argentino. Valora y reivindica su obra. Medio siglo con Borges, (Alfaguara, 2020), ensayo y confesión, admiración y cuestionamiento, alegría contagiosa, mirada aguda y abarcante, termómetro para conocer cómo supo a su paladar, su producción hermética y concisa, su canto y equivocaciones políticas. La obra de Borges conmueve sus fibras más íntimas, dejando testimonio de su grandeza. El escritor de cuentos fantásticos y el novelista realista frente a frente. No todos los autores producen perplejidad y animan a escribir sobre sus libros, especialmente cuando se trata de un ensayista del temple de Vargas Llosa. ¿El desarraigo lo indujo a su escritura? Borges transpira literatura. No es un ser vivencial, sino libresco, su antítesis. En estos ensayos Vargas Llosa revela que hasta ese momento desconocía algunas obras sometidas a examen.
Siente espasmos al caminar por las avenidas transitadas por Borges. Al toparse con su creación, Vargas Llosa continuaba siendo fiel a los principios de Sartre, su indiscutible maestro durante sus años juveniles. Declara como primer borgiano en Lima, a Luis Loayza, compañero generacional, devoto consecuente del representante en estado puro de todo lo que Vargas Llosa adversaba. Borges era un escritor desdeñoso de cierta política, ironizaba y rechazaba todo lo que oliera a izquierda. Frente a Loayza enfatizaba que la única literatura que valía la pena era aquella que estaba comprometida con los cambios y transformaciones de los pueblos. Mientras rechazaba a Borges ante su amigo, en la soledad de su cuarto lo leía con fruición. Se sentía deslumbrado. La complicidad con Loayza era plena. Desde el inicio hubo plena identificación con Borges. La pasión despertada jamás se diluyó. Una constante convertida en rito. Acampó en su capilla, fiel entre los fieles.
Vargas Llosa comenzó a dibujar su acercamiento con Borges a inicios de los sesenta, el argentino era para entonces en Francia toda una celebridad. Su primer encuentro fue una entrevista concedida por el portento en 1963, el peruano trabajaba para la radio y televisión francesa. A partir de ese instante siguió los pasos de Borges. Un impulso irresistible lo condujo a pegarse a su lado hasta adquirir plena conciencia de su obra. Se nota placer al dimensionar su excelencia. No hace concesiones inútiles. Mañana otros podrían reprobar su silencio. El esteticista Borges dio de trompicones en el ámbito político. Vargas Llosa termina desconsolado. Una vida de estricta coherencia en sus reproches a las dictaduras, se fractura bruscamente. Deplora su proximidad con los militares argentinos, reprueba su conducta. Cuando Borges decide romper con los milicos, fue un gesto tardío, irrisorio e imperdonable. Algunos críticos y escritores le han dispensado este desliz. Otros lo justifican.
Un novelista consagrado como Vargas Llosa, no dejaría pasar la oportunidad de interrogar a Borges acerca de su desdén por las novelas. Nunca escribió una. Vargas Llosa cree que el Minotauro había sido un gran lector de este género literario. Borges lo rectifica: “Yo he leído muy pocas novelas”. El peruano no se da por vencido. El argentino mantiene su postura. Aunque únicamente sea para complacer a su entrevistador, no cede. Imposible que Borges admitiera que hubiese sido seducido por las novelas. Al único novelista cuya singularidad admite es Henry James; remata su apreciación con una verónica: “… el caso de Henry James, que era un gran cuentista y novelista, digamos de otro calibre”. No sé a qué se debió que Vargas Llosa insistiera, él sabía que el cuento, por su brevedad y condensación, era el género que más convenía a sus preocupaciones literarias. Valora poco a los novelistas. El estilo de Borges es agudo, perspicaz y de una concisión matemática. Austero y parco.
La lectura de dos libros desconocidos de Borges, resultaron para Vargas llosa toda una revelación: Textos cautivos. Ensayos y reseñas en ‘El Hogar’ (1936-1939) y Atlas, escrito a cuatro manos con María Kodama. En Textos cautivos constata la seriedad con que Borges asumía su tarea de escritor. Ni tratándose de reseñas para una revista de mujeres, en una sección secundaria, descuida el oficio. Lo asume con maestría, con la solvencia de siempre. La selección se debe a Emir Rodríguez Monegal y Enrique Saccerio-Garí. Muestran un Borges sorprendente y lúcido. El Minotauro ya había cristalizado su estilo literario. En estos ensayos asoma la vastedad de su cultura, todo pasado por su criba. Opina sobre lo humano y lo divino. Con sabiduría habla de poesía, novela, filosofía, historia, religión, manosea a los escritores clásicos y modernos. Diserta sobre libros escritos en diversos idiomas con absoluta frescura y muchas veces con notable originalidad. Borges ya es él otro, él mismo.
El peruano sale en defensa de María Kodama, disiente de las posiciones asumidas por muchos argentinos y numerosos seguidores de Borges. La libera de sus impertinencias. El erotómano consagrado por sus creaciones picantes —sexo y violencia sazonan sus relatos— también se adentra en su práctica. Tiene suficiente autoridad para decir que Kodama hizo conocer a Borges por vez primera el amor real y verdadero. El único que vale la pena. Su vida amorosa había sido cruelmente truncada. Su padre, Jorge Borges Haslam, lo mandó con las putas y traumatizó. Su madre, Leonor Acevedo, una castradora insufrible, aterradora. Atlas condensa una alegría que Borges jamás había sentido junto a una mujer. Encontró el amor de carne y hueso siendo octogenario. Kodama fue una víctima al ser juzgada de manera aviesa —la llamaron interesada. Se entregó plena a un hombre que supo valorar su compañía y la dulce felicidad que le deparó. La mujer con la que siempre soñó a su lado.
Se volvía imperioso que Vargas Llosa hiciera una disección de los textos mayores de Borges. El análisis de los temas a los que consagró su escritura viene antecedido por un largo poema. En él sintetiza elementos de los que Borges se valía para condimentar su escritura. Nunca había leído un poema del novelista peruano. “/...Su cuarto de juguetes/fue siempre un/bric-à-brac:/tigres, espejos, alfanjes/laberintos/compadritos, cuchilleros, /gauchos, sueños, dobles, /caballeros y/asexuados fantasmas”. Enumeración prolija. Nada queda fuera de su mirada. “Demasiado inteligente/para escribir novelas/se multiplicó en cuentos/insólitos/perfectos, cerebrales…”, exclama alborozado. El estímulo e impacto producidos por un autor que renovó el lenguaje, igual que Darío —en un gesto inesperado rebaja esta condición a nuestro paisano inevitable— lo inducen a ubicarlo en las alturas. Con cierta regularidad venía escribiendo ensayos valorativos de sus textos y dictando conferencias donde resume la genialidad del Minotauro.
Tienen que adentrarse en las páginas de Medio siglo con Borges, un retrato exultante de uno de los escritores más leídos y traducidos del universo. Tal vez compartan la pena que tuvo Vargas Llosa, al sentir una sola vez a Borges próximo, humano. El compadrito terminó convirtiéndose en personaje. El peruano tiene sobradas razones para afirmarlo. Auscultó su obra y caló sus huesos. Conversó con Borges en diversos momentos, concluyendo de forma dolorosa que, en vez de dialogar, monologaba, monologaba, monologaba. Borges solo se escuchaba a sí mismo. Su fraseo, ¿fue una forma de tomar distancia ante tanta zalamería? Demasiado consciente para dejarse arrastrar por elogios y reconocimientos. Borges carecía de vanidades. Si damos por descontado que María Kodama fue la única mujer que le deparó alegrías, tenemos que concluir inevitablemente que Borges gozó más leyendo, pensando y escribiendo. Todo lo demás, como afirma Vargas Llosa, fue secundario en su vida.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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