Guillermo Rothschuh Villanueva
11 de octubre 2020
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Las cartas de Ernesto Guevara en Epistolario de un tiempo, y Mi hermano el Che
Las cartas de Ernesto Guevara en Epistolario de un tiempo
Las dudas me consumían. ¿Cómo vería a su hermano Juan Martín Guevara? ¿Tomaría distancia o se trata nada más de un texto elogioso? ¿Qué valor adicional posee Mi hermano el Che (Alianza Editorial, 2016), con relación a decenas de textos escritos sobre uno de los revolucionarios que mayor interés despiertan por el mundo? Conociendo la importancia que posee su hermano para millones de personas ansiosas de conocer aristas vinculadas con su niñez, adolescencia y juventud, ¿escribió el libro únicamente para sacar ventaja? Desanduve varias librerías connotadas de Ciudad de México, en búsqueda de Epistolario de un tiempo, publicado por la editorial Ocean Sur. Mi esfuerzo fue infructuoso. No pude encontrarlo. El libro contiene decenas de cartas escritas por el Che en su largo trajinar por el mundo. Intenté comprarlo en Amazon y no lo tenía en México ni Estados Unidos. Me apetece leerlo. Sigo en su búsqueda.
Con reparos adquirí el libro de Juan Martín Guevara, deseoso de enterarme sobre otros aspectos de la vida de un revolucionario, que continúa generando encendidos debates. Un par de cartas que aparecen en Epistolario de un tiempo, ratifican la opinión que me hice del Che, durante mis años de estudiante de secundaria. Leí con avidez El diario del Che en Bolivia (1968). Encontré datos sorprendentes. El más importante fue su manera de encarar la vida. A nadie juzga con mayor severidad el Che, que a sí mismo. Ajustaba la prédica con la práctica. En un ataque de asma en la selva boliviana —su eterno martirio— imposibilitado de caminar, sus compañeros lo tienden sobre una hamaca literalmente cagado, “… a la legua se siente el olor a mierda que desprendo”. En otro momento registra su irritabilidad. Cegado por las circunstancias hiere en el cuello a la yegua que lo cargaba. ¿Una forma de desacralizar sus acciones?
Antes de partir a Ciudad de México a impartir clases en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde cursé mis estudios de comunicación —argumento que Nelly encontró para que aceptara la invitación— había leído la recensión que hizo Mauricio Vicent, desde La Habana, sobre Epistolario del tiempo. La transcripción de párrafos de algunas cartas escritas por el Che, abrieron mi apetito. En una carta dirigida a Fidel, suelta su temple autocrítico. "Creo que hemos cometido muchos errores de tipo económico…. El primero de ellos, el más importante, es la improvisación con que hemos llevado adelante nuestras ideas que ha dado por resultado una política de bandazos. Improvisación y subjetivismo, diría yo. De tal manera que se daban metas que conllevaban crecimientos imposibles…". No todo marchaba cómo deseaba. Un alegato que armoniza con su personalidad. Era partidario de asumir errores.
En consonancia con su carácter, añade descorazonado: "Tengo cierta sensación de que esto es un poco de pérdida de tiempo para todos, porque tengo copias de otros escritos anteriores de un tono parecido y realmente poco ha cambiado desde entonces y nada de lo fundamental". Luego agrega, "Son críticas que hago amparado en la vieja amistad y en el aprecio, admiración y lealtad sin límites que te profeso". ¿Cómo no leerlo? Saltarse su lectura supondría tener un enfoque incompleto del pensamiento político, económico y afectivo del Che. Son cartas que testimonian su manera de juzgar el desarrollo de la revolución cubana y su propia vida. Se confronta consigo mismo. ¿Un desafío para hacer un alto en el camino o para dejar constancia histórica de su disentimiento por la conducción de la política económica de la revolución cubana? Sea lo que fuese, sirven para comprender su visión y convicción política. Su manera particular de encarar los hechos.
Caminé con premura por calles, avenidas, ríos y lagunas de Mi hermano el Che, contrario a su padre, Juan Martín Guevara de la Serna asume una conducta pudorosa. Junto con su madre, Celia de la Serna y sus hermanos Roberto, Ana María y Celia, los Guevara de la Serna se habían impuesto evitar toda alusión al Che. No querían sacar ventaja de su relación afectiva. El esfuerzo de Pototín por desmitificar la figura de su hermano resulta grato. Uno acaba de comprender que reseñar la estatura alcanzada por el Che, no resta nada a la naturaleza crítica del libro. En esto coincide con su hermano. La primera vez que habló en público del Che fue en 1973. Lo hizo cuando llevó de emergencia a su hijo Martín al hospital Borras —un complejo hospitalario de La Habana— al sufrir un ataque de asma. Una enfermedad que heredaron dos de los hijos de Juan Martín. Aleyda Guevara March, la hija del Che, es alergóloga.
Para volver entendible al Che, incluye parte de la entrevista que brindó al célebre periodista Jean Daniel (1963), fallecido en París hace algunos meses. El Che reseñó los problemas que Cuba afrontaba en el proceso de industrialización: “Nuestras dificultades son principalmente fruto de nuestros errores. Han sido muchos”. El deseo de Juan Martín es dar a conocer cómo pensaba, incluye otra crítica. “Lo que menos nos gusta es a veces nuestra falta de valor para afrontar algunas realidades económicas o políticas. (…) Nos ha sucedido que hemos tenido compañeros que siguen la política del avestruz, que esconden la cabeza en la arena. En lo que se refiere a los problemas económicos, hemos echado las culpas a la sequía, al imperialismo… A veces, no hemos querido divulgar una noticia, no nos decidimos, y solo quedó la versión americana”. Asumir errores formaba parte de su credo. El Che tenía la entereza de cuestionar los deslices en los que él mismo incurría.
En el libro incluye el intercambio epistolar del Che con su madre; las cartas enviadas a su familia desde que salió de Argentina, en su afán de conocer el mundo. El Che heredó la mordacidad de su madre. A su regreso de una estancia de seis meses en Cuba, el 23 de abril de 1963, Celia de la Serna fue detenida en Concordia, pueblo fronterizo con Uruguay. La acusaron de espía. El presidente provisional de Argentina, José María Guido, anuló la decisión de un juez de ponerla en libertad. Ordenó su traslado a la prisión de mujeres, en el reformatorio del Buen Pastor, en San Telmo, Buenos Aires. Estando prisionera escribió al Che: “… (la cárcel) es un deformatorio maravilloso, tanto para los presos comunes como para los políticos: si sos tibio, te volvés activo; si sos activo, te volvés agresivo, si sos agresivo te volvés implacable”. Uno de los rasgos más visibles de la argentinidad del Che era su humor. Jamás lo abandonó.
Juan Martín saca al Che del reducto guerrillero donde ha sido enclaustrado, dimensiona otros aspectos. Es la forma que encontró para hablar de su pensamiento, su filosofía y conciencia, evitando clichés, particularmente el de guerrillero. Una de sus preocupaciones consiste en disipar la idea que la producción literaria del Che se circunscribe a Diarios de motocicleta, sus diarios de campaña y sus escritos sobre la guerra revolucionaria en Cuba. El argentino Jorge Masetti, quien lo entrevistó en Sierra Maestra, expone otra característica acentuada del Che: llevaba su mochila repleta de libros. Eso mismo hizo saber a su familia el periodista Uruguayo Carlos María Gutiérrez. El Che gustaba declamar poemas de su muy querido León Felipe. Después del triunfo de la revolución cubana lo siguió haciendo frente a los obreros. Fue la manera que encontró para revalidar su cariño por el poeta español.
Antes de partir al Congo (1965), pidió a su mujer, Aleyda March, un grueso de libros para estudiarlos. Entre los autores destacan Sófocles, Demóstenes, Heródoto, Platón, Plutarco, Eurípides, Aristófanes, Aristóteles, etc. El Che no concebía un ser humano que no leyese todos los días. En una carta dirigida a Armando Hart en 1965, al ser este nombrado secretario de organización del Partido Comunista, le expresa: “En este largo período de vacaciones le metí la nariz a la filosofía, cosa que hace tiempo pensaba hacer. Me encontré con la primera dificultad: en Cuba no hay nada publicado, si excluimos los ladrillos soviéticos que tienen el inconveniente de no dejarte pensar, ya que el partido lo hizo por ti y tú solo debes digerir". Informa a Hart haber formulado “un plan de estudio para mí que, creo, puede ser analizado y mejorado mucho para constituir la base de una verdadera escuela de pensamiento; ya hemos hecho mucho, pero algún día tendremos también que pensar".
El Che nunca entró en el análisis de la represión soviética y ni en el concepto de libertad de expresión, “deploraba de los soviéticos su dogmatismo, su totalitarismo y su incoherencia”. Incluso Juan Martín sugiere que “la política revolucionaria que este proponía para el Tercer Mundo provocó que los servicios de inteligencia de Estados Unidos y de la Unión Soviética colaboraran para neutralizarlo o eliminarlo”. Contrario a la imagen que me había hecho del libro, debo reconocer como mérito de Juan Martín, las críticas que formula. Unas veces veladas y otras abiertas. La inclusión en el Anexo I del emblemático Discurso de Argel, pronunciado por el Che durante el Segundo Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática, el 24 de febrero de 1965, constituye una crítica severa contra el socialismo soviético y chino. Su visión era otra. Nunca se echó en sus brazos.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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