3 de octubre 2020
En apariencia la respuesta puede ser afirmativa. En la realidad, decididamente, la respuesta es no. Lo demuestran los hechos. Analizarlos en perspectiva nos revelan que la embestida exhibe los temores, la autopercepción de debilidad y la pérdida de espacios del régimen. Para que esto no parezca discurso de auto consuelo pasemos a situar los hechos en su contexto y trayectoria.
Antes de la rebelión de abril Ortega tenía a su disposición distintos instrumentos y espacios para asegurar la estabilidad de su régimen. Entre otros, podemos citar: La capacidad de movilización y de llenar calles y rotondas, le permitía evidenciar apoyo y legitimidad social. Una campaña sistemática en los medios de comunicación bajo su control, envolvían porciones significativas de la población, aunque fueran patrañas, como los cuentos del canal, la refinería o el satélite espacial. Un entorno internacional condescendiente, incluso cómplice en algunos casos, miraba hacia otro lado o ponía oídos sordos ante los atropellos del régimen. Un desempeño económico con estadísticas que le permitían mostrarse como un gobierno exitoso y, con ello, alentar expectativas de mejora en la población, aunque se tratara de una burbuja inflada con el subsidio de la cooperación petrolera venezolana. Cuantiosos flujos de recursos concesionales, primordialmente la cooperación petrolera, le permitieron edificar un conglomerado empresarial y construir poder económico con espacio propio, al amparo del poder político.
El poder institucional y el poder represivo estaban bajo resguardo como recurso de última instancia. Solo los aplicaban dosificadamente en territorios, episodios o casos específicos (mineros de Santo Domingo, trabajadores de zonas francas, Movimiento de Mujeres, o la masacre de la Cruz del Río Grande, para citar algunos).
El primer desafío que plantearon las protestas de abril a los pilares de ese poder fue en las calles. Junto a la represión, Ortega quiso responder en los primeros meses montando sus propias manifestaciones. Frente a la masividad de las expresiones azul y blanco el régimen mostraba la atrofia de su “músculo” en calles y rotondas. Cuando se percató que en lugar de fortaleza exhibía debilidad, llenó las calles de policías y paramilitares para sofocar cualquier manifestación popular. Pero quedó amputada su capacidad de mostrar legitimidad social con respaldo masivos.
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A pesar de asedios, acosos y represión, los medios de comunicación y periodistas independientes siguieron dando la batalla de la información. Cuando se percató que en este campo la batalla estaba perdida, embistió con la ocupación, saqueo y clausura de Cien por Ciento Noticias, llevándose de paso los espacios de opinión que se transmitían en ese canal; así como Confidencial, Esta Noche y Esta Semana. ¿Con el atropello, ganó Ortega la batalla? Todo lo contrario. A pesar de los costos, prisiones, riesgos y exilios, ahora tenemos más medios de comunicación independientes, con mayor incidencia y cobertura, aprovechando las tecnologías digitales.
En paralelo, Ortega calculó que despojando de personalidad jurídica a organizaciones sociales descuajaría el papel que cumplían. Provocó daños, pero no ahogó a las organizaciones de derechos humanos, ni a las de mujeres, ni a las otros que golpeó. Más bien surgieron y se afianzaron nuevas organizaciones con renovada legitimidad e incidencia: La Asociación Madres de Abril y la Unidad Azul y Blanco pueden citarse como ejemplos. ¿Ganó Ortega esa batalla? Definitivamente no.
A nivel internacional, la condescendencia se transformó en irritación; la mudez y sordera en denuncias, condenas y sanciones. El resultado ha sido el aislamiento, asedio y descrédito internacional del régimen.
En el plano económico, las sanciones al BANCORP y DNP agujerearon mecanismos de acumulación y de gestión del poder económico familiar, mientras la crisis debilita a los círculos empresariales que se enriquecieron amamantados por el régimen. En cuanto a la economía nacional, el gobierno carece de instrumentos para revertir la crisis económica y sus repercusiones sociales: Las palancas del consumo, la inversión nacional o extranjera, el turismo, los flujos de recursos externos en proporción suficiente, o la potencia de la inversión pública, están trabadas por la crisis política y las medidas que el mismo régimen ha implementado.
La pandemia, con sus impactos internos y externos representó un golpe a la mandíbula a un pugilista tambaleante.
Es con antecedentes como los descritos que debemos interpretar la embestida totalitaria.
El zarpazo contra las redes sociales es, en dos platos, la confesión de una batalla perdida. Arremete porque la inversión que realizaron en tecnologías, equipos y personal, fracasó. Si bien la ley golpeará por aquí o por allá, es una batalla que no pueden ganar. Las mismas tecnologías permiten sortear los obstáculos que el régimen pretende imponer.
De otra parte, con todo y su ineptitud y fragilidad, a pesar del ambiente adverso y las maniobras y acosos del régimen, la realidad es que organizaciones opositoras como la Alianza Cívica, la Coalición Nacional y la UNAB, no han podido ser destruidas y ahí están, de traspiés en traspiés, planteando desafíos, aunque por ahora sean de menor cuantía ¿Logrará el régimen paralizarlas o destruirlas con esta embestida? No lograría mucho, porque surgirán seguramente otras.
En cuanto a la ley “Hija de Putin”, que copiaron sin empacho hasta en el nombre al zar ruso del siglo XXI, aún sin ser aprobada se está convirtiendo en un boomerang para el régimen pues, si bien por un lado atemoriza e intimida, paradójicamente el temor que genera está provocando alarma en nicaragüenses en el exterior proveedores de remesas y en sus familias; en profesionales con contratos de servicios legítimos; en pequeños y medianos exportadores; en inversionistas pequeños y medianos -es lo que me consta-, seguramente también en los grandes; también hay preocupación en ahorristas, asunto muy sensible en las actuales condiciones de fragilidad del sistema financiero, con el aumento hasta ahora imparable de las carteras en riesgo y en mora. En fin, la amenaza de confiscaciones despertó el viejo fantasma que yacía dormido después de la ruina que provocaron en familias y empresas en la década de los ochenta. El despertar de este fantasma puede llevar a situaciones imprevisibles en el plano económico.
Finalmente, la amenaza de imponer prisión perpetua queda como un muñeco con cara de payaso al ser esgrimido por un régimen sin futuro y con el tiempo contado, aunque por ahora no conozcamos cuantos guijarros quedan en el reloj de arena de la historia.
Que si los propósitos del monarca son salir al paso a posibles estallidos sociales porque la pradera está reseca a la espera de una chispa por causa del deterioro económico y social; o condicionar el escenario electoral para montar una farsa; o prepararse elevando la parada ante eventuales “negociaciones”; o acaso, todas las anteriores, da igual. No denotan mayor poder. Al contrario.
Para cualquiera de esos posibles propósitos, la guerra contra el régimen –para utilizar la expresión de Ortega- y los cursos de acción necesarios para librar las batallas, solo pueden enfocarse con un lente que abarque antecedentes, contexto y perspectivas. De lo contrario aumenta el riesgo de equivocarse.
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