26 de septiembre 2020
Nota: Estos textos fueron seleccionados, y algunos corregidos, especialmente por el autor de los mismos para CONFIDENCIAL. Provienen del libro Ejercicios de composición, y esta entrega se hace en memoria de los escritores nicaragüenses Pablo Antonio Cuadra y José Coronel Urtecho, y del español Luis Rosales. Todos ellos contemporáneos entre sí, y que conocieron en su oportunidad este libro. Para que sigan siendo inolvidables.
La obra maestra
Hay una obra, dicen, que supera a todas las demás. A su lado ninguna destaca. No hay escritor antiguo o moderno, capaz de igualársele a su autor. Es la obra cumbre. Lo máximo. Él la hizo, dicen, y si no la conocemos o no podemos distinguirla, ese no es asunto de su incumbencia.
De la muerte culta
Hubo una vez un hombre que tenía en su casa muchos libros de las mejores ediciones y de pastas muy lujosas y pesadas. Hablaba de su biblioteca con un orgullo y un amor sin límites. Se refería a sus libros como un catálogo viviente y no pocas veces llevaba a sus más íntimos a contemplar la descomunal biblioteca. No que en vida fuera culto, pues no leía, aun cuando insistía en afirmar que pocos habían atesorado tanta cultura como él. Así, cuando un temblor derribó sobre él aquellas pirámides de preciosos volúmenes y murió sepultado bajo ellos, sus amigos pensamos, sin envidia, que pocos han tenido la dicha de una muerte tan culta como aquella.
Del escritor y su obra
Peor fue el caso, sin embargo, de un notable, eficiente, prolífico, acucioso e incansable escritor, que en parecidas circunstancias murió sepultado bajo el peso de sus propias obras.
La sombra
Este era un hombre a quien en un anhelo de libertad se le escapó su sombra, y desde entonces la persiguió incansable e inútilmente por el mundo hasta una noche en que favorecida por la oscuridad esperó la sombra a su dueño en una calle solitaria y abalanzándose sorpresivamente sobre él consumió su cuerpo en la negrura de su misterio.
El afilador
Cuando llegó a aquel pueblo de tenebrosos silencios y tocó el chiflo inundando el día con su musical sonido se vio de improviso rodeado de todas las mujeres enlutadas que le llevaron sus siempre ávidas lenguas viperinas para recibir el ansiado filo con el que poco después le darían muerte.
Del cielo y del infierno
Cuenta una leyenda que todos aquellos grandes empresarios que durante su vida se dedicaron a adquirir acciones del cielo, se fueron al infierno.
De diabólicos, diablos y diabluras
Los temas sobre el diablo, son sólo diabluras. Lo prueba el que todos aquellos que van a ver demostraciones de exorcismo, salen endemoniados. Por ello, el exorcista acabó diciendo: al diablo con el diablo, y se volvió parte de su mismo oficio.
De la muerte y su filosofía
Hubo una vez un filósofo apremiado por la existencia amargado por la vida temeroso de la muerte que para sí pensó: Vive como si fueras a morir mañana. Muere como si fueras a vivir siempre.
Y comprando un sepulcro se encerró en él con abundantes provisiones.
De la muerte como fuente de sabiduría
Hubo una vez un hombre sumamente preocupado por la muerte. No sabía si temerla o aceptarla. En el fondo de su corazón apostaba a que había otra vida y sudaba aceptando una eternidad a su modo y vivía con desesperación rechazándola si era de otro. Sentía pavor de que la muerte fuera sólo un terminarse y no conciliaba en sí la balanza que pudiera inclinarla al cielo o hacia un infinito indescifrable. Semejantes elucubraciones fueron de tal manera demenciales, que al final, contundente, clara y rotunda encontró por sí solo la respuesta. El único vestigio de ello, fue su enigmática sonrisa dentro del féretro.
De la muerte y sus alternativas
En cambio hubo otro que se dijo: “Prefiero aceptar la mentira de que existe otra vida, antes que aceptar la verdad de que no existe.” Y vivió tranquilo.
La muerte
Hubo una vez una joven mujer cuya belleza opacaba al sol. Imposible de relacionar su imagen reposando bajo tierra. Quienes la conocieron y pudieron conquistar, así un anciano cuyo nombre es Vida y de un inconmensurable fulgor en la mirada, no pudieron dejar de amarla jamás. Pero aquellos que no la idealizaron nunca, ni buscaron el triunfo sobre ella, siempre la encontraron hosca y vieja, arrugada y severa, con la guadaña en una mano y tendiendo la otra hacia la nada.
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