23 de septiembre 2020
NUEVA YORK – Los comentaristas han dado muchas razones para votar por Joe Biden, el candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, en la elección de noviembre. Pero han prestado poca atención a la dimensión económica de la elección, y entre los economistas que hablan del tema, casi ninguno se ha molestado en destacar la importancia del resultado para el bienestar de las personas. Sin embargo, la economía es el escenario donde la gente trabaja para obtener desarrollo personal y la satisfacción del logro alcanzado, no sólo para ganar dinero.
Las razones económicas para votar por Biden comienzan por las razones económicas para hacerlo contra el presidente Donald Trump. Basta pensar en su costosa rebaja de impuestos a las corporaciones, que no aportó las inversiones y el crecimiento que prometió, y cuyo principal efecto fue aumentar el déficit fiscal durante los primeros tres años de su presidencia.
La despreocupación de Trump por el derroche fiscal que esto supone sienta un precedente para el déficit innecesario en futuros gobiernos. (Pero el déficit posterior en respuesta a la pandemia fue inevitable y, dadas las circunstancias, beneficioso.)
Las amenazas habituales de Trump a las empresas estadounidenses han sumado nuevas incertidumbres a las decisiones en materia de inversión y comercio. Trump practica la doctrina corporativista de Mussolini, donde las empresas son títeres del gobierno. Es una política económica que inhibe el espíritu empresarial y la innovación justo cuando más se los necesita.
La desacertada cruzada de Trump contra un déficit comercial inocuo redujo el comercio internacional y al hacerlo disminuyó la eficiencia en la asignación de recursos, dentro y fuera de los Estados Unidos.
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Su retórica populista no se trasladó a una mejor remuneración para los trabajadores desfavorecidos o las víctimas de la discriminación. Intentó eliminar toda idea de justicia económica. No le preocupan los salarios misérrimos de los trabajadores menos remunerados ni las terribles estrecheces que imponen. Y no hizo nada por erradicar la discriminación estadística según la raza, el género y la orientación sexual. Su política de debilitamiento de la Ley de Atención Médica Accesible (Obamacare) ha provocado un enorme perjuicio a las personas de bajos ingresos.
La insistencia de Trump en afirmar que el cambio climático es mentira pone la economía mundial y la viabilidad del planeta en mayor peligro. Asegura que los incendios forestales que azotan el oeste de los Estados Unidos son resultado de una «gestión forestal» deficiente. Menospreció el heroísmo y el sacrificio de los soldados estadounidenses, y no es consciente de que la economía necesita héroes que sueñen ideas nuevas y se atrevan a invertir en desarrollarlas y comercializarlas.
Sus ataques a instituciones como el FBI o los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos desvirtúan la estructura gubernamental. Su imposición de obstáculos innecesarios causantes de guerras comerciales aleja a los aliados de Estados Unidos. Su admiración por dictadores y líderes autoritarios los ayuda a establecer el fascismo del siglo XXI. Y sus mentiras crónicas desde la presidencia debilitan la confianza de la gente en el gobierno.
A esto podría sumarse un sinfín de atropellos imposible de enumerar. Uno de los más asombrosos fue su intento de eliminar el programa DACA para extranjeros indocumentados que fueron traídos a Estados Unidos cuando eran niños y que tras ser criados y educados en el país ahora enfrentan la deportación. Otro es su táctica de instigar temor a represalias y arrestos, que genera un clima cada vez peor de ansiedad y desconfianza.
Hoy muchos apoyan a Biden por estos y otros motivos. Trump es un obstáculo a la recuperación de una idea de prosperidad, igualdad y armonía social en el país. Pero no es seguro que estas razones basten para derrotarlo. Muchos estadounidenses temen la idea de un gobierno dedicado a atender las necesidades de una mescolanza de grupos sociales sin pensar en cuestiones básicas de crecimiento económico y satisfacción laboral.
Pero también hay un argumento positivo para apoyar a Biden.
En primer lugar, Biden comprende que en Estados Unidos subsiste una disparidad aplastante entre los salarios de los más desfavorecidos y los que ganan las personas de ingresos medios (algo que no modifican las ayudas a madres solteras). Creció en la región siderúrgica de Pensilvania y no puede ser ciego a las privaciones y los sufrimientos de los trabajadores mal remunerados. Por eso, si gana la elección, tendremos un presidente favorable a iniciativas legislativas tendientes a complementar las magras remuneraciones de esos trabajadores.
Biden también es consciente de la amenaza existencial que supone la continuidad del cambio climático. Esto incluye una larga letanía de problemas, entre ellos la quema de combustibles fósiles, que provoca un aumento de los niveles de dióxido de carbono y de las temperaturas. La solución de estos problemas demandará intervención estatal y cooperación internacional, a tono con el Acuerdo de París sobre el clima (2015), del que Trump retiró a Estados Unidos. Es indudable que de ser elegido, Biden estará ansioso por desempeñar un papel central en la reanudación de la batalla contra el calentamiento global.
Finalmente, los estadounidenses conviven con un estancamiento casi total de la economía desde principios de los setenta (con una interrupción de unos diez años por la Revolución de la Información). Este mal desempeño continuo explica el creciente malestar de los asalariados por su situación relativa en la distribución de ingresos (un sentimiento que, más que cualquier otra cosa, explica el ascenso de Trump). Es innegable que un presidente Biden (a diferencia del presidente Trump) buscará recuperar el esplendor pasado de la economía.
Por todas estas razones, es importantísimo que la gente vote por la fórmula Biden‑Harris. Trump ha provocado un gran perjuicio a la economía del país, mientras que Biden se ha mostrado siempre como alguien preocupado por las oportunidades de la gente para prosperar y tener vidas gratificantes: para hacer realidad el Sueño Americano.
*Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate
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