Guillermo Rothschuh Villanueva
6 de septiembre 2020
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La ceguera de los trumpistas es sumamente parecida a la de los seguidores de cualquier dictador tercermundista.
El presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, hace comentarios mientras participa en una mesa redonda con funcionarios encargados de hacer cumplir la ley en el Comedor del Estado de la Casa Blanca, en Washington. // Foto: EFE
Una vez más confirmo que la política convierte a ciertos seguidores en auténticos fanáticos. Mi artículo dominical de la semana pasada, Trump no quiere bajarse del caballo, indujo a más de un centenar de personas a mostrar su descontento. No quieren entender que en política, religión y deportes la unanimidad es imposible. Una regla elemental que hasta el más despistado estudiante de ciencias sociales comprende. Se mal dispusieron por el simple hecho de no coincidir con sus posiciones políticas. El disentimiento enturbia su mirada e irrita su ánimo. El estado de animadversión no les permite ver más allá de sus narices. Se sienten mortalmente agredidos. Los condujo a iniciar una ola de protestas contra los infieles. Sienten necesidad de desterrarlos.
Al menos me sirvió para comprobar que el número de mis lectores está en alza, los temas políticos se prestan para que fanáticos encarnizados sientan el deber de defender a su ídolo, un hombre que no se cansa en denigrar a sus oponentes. Trump es un político de última hora, dispuesto a pelearse con todo el mundo. Lo hizo con la OTAN; el FBI, la Unión Europea, los chinos, etc., dispuesto siempre a disparar sus arcabuces contra aquellos políticos y naciones que no transijan con sus posiciones. Sus seguidores están encantados de entrar al ring, un ejercicio similar al que realiza su líder. Todos aquellos que no están a favor de Trump son una manga de comunistas. Decididos a revivir muertos, el comunismo fue convertido en un espantapájaros.
La ceguera de los trumpistas es sumamente parecida a la de los seguidores de cualquier dictador tercermundista. Se parecen en todo. Piensan que es una osadía —casi un crimen— criticar al jefe supremo, un guía bendecido por la gracia divina. Un hombre infalible. Pasan por alto sus desatinos. No importa que falsee la historia o mienta descaradamente. Eso es lo de menos. Las rectificaciones de los diarios más prestigiosos de Estados Unidos —The Washington Post y The New York Times— no cuentan. Son por millares. Carece de pudor. Creo que no existe otro mandatario en la trayectoria política de ese país que haya aderezado sus intervenciones con mentiras al por mayor y al destajo. Un simple tropiezo al que no vale la pena poner atención.
Mostrar desacuerdos con Trump equivale a una herejía, puesto en el altar, con una conducta política intachable, nadie puede atreverse a poner en duda sus planteamientos. Pienso que en su desesperación muchos de mis críticos no leyeron mí artículo. No está en su ánimo transigir, actitud que equivaldría para ellos en estar equivocados. Émulos de Torquemada, no puede haber condescendencia, los sacrílegos merecen la hoguera o el infierno. Donald tiene un currículo impecable. ¿Cómo se atreve este blasfemo a cuestionarle? ¿De donde salió? Debe pagar caro por su atrevimiento. No tenerle la más mínima consideración. Enrostrémosle cuanto creamos oportuno, nadie puede estar contra el buenazo de Trump. Nadie. Nadie. Nadie.
En un ejercicio de lógica formal —hacen suyas mis afirmaciones— ven molinos de vientos por todas partes. En su frenesí alegan que Trump puede ir por un segundo mandato. Eso mismo planteé yo. Nada diferente dije. Afirmé que el sistema político estadounidense permitía a Trump un segundo mandato. Para demostrar que había personas que no querían dejar la Casa Blanca, puse como ejemplo a doña Nancy Reagan, esposa del siempre recordado Ronald Reagan, quien lloró ante los periodistas, aduciendo que era doloroso irse, puesto que se había acostumbrado a vivir en la Avenida Pensilvania. También recordé que Obama había dicho que él podía lanzarse para un tercer período pero que las leyes se lo impedían.
Destaqué que había sentido gusto por el poder y sin tener méritos suficientes no quería apearse del caballo, lanzándose a la reelección. Un solo hecho basta para percatarnos lo lejos que está para liderar el puesto: el manejo de la pandemia ha sido altamente costoso para los estadounidenses. El mundo no sale del asombro. Si se hubiese atenido a las prescripciones de los expertos en salud pública sus efectos no hubieran sido catastróficos. Como buen guerrero, en vez de revisar los protocoles de los policías, no ve otro recurso que imponer la espada y el orden contra quienes sufren los desmanes policiales. Una petición generalizada de diferentes estamentos sociales. Trump jamás ha mostrado interés por aceptar ideas diferentes a las suyas. Se vuelve intransigente. Olvida que el arte de la política consiste en negociar y transar de manera permanente.
Siento pena que sean latinoamericanos —en este caso nicaragüenses— quienes alcen su voz y salgan en defensa de una persona racista y antimigrante. Alguien que ultraja y humilla a la raza que representan. No ha cejado en sus políticas racistas y antimigratorias. En la historia universal de la infamia existen ejemplos similares a la conducta asumida por sus acólitos. No han querido tomar en cuenta su proceder. Desde que se inició como gestor inmobiliario manifestó su desprecio por los negros neoyorkinos. Cada vez que estos deseaban comprarle un apartamento alegaba que todos estaban vendidos, lo cual no era cierto. Únicamente asumía una de las tantas enseñanzas de su padre. ¿A qué se deberá que hasta en la familia lo repelen?
La mayoría de quienes se sintieron chimados —en Chontales hay un refrán que dice, “caballo que respinga, chimadura tiene”— me echaron en cara afirmar que Trump no podía repetir en la Casa Blanca, algo que jamás me atrevería decir. Semejante afirmación, sería un gravísimo error de mi parte. Lucen ofuscados. Ven conspiraciones contra Trump donde no existen. Pareciera que el presidente estadounidense les inoculó el mismo padecimiento. Comparten su talante. Todo aquello que resulte desagradable a su paladar sabe a demonio. ¡Somos Belcebús reencarnados! En sus tribulaciones aluden a Biden, nunca lo mencioné, como tampoco hice mención del Partido Demócrata. A su candidato lo consideran de izquierda. ¡Cuanto disparate!
Situar a Biden en la izquierda significa un desconocimiento absoluto de lo que es ser de izquierda. Muchas personas recordaran que Trump procedió en su contra mucho antes de ser candidato. Para tratar de deslegitimarle llamó al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenski, pidiéndole que iniciara una investigación contra el hijo de Biden. Fue el inicio de temporada de sus nuevas mentiras. Experto en meter zancadillas, involucró en esta gestión a su propio abogado, Rudy Giuliani. Propenso a jugar con los dados cargados, Trump no es partidario del faire play. Lo suyo son los fake news y bulos. Un mentiroso compulsivo. Nada lo contiene. Elevó la mentira a política de Estado. Un credo del que participan sus seguidores con fe de carboneros.
En su artillería utilizaron de todo tipo mentiras e inexactitudes, una señora me hacía viviendo de gratis en Estados Unidos. Otro pidió mí expulsión de ese país, corearon el estribillo de haber censurado en los ochenta, otro la emprendió contra Confidencial y Carlos F. Chamorro, que nada tienen que ver con mi condición de articulista. En el colmo del desconocimiento de la política interna de Estados Unidos, una dama afirmó que la división en la sociedad estadounidense la habían propiciado los demócratas. No hay respeto por la historia. Hay quien dijo que mi cuestionamiento se debía a que Trump me caía mal, otro que tenía una imaginación como la de Estefanía (Marcial Lafuente Estefanía, para los que no saben quién es él, se trata de un autor de novelitas de vaqueros), otra que más gano escribiendo locuritas que dando clases, etc.
Es increíble que ninguno de sus adeptos vea algún defecto en el predestinado que han convertido a Trump. Su figura únicamente les merece elogios. Especialmente porque vendrá a librarnos del comunismo. ¡Santo cielo! ¡Las tres divinas personas! Biden como encarnación del diablo debe ser lapidado. Para que sus deseos se cumplan a cabalidad antes hay que denigrarlo, ver en su candidatura la unción del mal. Son los cruzados del siglo veintiuno. Me asusta su parentesco con los atrabiliarios del Ku Klux Klan. En su mente solo hay cabida para los partidarios de Trump. Los demás no caben dentro de cualquier sociedad y esto que proclaman a gritos ser amantes de la democracia. ¡De sus impertinencias y horribles blasfemias líbranos señor!
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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